yanet.aguilar@eluniversal.com.mx

Un escritor algo parecido a Naief Yehya es el protagonista de Las cenizas y las cosas. Un escritor que se autoexilia de México para radicar en Nueva York a finales del siglo XX, que sobrevive en la soledad de su lengua y su literatura, que ve con azoro cómo el mundo revoluciona debido a las comunicaciones tecnológicas, la Internet y la aparición del correo electrónico, y que un buen día es invitado a regresar a México para leer una conferencia e inaugurar un auditorio que llevará su nombre: Niarf Yahamadi.

En su nueva novela, publicada por Literatura Random House, el narrador, ensayista, crítico cultural y “pornografógrafo” propone una historia extravagante y la escribe desde su característico humor corrosivo: el escritor mexicano-iraní Niarf Yahamadi es invitado a inaugurar el auditorio de la Academia Cuauhtémoc de San Ismael para premiar su notable carrera internacional, pero resulta que su carrera literaria ni es notable ni es internacional.

“La historia transcurre en un momento en que nos fuimos haciendo uno con la tecnología, con las comunicaciones digitales, en que estamos entendiendo, descifrando, apropiándonos de estos nuevos medios de comunicación; es el momento en que el correo electrónico todavía parece maravilloso, una dádiva de los dioses y nos facilita la comunicación sin precedente, pero todavía genera misterios, temores y nos causa inquietudes”, señala Yehya.

El ingeniero industrial creó una historia situada en los inicios de la era de la comunicación digital, pero también reflexiona sobre la escritura, el lenguaje, las palabras y la literatura, sobre lo que es un escritor en una ciudad muy poblada y tecnologizada y donde se siente sólo porque utiliza su español, que pocos entienden.

“Ahora podemos ver esos fenómenos con cierto desapego, con capacidad de vernos a nosotros frente a ellos y ver cómo nos cambiaron y cómo en un momento de cambio y de tantas transiciones, la literatura siempre está allí como una de las pocas herramientas fieles para darnos certezas y hacernos entender al mundo”, señala el narrador que radica en Estados Unidos desde 1992.

En su novela, el inmigrante es también un símbolo de esta fusión de culturas. “No sé si ganamos o perdimos, pero sí nos volvimos una cultura más bilingüe. Este personaje que tiene este doble proceso migratorio ha ido perdiendo más de su identidad, se busca a sí mismo en las palabras... Hay una especie de ruptura de comunicación en una era en que la comunicación se está volviendo todo”.

Aunque Las cenizas y las cosas termina pasado el 11 de septiembre de 2001, Yehya no rehuye hablar de la migración mexicana hacia Estados Unidos en los últimos años. Un cambio que, al igual que el de las tecnologías y la comunicación, es brutal.

“Los años de Obama fueron brutales para los mexicanos indocumentado y para los indocumentados en general, pero los vivimos con esta cara sonriente de Obama, los peores horrores tenían algo cotidiano y aceptable y necesario y no tienen nada que ver con la catástrofe como la vivimos ahora, hoy es más por el descaro, por la ostentación; en aquel momento la expulsión anti inmigrante era concesión de Obama hacia la derecha y ahora esta derecha en el poder ha adoptado esta cacería como una cosa de identidad, de definición de su programa, de lo que son y de lo que creen”, afirma Yehya.

El autor recuerda que cuando llegó a EU, lo mexicano era bastante exótico en Nueva York, no se sentía la presencia mexicana, pero pocos años después la hubo “bien fuerte, punzante e inevitable”.

“México da un giro hasta volvernos a convertir en personajes de caricatura, volvimos a ser inmigrantes de sombrero, en esos violadores que se imagina Trump. Ha sido un cambio brutal que lo vimos primero como un chiste, ahora ya nos arrebataron el discurso y nos han convertido en el estereotipo y nos han reducido a iconos para ser denostados”, indica.

Con todo, el también autor de Obras sanitarias, Camino a casa y La verdad de la vida en Marte dice que seguirá viviendo en Estados Unidos. “Ahora que mis hijos están más grandes quiero venir más y pasar temporadas más largas, pero yo sí seguiré allá. Ya llevó 25 años”.

Naief Yehya asegura que escribió Las cenizas y las cosas como una experiencia vivencial y, en cierta forma autobiográfica. Dice que aunque de muy remota manera, sí hay elementos autobiográficos, pero el énfasis que él pone en las palabras fue accidental. “Refleja más mi condición que una intención literaria”.

Asegura que hoy en día hay un cambio brutal en las comunicaciones. Que en los años 80, específicamente en 1985, las comunicaciones se convirtieron en una cosa que todos podíamos tocar; 10 años después, en el 95, es el año en que él considera que todos entramos a la red, y después, en 2005, dice Yehya, esta red pierde todo su carácter rebelde, iconoclasta, democrático y emparejador, se empieza a volver otra cosa. Y en 2015 ya estábamos dentro de las redes sociales de lleno.

“Esas décadas han transformado nuestra percepción de lo digital de una manera brutal, es decir, de un medio experimental que se articulaba en el riesgo de la búsqueda, en la fascinación y curiosidad, hemos llegado a un lugar de complacencia, de absorción de nuestro tiempo. Es la gran coladera del tiempo, la coladera de la tensión, de las pasiones y se ha convertido en un muy poderoso espacio, pero creo que a veces la fascinación de ofrecer lo que tú eres es a cambio de nada; en la promesa de tener likes y retuits estamos hipotecando nuestra creatividad”.

No es que Naief Yehya reniegue de la redes, si alguien está muy activo en la comunicación digital es él. Por eso ha logrado en esta novela dar cuenta de lo que ha pasado con ese fenómeno desde la distancia de los años. “Estamos mejor en muchos sentidos que hace 30 años, en términos de comunicación, de cultura y acceso, pero también el costo ha sido grande. Es casi como un Caballo de Troya, que es un regalo maravilloso pero cuyo costo a la larga es fuerte”.

Google News

Noticias según tus intereses