El jaguar (Panthera onca) es el felino más grande de América y el tercero del planeta, después del tigre y el león. Desde hace por lo menos 3 mil años —esto es, desde la época de las antiguas culturas de la costa del golfo de México— hasta antes de la llegada de los españoles al continente americano, este animal estuvo presente constantemente en representaciones plásticas elaboradas no nada más en el área maya, sino en general en todos los contextos mesoamericanos.

El jaguar reunía una gran cantidad de valencias simbólicas; unas se manifestaban en el uso de su piel y otras partes de su anatomía, como las garras y los colmillos; otras, en sus comportamientos, hábitos y características físicas asociados a la cosmovisión de los pueblos prehispánicos.

María del Carmen Valverde, investigadora del Centro de Estudios Mayas, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, ha estudiado durante varios años estas valencias simbólicas del jaguar vinculadas al poder de los gobernantes, las cuales hoy en día siguen vigentes, en alguna medida, en diversas comunidades indígenas y mestizas de nuestro país.

“Se le representó de muchas formas y con diferentes materiales (piedra, estuco, cerámica, madera), tanto en obras arquitectónicas como en objetos suntuarios”, dice Valverde.

Sol Jaguar del Inframundo

El jaguar es un animal de hábitos crepusculares y nocturnos, que se esconde entre la maleza y el follaje. De ahí que, tradicionalmente, con su piel manchada que recuerda al cielo nocturno, se le asocie a las puertas de entrada al inframundo del universo mesoamericano.

“Se puede decir que el cosmos prehispánico está conformado por una parte de arriba: masculina, seca, solar, luminosa, diurna, y por una parte de abajo: femenina, húmeda, oscura, fértil, nocturna; esta última es la que le corresponde al jaguar.”

En representaciones plásticas no sólo del área maya, sino en general de todos los contextos mesoamericanos, esta parte de abajo, femenina, húmeda, oscura, fértil, relacionada con los fenómenos que se desarrollan en la noche, está cargada de una serie de energías que tienen que ver con el poder de regeneración periódica del cosmos y con la fuerza de ese felino.

“Por eso en el área maya, específicamente en Palenque, hay infinidad de representaciones de la que se ha llamado deidad GIII o Sol Jaguar del Inframundo, que transita durante la noche por la bóveda celeste. Tiene colmillos, orejas y, muchas veces, piel de jaguar, o el mismo astro es un jaguar completo”, apunta la investigadora.

Organizadores del cosmos

El jaguar, el mayor depredador del continente americano, es un animal que, desde el punto de vista simbólico, transita por distintos niveles del cosmos: se arrastra, pero también se mete al agua, sube a los árboles... Y los gobernantes y guerreros de Mesoamérica querrían adquirir su capacidad de transitar por esos distintos niveles del cosmos, así como la fuerza de sus garras y colmillos —es decir, la fuerza de un gran cazador—, para —del mismo modo que él controla la selva, ese otro lugar no organizado, no humano— controlar sus propios espacios y convertirse en los organizadores del cosmos.

“Sí, los grandes soberanos y los grandes guerreros, o los soberanos como grandes guerreros, incorporaron en su atuendo y sus armas —tanto defensivas (escudos) como ofensivas (lanzas)— la piel, las garras y los colmillos de jaguar, pues deseaban poseer todo el poder de este gran depredador. Y justo la manera de usar tocados de jaguar y ataviarse como él sigue viéndose en carnavales y otras fiestas que se realizan en comunidades indígenas y mestizas, por supuesto, sin la carga de ferocidad, sin la carga militar que tenía en la época prehispánica, aunque sí con la intención de romper la estructura cotidiana del tiempo normal y trasladar a la gente a otro tiempo-espacio que está ligado al caos y al concepto de origen, de regeneración periódica.”

En la época prehispánica, los atributos de poder de los soberanos también estaban vinculados al jaguar. Por eso abundan las representaciones de tronos de jaguar, tanto en vasijas de cerámica como en piedra, en ciudades como Uxmal, Palenque y Chichén Itzá.

