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En la habitación de su casa, Sergio Pitol Demeneghi sale de un sueño profundo, abre los ojos, ve al visitante y suelta una leve sonrisa que deja ver sus característicos dientes.

En la calle Pino Suárez, el escritor, traductor, diplomático, viajero, amigo, promotor del lenguaje y de la literatura universal pasa la vida a sus 84 años de edad sin poder caminar, moverse ni hablar como consecuencia de la afasia primaria progresiva.

Accedimos al refugio de Pitol con anuencia de Laura Demeneghi, sobrina del narrador. Hace una semana, EL UNIVERSAL no tuvo permiso de verlo, el argumento fue que no querían dejar verlo en un estado tan vulnerable. Ayer, tras la publicación del reportaje Sergio Pitol vive “etapa terminal” sin amigos, Laura accedió a que lo vieramos para “despejar dudas sobre la salud y el supuesto encierro” del premio Cervantes de Literatura 2005.

La casa de Pitol parece detenida en el tiempo. Siguen colgadas en las paredes, como antaño, las fotografías de sus viajes: París, Varsovia, Budapest, Italia, Moscú, Praga, Roma, Pekín, Barcelona; pero ahora para acceder a él hay que anotarse en una bitácora y mostrar una identificación.

Ya luego para poder convivir con el escritor tienen sus reglas: lavarse las manos en la planta baja y antes de entrar a su habitación quitarse los zapatos. Sólo así se le puede observar en un asiento, reclinado, completamente dormido, incluso hasta roncando, tapado con un cobertor.

Treinta minutos con Sergio Pitol
Treinta minutos con Sergio Pitol

La sobrina y cuatro personas más (un chofer, cocinera y dos enfermeras) son el entorno de Pitol, también los viejos Homero y Lola, dos perros que el escritor sacó de un refugio para hacerlos sus acompañantes. Allí siguen, deambulando por el patio.

En el despacho principal del defensor del lenguaje se mantienen las fotografías enmarcadas de sus amigos, incluso de los escritores que influyeron en su vida y obra. El tiempo conserva a León Tolstoi, Oscar Wilde, Antón Pávlovich Chéjov, Franz Kafka, Juan Rulfo, Alfonso Reyes, Manuel Pedroso, Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez y Juan Villoro.

“El maestro en la actualidad no está al cien por ciento de salud, sabemos que tiene una enfermedad progresiva y, bueno... no camina, no habla, no articula palabras”, afirma una de las dos enfermeras que lo cuidan.

“Jamás ha dejado de comer, incluso se alimenta de frutas, verduras, tés y jugos. Aprendió a avisar cuando quiere hacer sus necesidades y es entonces que el chofer lo carga y lo traslada al baño”, agrega.

“Se ha recuperado un poco”, dice la mujer y cuenta que él sonríe cada vez que escucha a Pavarotti. Es su forma de expresar que entiende y está contento. Todas las tardes, la música de ópera inunda la vivienda y de vez en cuando —aseguran sus cuidadores— le leen obras literarias y le muestran imágenes de su vida y sus amigos, sobre todo de Carlos Monsiváis.

Treinta minutos con Sergio Pitol
Treinta minutos con Sergio Pitol

El autor de El desfile del amor y de la Trilogía de la memoria permanece en un reposé flanqueado por dos libreros. En uno de ellos están sus libros escritos en español y traducidos a idiomas como italiano, ruso, inglés, húngaro, chino, polaco y árabe.

Desde el 12 de noviembre de 2014, el Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) tiene la tutela interina. El 16 de diciembre de 2016, la nueva administración del DIF nombró a la doctora Eos López Romero como tutora, en sustitución de Adelina Trujillo. Desde ese día los familiares de Pitol tienen mayor cercanía con el escritor. Sus amigos han manifestado su preocupación pues no lo han visto desde diciembre.

En las redes sociales siguen las muestras de inquietud, Francesca Gargallo escribió: “Hay muchos modos de resguardar a una persona en fase terminal... Muy triste. No es precisamente lo mismo, porque nadie lo explota, pero me recuerda vagamente el caso de Nellie Campobello”. Rebeca Bouchez dijo a EL UNIVERSAL que vio a Pitol por última vez en diciembre, luego por los amigos y los medios de comunicación se enteró que estaba delicado de salud. “Acudí varias veces en el inicio de 2017, llamé por teléfono y llegué a tocar la puerta de su casa y no obtuve respuesta, me comuniqué con los amigos comunes y su respuesta fue la misma que a mi me daban: ‘no se le puede visitar o no tiene autorizadas visitas’”.

En la visita de ayer, Laura Demeneghi vuelve a decir: “No está encerrado, pueden visitarlo”. La visita tiene un regalo: Pitol despierta. Abre los ojos. Le cuentan, con voz muy alta, que tiene visitas, observa al intruso y entonces el delgado octagenario lanza una sonrisa por unos segundos.

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