El medio ambiente de hoy es más agresivo que el de hace cinco siglos. Esto ha dificultado la conservación de los murales en la Zona Arqueológica del Templo Mayor, informó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) a través de un comunicado.

Michelle De Anda Rogel

, especialista del INAH, dio a conocer los avances de esta investigación dentro del ciclo de conferencias en torno a la exposición Nuestra sangre, nuestro color: La escultura polícroma de Tenochtitlan .

La restauradora puntualizó que sólo seis edificios de la zona arqueológica conservan restos de policromía: el Templo Mayor, la Casa de las Águilas, los edificios M y N, y los Templos Rojos. Agregó que los murales mexicas se realizaron sobre diversos soportes constructivos, aplanados de tierra y, los mejor conservados, sobre estuco. El criterio de conservación para ambos ha sido in situ, y como parte de esta labor se ha recurrido al rescate de la información visual mediante el registro digital de las pinturas para analizarlas de manera detallada y hacer una intervención adecuada ante su inminente deterioro.

El proyecto de registro gráfico minucioso de la pintura mural mexica se remite a 1994, ante la preocupación por la posible pérdida de los murales. Fue emprendido por el doctor Leonardo López Luján, actual director del Proyecto Templo Mayor, y el arqueólogo e ilustrador Fernando Carrizosa Montfort; éste último apoyado de lupas estereoscópicas y luces ultravioleta.

Para 2004, el arqueólogo Carrizosa se encargó de realizar las calcas de las pinturas murales a escala 1:1 sobre un acetato transparente, mismas que después fueron copiadas en papel albanene bajo el mismo parámetro de medición. Estas imágenes fueron digitalizadas por partes y en alta resolución por la diseñadora Luz María Muñoz. En total se contabilizaron 60 pinturas, que abarcan aproximadamente 200 metros cuadrados analizados durante el proceso.

En 2011, la restauradora De Anda y su equipo tomaron sistemáticamente cuatro mil 500 fotografías para la elaboración de mosaicos fotográficos utilizados para revestir, junto con los murales digitalizados, modelos tridimensionales de los edificios policromados.

De acuerdo con la investigadora este sistema permite observar de manera minuciosa las diferencias en cada pictografía, y a futuro podría servir para reconstruir de manera virtual la decoración original de los murales que adornaban los recintos de la antigua Tenochtitlan.

Con este registro tecnológico se puede confirmar la idea que el Templo Mayor es la representación del monte Coatépetl, simbolizado por un lado con cabezas de serpiente de color azul dedicadas al dios Tláloc, y por el otro, en tonos ocre que aluden a Huitzilopochtli.

La restauradora precisó que se tiene identificado un uso saturado y homogéneo de colores tanto en la pintura mural como en las esculturas. La intención de plasmarlo así, dijo, apuntaba a la idea de hacer legible la obra, más que al deseo de plasmar su realidad en tres dimensiones.

“Las pinturas mexicas a diferencia de otras, no cuentan con sombras ni cambio de tonalidades, los dibujos son bidimensionales y no tienen perspectiva. Se puede apreciar también que los fondos carecen de escenografía, elementos iconográficos o personajes y generalmente son de un color”.

La restauradora apuntó que los murales tuvieron mantenimiento en diversas etapas de la civilización mexica, ya sea por la vía técnico-funcional (cuando se deterioraba la capa pictórica), cambio conceptual (sustitución del color) o de renovación simbólica (cuando recubrían con un pigmento idéntico).

nrv

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