Tony Stark, el hombre que lleva más de 50 años dentro de la armadura de Iron Man, no comenzó su vuelo como uno de los superhéroes más populares. ¿Qué ha sucedido para que hoy sea la marca más rentable de la industria Marvel en la piel de Robert Downey Jr.?

El carisma de Robert Downey Jr. ha sido un factor clave en el éxito de las películas de Marvel, no cabe duda. Pero más allá de la interpetación, desde el punto de vista argumental, Tony Stark ha terminado convirtiéndose en el centro de todas las historias el universo Marvel. Y no es un capricho de los guionistas. Tony Stark es multimillonario, empresario e ingeniero. ¿No son acaso estas las tres cualidades idealizadas por la actual cultura corporativa? En nuestro actual mundo de las apariencias, que a un superhéroe le quede pintado el terno Armani es también un punto a su favor.

Desde su primera aparición en 1963, en la revista “Tales of Suspense” #39, Ironman no conoció el fervor popular hasta 2008, cuando apareció su primera versión cinematográfica. ¿Qué sucedió para que Iron Man pase de ser un superhéroe “de segunda clase”, mucho menos interesante que “Los Cuatro Fantásticos” o “El hombre araña”, a ser hoy uno de los íconos del cómic más conocidos? Curiosamente, la respuesta tiene que ver con sus propios errores. Sin proponérselo, en todas sus historias es Tony Stark quien ha creado a sus propios enemigos.

En Iron Man (2008) Stark se enfrenta a su tutor, Obadiah Stane (Jeff Bridges) que utiliza su propia tecnología contra él. En Iron Man 2 (2010), el hijo de un científico despreciado por el padre de Stark (Mickey Rourke), vuelve para vengarse del héroe. En Iron Man 3 (2013), el villano Aldrich Killian (Guy Pearce) intenta vengarse de una afrenta del pasado que le hizo Stark.

En La era de Ultrón (2015), el intento de Tony Stark de crear una inteligencia artificial para proteger al mundo termina creando a su Némesis. Ultrón, es, de cierta manera, su hijo no reconocido. En “Civil War” (2016) son las propias culpas de Stark lo que le hacen convencerse de la necesidad de registrar la identidad de los super humanos, rompiendo así su amistad con el Capitán América.

Para una sociedad globalizada, interconectada, donde la tecnología lo transforma todo rápidamente, Ironman resulta una especie de Médium. Sus superpoderes son ideales utópicos con los que se sueña un futuro no tan lejano: el vuelo autónomo, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la energía de fusión fría, los exoesqueletos funcionales.

Pero todos estos inventos, además de una super armadura no son las mayores creaciones de Tony Stark. Como un moderno Frankenstein (que a su vez era el moderno Prometeo) inventó un monstruo para nuestros miedos actuales. En eso se parece a nosotros: somos los únicos responsables de nuestras decisiones equivocadas. Y nos encanta ver cómo otros se equivocan igual que nosotros.

Como buen hijo de los años sesenta, Ironman es producto de la ideología de sus creadores: Stan Lee, Archie Goodwin y Donald Heck: todos ellos furibundos anticomunistas y fervorosos patriotas. Nacido en plena guerra de Viet Nam, fue diseñado para identificarse con una subcultura estadounidense harta de la industria militar y la destrucción. Pero en los años setenta, cuando la crisis energética era un problema más urgente que los veteranos de guerra, un guerrero en armadura no tenía mucho espacio de maniobra.

Años después, para que sintonice con los miedos contemporáneos, la participación del héroe en Viet Nam se cambió por un conflicto bélico en Afganistán. De héroe anticomunista, el héroe en armadura se desenvuelve hoy como paladín contraterrorista. Y para ellos hay muchas solicitudes de empleo.

rad

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