Claro que lo recuerda: era un vestido verde menta —hecho en chifón de seda— que al volar sobre la pista hacía bailar los encajes que bordó a mano en color marfil y limón. Sandra Weil habla del primer vestido que cosió en su vida y por un instante parece que deja de estar en su boutique de Polanco, en esta mañana ajetreada como cualquier otra en la Ciudad de México, para visitar otro tiempo: es Perú, es de noche, y es —sobre todo— la primera vez que Sandra observa cómo un conjunto de tela, hilos y aplicaciones se amoldan a un cuerpo de carne y hueso. “Recuerdo que lo hice para una niña de 12 años y que la vi cuando atravesó el jardín para venir a saludarme, porque sabía que yo le había hecho el vestido. Causar ese impacto tan increíble y tan positivo —que ella me agradeciera— me hizo darme cuenta del poder que puedes tener al vestir a alguien.” Y así fue como esa Sandra Weil adolescente, que aprendió de hilvanes y patrones en casa con su abuela, se tomó el diseño de modas más en serio y decidió mudarse a Barcelona para aprender a coser.

El amor por la costura inicia con el tacto: se tocan telas, se tocan encajes, se tocan botones y luego todo eso cobra forma en una prenda que alguien elegirá para vestir. Por eso Sandra Weil hubiera fracasado como experta en Diseño Gráfico, carrera que casi termina en la Universidad de Lima —en Perú, donde nació— y en su lugar prefirió dedicarse a la moda. “Estaba a punto de terminar la lincenciatura cuando me di cuenta de que me gustaban las artes y la creatividad, pero que el mundo digital no era lo mío.” Y entonces ocurrió lo del vestido, y se fue a España, y se especializó en Alta Costura, y conoció a un mexicano (con el que luego se casó), y se vino a vivir a la Ciudad de México y ahora está aquí sentada —en su propia boutique— diciéndome entre risas que si pudiera no estaría aquí sentada, sino encerrada —tocando telas, encajes y botones— frente a su máquina de coser.

Cambio de vida

Claro que le gusta vivir aquí. “Siempre pensé que México era un mercado muy interesante, porque es casi un punto intermedio en Latinoamérica.” Y además es casi como estar en casa. “Siento que no me he mudado, y que además tengo una puerta con acceso al mundo”. La pequeña tienda en la que ahora estamos se ubica en Emilio Castelar, en el centro de Polanco, y es ante todo un espacio elegante, cubierto por tablones de madera color miel y con pocas prendas en los ganchos, para dar una sensación de exclusividad. Sin embargo, el lujo no está sólo en la experiencia de compra, sino en las prendas en sí. Sandra crea todos los diseños que luego salen a la venta y se toma su tiempo para confeccionar cada colección: lanza una cada seis meses y supervisa cada parte del proceso en su taller.

Sandrá está acostumbrada a la intimidad, lejos de las grandes tiendas, las grandes colecciones y las grandes producciones en masa. “Cuando apenas empezaba mi carrera cosía en mi casa,

en un cuarto donde sólo había dos maquinitas, y de pronto alguien más me ayudaba. Fue un crecimiento muy orgánico, y poco a poco la gente comenzó a apostar por mí.” Ahora no hace más de 35 prendas por temporada, su equipo consta de diez personas y se concentra en elegir los materiales y las formas precisas para cuidar cada detalle de la ropa que está a punto de crear.

“Trabajo mucho con seda. Me encanta porque es una fibra natural y elegante por excelencia, que tiene un margen natural para que el cuerpo pueda respirar. También me gustan mucho los encajes, los bordados y las aplicaciones.” Y con ellos mezcla texturas para divertirse, reinventar prendas que puedan volverse atemporales y lograr que sus clientes se interesen por cada colección.

Ahora Sandra ya no se especializa en Alta Costura, pero encontró un nuevo reto en la confección de prendas ready-to-wear. “Me mudé a México en 2008 y en 2012 me asocié con Maru [quien se encarga de la parte administrativa del proyecto] para establecer la marca y llevarla al siguiente nivel. Sin embargo, una vez que empezamos a exportar nos dimos cuenta de todo el trabajo que aún nos queda por hacer.” Y aunque ahora la ropa que ofrece nació pensada para usarse en la vida diaria, su formación en Alta Costura no ha dejado de traducirse en calidad: vive para perfeccionar cada pieza como si aún fuera esa adolescente que crea un vestido único para una niña en una noche especial.

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