Ayer fue un día histórico para el mundo. Tras once años desde la última cumbre intercoreana y luego de múltiples intentos fallidos para entablar diálogo entre dos naciones vecinas que alguna vez fueron una sola, y que permanecen formalmente en guerra desde 1953, los dirigentes de Corea del Sur y Corea del Norte acordaron conjuntamente desnuclearizar la península coreana e iniciar un proceso de paz definitivo orientado a la firma de un tratado de paz que sustituya al actual armisticio y que daría definitivamente fin a la Guerra de Corea.

Durante una cumbre histórica en la Zona Desmilitarizada, el llamado el paralelo 38, en la localidad de Panmunjom, tras un simbólico apretón de manos, el presidente surcoreano, Moon Jae-in, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, signaron la Declaración de Panmunjom.

Este documento, importante sobre todo en el plano simbólico, señala como objetivo “obtener, a través de una desnuclearización total, una península coreana no nuclear”, para lo cual, dice el documento, se pedirá el apoyo de la comunidad internacional y se buscará realizar encuentros trilaterales en los que además de las Coreas participe EU y desde luego China.

Esta cumbre y la firma de la Declaración suponen la culminación de incontables esfuerzos diplomáticos que por años resultaron infructuosos y en más de una ocasión parecieron vanos, por las hasta ahora, se creía, insalvables diferencias entre ambas naciones, sobre todo durante y después de la grave crisis diplomática acaecida hace un año, desatada por las pruebas nucleares de Norcorea, que en su momento fueron interpretadas por la comunidad internacional como claras provocaciones del régimen de Pionyang.

Aunque todavía tardaremos en ver una Península de Corea completamente desarmada —si es que esto efectivamente llega a concretarse— el acuerdo alcanzado es en sí mismo un enorme avance porque sus efectos podrán verse reflejados en la vida de los ciudadanos coreanos, tanto al norte como al sur, ya que contempla, además de la desnuclearización, temas humanitarios de suma relevancia para ambas sociedades: los líderes se comprometen a organizar una reunión intercoreana de la Cruz Roja para solucionar diversas cuestiones, entre ellas destacadamente la reunión de familias separadas.

Esto no es menor si consideramos, precisamente, la tragedia vivida por miles de familias que fueron separadas tras la guerra y que así han permanecido hasta hoy.

Ahora toca a la comunidad internacional apoyar a encauzar esta voluntad de diálogo y reconciliación, que sin duda puede marcar un antes y un después en la historia moderna. La reunión programada para mayo entre Donald Trump y Kim Jong-un tendría que ir por ese camino.

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