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Cuando Hernán Cortés y sus hombres arribaron al corazón de la capital mexica se sorprendieron al ver la diversidad de animales que el tlatoani Moctezuma mantenía a unos metros de su gran palacio. En esa “casa de las fieras”, que posiblemente se ubicaba en lo que hoy es el predio de Moneda 16, había pumas, lobos, jaguares, serpientes guardadas en cántaros y un considerable número de águilas reales. En sus crónicas, Gonzalo Fernández de Oviedo asegura que vio hasta 50 de esas aves rapaces.

Por la forma que adquiría en pleno vuelo, los mexicas la bautizaron como águila dorada, “porque cuando vuela se ve como el sol y esta parte la vinculaban con el dios solar y de la guerra, Huitzilopochtli”.

La importancia simbólica que los mexicas atribuyeron a estas aves rapaces y su permanencia en el llamado Totocalli de Moctezuma se empiezan a conocer gracias al análisis de los huesos y esqueletos de unos 28 ejemplares que se han encontrado en las recientes excavaciones de Templo Mayor, desde 2007 a la fecha.

Según una investigación realizada por el arqueólogo Israel Elizalde, integrante del Proyecto Templo Mayor (PTM) que dirige el arqueólogo Leonardo López Luján, los mexicas las mantenían en cautiverio para destinarlas a las ofrendas y, en algunos casos, para utilizar sus pieles, huesos y plumas en la fabricación de atavíos u objetos.

Con los huesos largos, como los del ala y las patas, hacían punzones de autosacrificio; las plumas funcionaban para adornar tocados o atavíos, incluso se conservaban con la misma piel para usarlos como tapetes o como una especie de traje que era portado por los sacerdotes o mandatarios. Para este último caso, explica Elizalde, los mexicas debieron seguir un tratamiento similar al de la taxidermia para preservar la piel y plumas. Esto, considera, sugiere que en el recinto sagrado de Tenochtitlan habían personas dedicadas específicamente a realizar todo el proceso de disección de las aves y otras fieras, como pumas y jaguares.

Las evidencias de que estas aves vivían en cautiverio se han podido comprobar por los análisis que el arqueólogo realizó recientemente a algunos huesos y cuyo resultado reflejó que la mayoría de ellas tenían un ala fracturada, posiblemente hecha intencionalmente por quienes las cuidaban para evitar que escaparan. “Hay dos hipótesis: les fracturaban el ala para que no pudieran volar y escaparse; o se fracturaban durante el proceso de captura, ya que para cazar aves usaban la cerbatana. Pero considero que más bien las fracturaban intencionalmente”.

Según el arqueólogo, esas mismas patologías se han encontrado en los huesos de otras aves, como el águila arpía y el ibis. Además, en algunos felinos, como jaguares, pumas y lobos se notan enfermedades propias de los animales en cautiverio “Hay lobos y jaguares que presentan problemas en la columna vertebral y problemas severos en las patas, lo cual indica que vivieron en cautiverio”, explica.

“El cuidado de estas aves debió ser muy especial”, sostiene Elizalde, quien también se dio a la tarea de ver cómo las alimentaban.

El banquete para estas rapaces consistía en un festín de codornices. Así lo han confirmado los arqueólogos del proyecto mediante el estudio de los restos de un águila que en la parte del esternón contenía fragmentos de huesos de codornices. Ese análisis comenzó cuando en 2008, cerca de donde se halló el monolito de la Tlaltecuhtli, encontraron dentro de la ofrenda 125 un águila real con restos de tres codornices. Después de revisar las fuentes históricas —que señalaban que a esas aves se les daba de comer una especie de gallinas—, se dieron a la tarea de hacer un análisis de las regurgitaciones de algunas águilas reales que habitan en el aviario El Nido para ver cómo funcionaba el mecanismo de digestión y compararlos con los datos arqueológicos. “Vimos que los patrones de fracturas son similares porque las águilas rompían los huesos de las codornices al igual que las que teníamos. Así pudimos comprobar que les daban de comer codornices”, dice.

Sobre cómo llegaron estas aves hasta el centro ceremonial mexica, Elizalde comenta que posiblemente fueron capturadas por los mismos mexicas o adquiridas mediante tributos.

Reconstruyendo el totocalli de Moctezuma. El joven arqueólogo, que comenzó a colaborar en este proyecto de excavación desde 2009, explica que las prácticas de cautiverio de los animales no fue propia de los mexicas. Las excavaciones arqueológicas han revelado que lo mismo sucedía en Teotihuacan, donde la alimentación de las águilas reales consistía en darles conejos hervidos, según una investigación realizada por la arqueóloga Nawa Sugiyama. En Paquimé (Chihuahua), el investigador estadounidense Charles Di Peso halló  evidencias de huevecillos y restos de guacamaya, lo cual indica que estaban en proceso de reproducción. Las fuentes históricas indican que en Tzintzuntzan (Michoacán) también hubo un parque zoológico.

Sin embargo, explica Elizalde, la gran cantidad de restos de fauna, tanto de vertebrados como de invertebrados, que se han encontrado en el recinto sagrado de Tenochtitlan en los últimos años han permitido documentar más el caso del llamado zoológico de Moctezuma o lo que él prefiere llamar “parque zoológico de Tenochtitlan”.

“Este parque zoológico no sólo era para albergar animales y para que la gente o el tlatoani lo disfrutaran, sino que era de uso ritual. Toda las especies tenían un simbolismo y  una importancia ritual”, apunta.

Para el arqueólogo, el estudio de los restos de fauna que se han encontrado en Templo Mayor resulta importante porque es gracias a ello que se podría reconstruir la información sobre el zoológico de Moctezuma, ya que los dos espacios donde habitaban los animales resultan, por ahora, imposibles de excavar. La “casa de las fieras”, explica, se ubicaba en la actual calle de Moneda, donde casualmente ahora se encuentra el laboratorio de arqueozoología del INAH; y “la casa de las aves”, según las fuentes históricas, se encontraba en el área donde está la iglesia de San Francisco y la Torre Latinoamericana. “Ahora no es posible hacer la excavación de estos espacios, pero el material que tenemos nos permite tener un acercamiento para saber qué animales había, en qué condiciones vivieron y cómo era su alimentación”, dice.

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