“El valor simbólico del trono se basa en la idea de ‘sentarse sobre el mundo’, de regir sobre la tierra; y si se trata de un trono de jaguar, el poder del soberano reside en la parte felina del cosmos. Ahora bien, en Mesoamérica había tronos forrados con piel de jaguar, pero también verdaderos jaguares convertidos en sitiales. A la hora de representar este animal, los elementos que se privilegiaban eran su ferocidad, su fuerza de garras y colmillos, y, claro, su piel característica asociada al manto estrellado de la noche”, explica Valverde.

Hombres-jaguar

Es importante resaltar que los soberanos no sólo se vestían como jaguar para luchar y se sentaban en un trono de jaguar para gobernar: los orígenes de su linaje también guardaban un vínculo con este animal.

El jaguar era el gran progenitor, pero además, como cuentan las narraciones míticas consignadas en los textos indígenas escritos en alfabeto latino durante la Colonia y en muchos de los cuentos e historias de los pueblos mayas contemporáneos, en el origen de los tiempos, de la formación del hombre, aparece siempre un jaguar, un jaguar progenitor, un jaguar protector.

“En el caso del Popol Vuh, los cuatro primeros hombres creados son hombres-jaguar que dan origen a los linajes quichés: Balam Quitzé, Balam Akab, Iqui Balam y Mahucutah: el jaguar del bosque, el jaguar de la noche, el jaguar de la oscuridad y el viajero, respectivamente (Mahucutah no incorpora en su nombre el término Balam, que significa ‘jaguar’ en maya, pero sí una de las características del felino: su amplia movilidad por diferentes espacios). Incluso algunos soberanos de Yaxchilán incorporaron el apelativo jaguar a su propio nombre. Así, se puede afirmar que los gobernantes de las distintas ciudades mayas, por lo menos los del periodo Clásico, eran verdaderos hombres-jaguar. En vasijas del señorío de Ik, por ejemplo, se ven personas ataviadas como jaguares.”

En fechas relativamente recientes, en las vasijas tipo códice se logró hacer la lectura de uno de los glifos que aparece en forma recurrente en ellas: el way.

“Este glifo way está conformado por una imagen del término ajaw, ‘señor’, y justo la mitad de él está cubierta con la piel del jaguar. El glifo way se asocia a co-esencias, álter egos de los soberanos, que eran jaguares”, indica la investigadora.

Así pues, cada uno de estos soberanos tenía esta co-esencia como animal compañero que era el jaguar y, al mismo tiempo, al estar felinizado por él se ataviaba como jaguar, se llamaba jaguar, se sentaba en un trono de jaguar para adquirir simbólicamente las características que distinguen a este animal en la naturaleza.

Deformación craneana

De acuerdo con evidencias plásticas y testimonios escritos por los españoles, el tipo de deformación del cráneo que se hacían con tablillas los mayas del periodo Clásico vinculados al poder tenía como fin transformarlo en un cráneo similar al del jaguar.

“¿Qué sucedía con este tipo de deformación craneal? La distancia que había entre los ojos y la cúspide del cráneo se disminuía porque la cúspide del cráneo se movía hacia atrás. Ésta es una de las adaptaciones al medio que tienen los felinos para acechar. Si nosotros tuviéramos la oportunidad de ver a una persona con este tipo de deformación craneana, seguramente nos recordaría a un felino.”

Como se ha visto, el jaguar es un animal que tiene y reúne en sí mismo innumerables valencias simbólicas. Sin embargo, las que estaban vinculadas al poder de los soberanos no llegaron hasta nuestros días.

“Lo que sí llegó a nuestra época es la idea de que este animal está en el principio y el fin de los tiempos, de que está asociado al caos primigenio original, lo cual lo vuelve un invitado permanente en carnavales y fiestas en las que se trata de romper el orden cotidiano, el orden del devenir tradicional, para llevarnos a ese otro tiempo, a ese otro espacio que es el tiempo-espacio del jaguar”, finaliza Valverde.

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