Hace una década, el 3 de enero de 2008, día en el que protesté como presidente del Poder Judicial capitalino, en mi discurso afirmé que “la ley y la jurisprudencia tenían una deuda impagada con las mujeres”. Sostuve que las condiciones laborales, jurídicas y sociales de las mujeres, tanto en nuestra capital, como en todo el país, eran inadmisibles y que los jueces teníamos la obligación jurídica y moral de tomar cartas en el asunto; comprometernos con mejorar la condición jurídica de ellas y trabajar en pro de su causa.

Hoy, a diez años de eso, desafortunadamente puedo afirmar lo mismo que una década atrás. Las deudas a las que me refería siguen estando presentes y los cambios, aunque existentes, son mínimos frente a una realidad que no se antoja deseable ni para ellas, ni para ellos.

La situación de la mujer en el mundo jurídico, político y social es aún penosa. La falta de equidad que todavía persiste en las decisiones judiciales, en las normas y reglas jurídicas, que favorecen más al hombre que a la mujer, así como en la perspectiva de algunos funcionarios que carecen de criterios para ajustar la balanza, son tan sólo síntomas de un problema mucho más grave y profundamente arraigado en nuestro planeta.

A propósito del Día Internacional de la Mujer, día en el que debemos reflexionar sobre estos problemas y no otros, se ha hecho patente en las calles y en la prensa que los avances son los menos, que los retrocesos existen y que la voluntad de cambio es poca.

En la simpleza de los ejemplos radica la ofensa. Hay casos que parecerían inverosímiles en 2018, pero que están ahí, por más ridículo que parezca. Por ejemplo, todavía mujeres son detenidas por querer entrar a un estadio de futbol y compartir con los hombres el estadio; todavía hay tribunales que encuentran jurídicamente justificable que una mujer embarazada sea despedida por recortes salariales en una compañía; todavía no nos sorprende la brecha salarial entre hombres y mujeres, a pesar de que rebasa el 20% en Alemania, el 19% en España, el 16% en Holanda y el 18% en México, o que de las 50 universidades públicas españolas, sólo 4 estén dirigidas por mujeres, de las 57 alemanas sólo 7, de las 13 holandesas, sólo 2 y de las 12 más importantes en nuestro país sólo tengamos 2 rectoras.

Pero no nos confundamos, la deuda es más grande que la de generar espacios y la de igualar salarios. Eso sin duda sería un avance, pero insuficiente ante la situación que las mujeres han vivido y han tenido que vivir a lo largo de los siglos. La deuda va más allá de modificar nuestras leyes y nuestra jurisprudencia. Nuestra deuda se encuentra en cada rincón social, en cada espacio cultural, en cada exposición de arte, en cada reunión política: en todos lados.

No ha sido sino hasta 2016 que el museo de El Prado, dedicó su primera exposición a una pintora mujer: la neerlandesa Clara Peeters. Misma mujer que ubica uno de sus cuadros en una esquina del MauritsHuis, rodeada de hombres. Cuántos no reconocen a Frida por su relación con Diego. Cuántos saben de Rivera y de Siqueiros, pero no saben de Remedios Varo o de Leonora Carrington. Cuántos ven el arte de las mujeres, en cuanto sujetos, y cuántos ven a las mujeres en el arte como objetos. Tristemente, la presencia de la mujer en los museos se encuentra más en los óleos y en los frescos que en los créditos y en los textos de sala. Recordamos a Sor Juana a través de Paz y reconocemos a Simone de Beauvoir por Sartre.

La deuda es tan grande que para pagarla debemos desbaratar esquemas, cambiar conceptos y modificar formas de vida. Como en el siglo XX el proyecto liberal fue el de expandir la democracia de manera universal, mucho espero y deseo que el del XXI sea la de modificar nuestros conceptos e igualar de manera universal la perspectiva de género.  Podemos asegurar que la deuda de la ley y la jurisprudencia con la mujer también es una deuda en la academia y el arte.


Embajador de México en Países Bajos.
Representante permanente ante la OPAQ

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