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Quizá la victoria más importante de Ricardo “Finito” López fue abajo del ring, contra la tentación de un regreso inoportuno, el típico “one last time” que usualmente termina en estropicio.

Le pasó, varias veces, a Julio César Chávez, al mítico Mohamed Alí, a muchos otros, quienes en aras de prolongar su gloria o por necesidad extendieron más allá de lo aconsejable sus carreras.

Con resultados previsibles: taches en su historial que lastiman los ojos.

En el caso del “Finito”, apodado así por Antonio Andere, árbol del que surgieron muchas ramas en el periodismo deportivo, esa decisión de retirarse invicto le vino como una epifanía, antes de comenzar el octavo y último round de la pelea ante Zolani Petelo, el 29 de septiembre de 2001 en el Madison Square Garden de Nueva York.

Segundos antes de que suene la campana que llama a continuar el combate López Nava mira hacia arriba. ¿Qué respuesta busca en las alturas? La verdad es que, comparte el ex pugilista, ya estaba harto.

Las piernas no le funcionaban igual, la rapidez de brazos no era la misma. Había logrado todo lo que tenía que lograr, pero faltaba ese octavo episodio. A sacar fuerzas del currículum, porque la victoria se balanceaba entre uno y otro.

El rival sucumbió ante la precisión de la mano izquierda de López Nava, ya no quiso continuar y el réferi le alzó la mano al mexicano.

Se retiró como campeón invicto, pocos lo han hecho, si acaso Rocky Marciano y Floyd Mayweather, aunque el pasatiempo favorito de este último es coquetear con un regreso.

De visita en las instalaciones de EL UNIVERSAL, Ricardo López Nava, el mismo que se mantuvo imbatido durante 16 años y 8 meses, ahora comentarista de televisión y conferenciante motivacional, desempolva su historia deportiva, pletórica de “momentos Rocky” en los que se sobrepuso a la adversidad, como aquel triunfo improbable sobre el campeón japonés, Hideyuki Ohashi (1990).

O ese empate con sabor a derrota ante Rosendo Álvarez.

Este sábado será entronizado en el Salón de la Fama del Boxeo de Nevada. No es su primera vez, ya está en el de Canastota desde 2007. Méritos le sobran.

Un día antes de esta plática, López Nava cumplió 50 años. Quizá por eso está de ánimo reflexivo.

—¿Estás dónde pensabas de joven?

—Soñé alguna vez con llegar a este nivel porque todo en mi vida ha sido de retos, de evolución. Gracias a Dios he podido cumplirlos. El sueño de todo joven o niño que llega a un gimnasio es ser campeón del mundo. Posteriormente viene otro reto, que es hacer defensas. Ganar dinero, vivir mejor, aprender. Luego viene otro reto: retirarse bien de facultades físicas, mentales, de salud. Guardar y administrar lo que se gana.

—¿Qué sientes?

—Gratitud, darle gracias a Dios porque logré cosas que ni yo mismo pensé y que se dieron a base de trabajo. De hábitos, disciplina, responsabilidad. Y a la gente que tuve la fortuna de conocer, como don Arturo el “Cuyo” Hernández, que fue uno de los grandes manejadores, para que mi carrera boxística llegara a ese nivel de técnica.

Los padres que tuve, en paz descansen (don Magdaleno y doña Ana María), de lo más grande que me ha regalado Dios. Tuve nada más un hermano (Sergio), me lleva 15 años de edad”.

—Ante Hideyuki Ohashi subiste con todos los pronósticos en contra en busca del título (paja del Consejo Mundial)…

—Yo trabajaba fuertemente, había personas con mucha fe en mí, como don Arturo el “Cuyo” Hernández, el periodista Sergio Lara Mejía. Sentían que con mi estilo podía salir adelante. La pelea no la televisaron, no fue ni un solo periodista a despedirme al aeropuerto, bueno, solamente llegó Sergio Lara Mejía.

Me fui con todo en contra, con la incertidumbre. Pero llevábamos un trabajo bien delineado, estratégicamente hablando de la manera técnica que iba a presentarse el rival y la manera que tenía que pelearle al rival.

Di la sorpresa (ganó en el quinto asalto por nocaut técnico). Con esa mano izquierda que me enseñaron a usar tanto Antonio Torres “Bombela” como el “Cuyo” Hernández. Independientemente de los golpes, la manera en que me desenvolvía en el ring desesperó al japonés. Yo hacía un trabajo ofensivo y defensivo, no me quedaba, me salía. Yo era más rápido que el campeón, pero él pegaba durísimo.

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