Caminar miles de kilómetros bajo el sol, la lluvia o el frío no es fácil. Una persona lo realiza cuando las carencias y las necesidades son enormes. En las últimas semanas el país ha sido recorrido —a veces a pie, a veces en autobuses— no por personas aisladas, sino por familias y comunidades enteras originarias de Honduras y El Salvador, principalmente.

Huyen de la violencia y de la miseria. De los errores y de la falta de acción de gobiernos y políticos incapaces de proveer un nivel mínimo de bienestar y de seguridad a la población. Prefieren dejar todo atrás: propiedades, familiares y amigos, que correr el riesgo de morir en manos de grupos criminales.

Desde Estados Unidos, el gobierno de esa nación señaló que había delincuentes en las filas, que no se les permitiría el acceso, mencionó que se trataba de una “invasión”. Un discurso que esconde más sentimientos de odio y discriminación, que argumentos reales.

El grupo mayoritario de migrantes estuvo una semana en la Ciudad de México. Arribaron cansados, con los pies lastimados, sin dinero pero con la esperanza de mejorar sus vidas. Muchas historias se conocieron. La de la familia Medina Gutiérrez que salió de Honduras perseguida por la violencia de la Mara Salvatrucha. La del joven Evis Antonio Munguía, de 19 años, que llegó a México con la intención de ser futbolista, por la pobreza en que vive aprendió a patear el balón descalzo. O de las personas transgénero que salen de su país por la discriminación.

Hace poco más de una semana el primer grupo llegó a Tijuana, donde esperarán a que el gobierno estadounidense analice su situación y defina sobre su solicitud de asilo político.

Mientras eso ocurre, se registró una marcha contra su estancia, el presidente estadounidense autorizó el uso de la fuerza letal contra quienes intentaran ingresar y en el país el sentimiento antimigrante aumentó, pues apenas en octubre sólo 37.8 por ciento estaba en contra de que México les permitiera el acceso y les diera refugio; ahora, en noviembre esa misma cifra es de casi 50% de los entrevistados, de acuerdo con una encuesta realizada por EL UNIVERSAL.

Ayer un grupo que intentó cruzar a la fuerza fue repelido por efectivos estadounidenses con balas de goma y gases lacrimógenos. Es solo una señal más de desesperación de quienes dejaron sus comunidades hace más de un mes miles de kilómetros atrás.

No merecen un trato con la fuerza. No son delincuentes, son migrantes. Una solución humanitaria es la que se requiere.

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