Hace una semanas Andrés Manuel López Obrador desató la polémica al hablar de “soltar al tigre”. En frente de banqueros reunidos en Acapulco pidió a las instituciones hacerse cargo de sus decisiones: “el que suelte al tigre que lo amarre, ya no voy a estar yo deteniendo a la gente luego de un fraude electoral”. La advertencia de AMLO es clara; la frustración social puede fácilmente transformarse en violencia. El tema no es menor, ni debe ser obviado por razones de corrección política, la pregunta es ¿hay condiciones en el país que sugieran la posibilidad de un escalamiento en el tono del reclamo social?

En diciembre de 2016 Luis Woldenberg, director de Nodo, publicó un artículo alertando sobre los resultados del estudio de humor social que su empresa ejecuta desde hace dos décadas. Los resultados más recientes revelaban el costo social de lo ocurrido en el sexenio: el nivel más bajo del humor social en la historia reciente. El estudio de Nodo es interesante porque no se trata simplemente de una encuesta, sino del resultado de la implementación de una metodología en la que se miden aspectos psicológicos y sociológicos combinados con herramientas estadísticas. Según lo publicado por Luis Woldenberg en diciembre de 2016, a grandes rasgos, los segmentos habían quedado de la siguiente forma: “el optimista (cada vez más minoritario), el negativo, el evasivo y, de modo creciente, el agresor —aquellos ciudadanos cuya irritación y malestar los hacen proclives a la intolerancia y a la violencia”.

Los resultados de aquel estudio, entre otras cosas, desataron una cierta alarma que encontró un conato de respuesta en los spots de Presidencia, y su famosa frase de “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. Sin embargo, el acercamiento cosmético y comunicativo al problema no planteó nunca una solución al trasfondo de la irritación social. De hecho, a los políticos les importó poco; siguieron actuando igual, sin cambiar aquello que ha generado irritación y malestar. A los escándalos y decisiones que llevaron a estos resultados en 2016, ahora habría que agregar el caso de los Duarte, la Estafa Maestra, el fiscal carnal, el uso de la PGR, etcétera.

Esta forma desidiosa de actuar parece haber permeado en lo social. Hace unos días me enfrenté a una escena que se ha vuelto recurrente en las calles de la ciudad. Un ciclista le hacía notar a un automovilista que estaba estacionado en la ciclovía, a lo que éste respondió de forma inmediata: “me vale madres, ¿quieres que te rompa tu cara?”. Las pulsiones en las calles pueden ser anecdóticas, pero no dejan de ser reveladoras. El automovilista que responde que le vale madres tapar la ciclovía está demostrando que verdaderamente le tiene sin cuidado el reglamento, el derecho del otro y su propia omisión; no hay institución o ética que esté por encima de su voluntad y su resignación. El caso de la bicicleta puede ser una aparente nimiedad, pero es reflejo de un sentimiento que se replica a todos los niveles.

En las categorías que establece el estudio publicado en 2016, la resistencia está colocada arriba de la resignación, sugiriendo que incluso ciertas formas de la violencia suponen que al interlocutor aún le importa su entorno. Si entendemos al tigre como una definición de la violencia que todavía cree en poder recuperar su entorno, quizás habría que pensar en una posibilidad aún peor; el valemadrismo, la violencia resignada, que ya ni siquiera aspira a reconocer o recuperar algo. La resistencia ante un hecho político supone un cierto reconocimiento del otro; “me vale madres” asume que ya no hay nada que interese.

No parece haber razones de peso para creer que el humor social de los mexicanos haya mejorado significativamente desde 2016. Lo que sí ha cambiado es el contexto; se acercan coyunturas de alta sensibilidad que pueden exasperarlo. Harían mal los políticos en insinuar discursivamente la violencia, pero hacen peor los políticos cuyo desdén y frivolidad —su valemadrismo— genera esa violencia. Ante un contexto complejo y un humor social que demuestra indicios de agresividad, hay que evitar a toda costa la violencia; pero la mejor forma de lograrlo no es exigiendo la corrección política de los candidatos, sino cambiando su forma de hacer política. De poco sirve evitar hablar del tigre si no se ejecutan acciones para acabar con lo que lo enfureció en primer lugar.

Analista político

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