Miran hacia todos lados. Entre desesperados y alertas. Los policías se ven claramente superados en número. Son apenas 900, para una asistencia al clásico tapatío de más de 50 mil aficionados, en el estadio Jalisco.

Los fantasmas de la violencia rondan en el coloso de la calzada Independencia. Siguen muy frescos los recuerdos de los uniformados ensangrentados en la tribuna alta del inmueble o la invasión a la cancha de decenas de furiosos “hinchas” rojinegros en la Liguilla del Clausra 2015.

“Han pasado muchas cosas últimamente. Se han calentado y viene mucho violento. Pero es nuestro trabajo guardar el orden”, declara un policía municipal, que prefiere el anonimato, y sólo suelta esa frase.

La cantidad de guardianes parece poca. Lo es para cualquiera que viva en la capital del país. Los habitantes de la Ciudad de México están acostumbrados a aparatosos operativos en CU, el Estadio Azteca o el Azul, con 5 y hasta 6 mil policías.

Hay división natural en el plano deportivo. Provoca nerviosismo, porque son fanaticadas que cuentan con gente que no duda en teñir de rojo el juego.

La policía la pasa mal. Teme que en cualquier momento haya problemas. 

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