Hay argumentos que ya no se debaten e ideas que no se ponen en duda. Sin embargo, esa es precisamente la postura que más daña a las mujeres en el mundo. Las ideas y las formas de pensar que se dan por sentadas, por correctas y se tienen como arraigadas. Pues en más de una ocasión, son ellas las que conservan la semilla del machismo; esa semilla que, sin provocación alguna sale a relucir inadvertidamente en nuestras actitudes, en nuestros gestos y en nuestras palabras.

Ese podría ser uno de los mayores problemas del machismo, el que se esconde en nuestra forma de vida. El que pensamos que no es machismo, que no es una forma de sometimiento o de agresión ante las mujeres y, sin embargo, lo es. De ahí que el feminismo, la perspectiva de género y el movimiento de las mujeres, no se puedan considerar una cuestión de moda. Una prerrogativa pasajera que sólo pretende someter al sexo masculino. El simple hecho de pensar que cuando las mujeres se unen y alzan la voz sea una forma de agresión ante los hombres, es una forma de machismo.

La única forma de abatirlo es con educación, cambiando muchas de nuestras tradiciones y modificando nuestros sistemas de vida. Cambios que no se lograrán, sobra decirlo, con una modificación legislativa, ni con entrenamientos a los servidores públicos. El cambio tiene que venir por parte de todos y de raíz. En cuanto ciudadanos, padres y madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas; el cambio deben venir de la educación de todos juntos.

Desde que comenzó el movimiento #Metoo en todo el mundo, hemos reparado en las muchas violaciones y sufrimientos que ha tenido que sobrellevar la mujer en todos los ámbitos y sólo por miedo a la denuncia; por el dedo acusador del machismo, su sospecha su burla o su ira. Qué terrible situación. Sin embargo, esos casos (de los cuales muchos pertenecen a los juzgados y no a los periódicos, cabe decirlo), son el producto de un problema más sutil a la vista y al tacto. Son síntomas de sociedades que tradicional e históricamente perdonan la violencia de género. Son resultados, que con juzgarlos no se termina la enfermedad. Por eso también es importante que estas denuncias no sirvan para combatir rencillas políticas ni para brincar al estrellato a costa de otros; acciones que sólo desvirtúan el movimiento y banalizan a las verdaderas acusaciones.

Una de las pocas vacunas que tenemos es la denuncia, pero también lo es la discusión abierta, el análisis de temas y el escrutinio crítico de nuestras conductas. Y todos debemos contribuir con nuestro grano de arena. Por ello, reuniendo a un grupo de mujeres mexicanas en Holanda, profesionistas, empresarias, escritoras, críticas de arte y entusiastas, comenzamos con el proyecto de realizar mesas de discusión cada mes sobre diversos temas de género que llevarán por título: El papel de la mujer en la cultura y el arte. Basta con echar un vistazo a la literatura o al arte para darse cuenta de que las mujeres casi no aparecen en ellas y, cuando lo hacen, es bajo seudónimos masculinos o son las menos en exposiciones o la menos debatidas en los círculos de lectores. Por ejemplo, de la gran colección de obras representativas de la época de oro holandesa, expuestas en el Museo del Mauritshuis, sólo existen cinco cuadros de cinco pintoras holandesas.

Discutir sobre las causas de esto, analizar los pormenores sociales y las desventajas a las que hemos sometido a las mujeres es, al menos, un paso para poder comenzar a destruir esas actitudes, esas acciones y esos gestos que, sin reparar en ello, siguen fomentando una violencia contra la mujer. Es hora de que erradiquemos estas prácticas, pero, para hacerlo, primero hay que saberlas reconocer.

Embajador de México en Países Bajos.
Representante permanente
ante la OPAQ

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