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Valeria Luiselli (1983) es una de las escritoras más notables de la literatura mexicana. En seis años ha publicado cuatro libros, dos novelas: Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013); y dos ensayos: Papeles falsos (2010) y Los niños perdidos. (Un ensayo en cuarenta preguntas) (2016), este último nació de su labor como traductora de niños migrantes en la Corte migratoria de Nueva York.

Su obra ha sido traducida en más de veinte países, en 2015 la versión en inglés de La historia de mis dientes se situó entre los mejores libros del año y estuvo nominado al National Book Critics Circle. La colaboradora de The New York Times, The Guardian y El País, que da clases en la Hofstra University de Nueva York, habla en entrevista con EL UNIVERSAL de sus proyectos y apuestas literarias, de su nueva novela, de México, de Estados Unidos donde radica desde hace seis años con Álvaro Enrigue, su marido, y Maia, su hija.

Valeria habla también de la Teenage Immigrant Integration Association (TIIA), que fundó con sus alumnos de la Universidad, para promover la integración de niños y adolescentes migrantes centroamericanos a EU.

¿Cómo te acercaste a los niños migrantes?

—Los niños siempre me causan fascinación y curiosidad, son seres un formación, siempre como con destellos de locura y destellos de genialidad; por otro lado doy clases a adolescentes y quizás soy yo misma un poco infantil. He estado siempre en contextos extranjeros, como traduciéndome a mí misma, traduciendo mi historia de vida para que otros me entendieran. Siempre he jugado un rol como de traductora y supongo que todo eso ha posibilitado un diálogo con los niños con que me toca hablar en la Corte.

¿Vuelves a la niña que fuiste, que se adaptaba y se readaptaba?

—Mi infancia en muchísimos sentidos es incomparable con la realidad de estos niños, pero sí la sensación muy al fondo es como de no pertenencia nunca a ningún contexto, un contexto de extranjería profunda, de no adecuarse del todo y esa sensación más abstracta pero al mismo tiempo bien concreta es la que supongo que teje un espacio común para el diálogo pero de ninguna manera veo una relación directa de mi experiencia de infancia en varios países y la experiencia de estos niños.

¿Cómo te volviste traductora de niños migrantes en la Corte y luego cómo surgió Los niños perdidos?

—En 2014 se declaró la crisis de niños centroamericanos migrantes, en diciembre de 2014 me puse en contacto con las abogadas de la Corte para unos primeros entrenamientos, me dieron literatura al respecto, informes para irme empapando y a principios de 2015 empecé a trabajar. Este ensayo lo escribí en inglés en octubre de 2015, luego en español, ocho meses después.

John Freeman, que fue mi editor en la revista Granta me empezó a animar a escribir sobre la cuestión en la Corte porque había dejado de ser noticia pero seguía siendo una realidad cotidiana y por muchos sentidos iba a volverse más y más grave y no había un testimonio más profundo del asunto. Primero me resistí porque sentía que no tenía las herramientas y no entendía perfectamente bien el sistema legal, había muchas cosas que me hacían ruido y que me hacían pensar que no era el momento para escribirlo. Con el tiempo fui sintiendo que sí, que era importante hacerlo, que había adquirido más herramientas, y pensé que un ensayo largo sobre el tema.

Quise escribirlo primero en inglés para que la comunidad intelectual que escribe columnas y está en los medios, tuviera un lenguaje y una herramienta para traer a primer plano la historia de esos niños que fácilmente queda relegado; pensé que era la manera de darle visibilidad y continuidad y que le empezara a interesar a más gente y se volviera tema de discusión.

¿Pero tu trabajo continúa?

—Menos en la Corte y más en mi Organización de la TIIA que trabaja en los pueblos y comunidades donde llegan adolescentes migrantes y en donde están peores las condiciones. Con mis alumnos formamos el TIIA y hacemos actividades de todo tipo con algunos chavos que siguen sin tener papeles y otros que sí los han conseguido. En breve vamos a empezar un entrenamiento especial con la Young Center for Immigrant Children’s Rights para trabajar con niños que llegan y no encuentran a familiares o los encuentran pero sufren maltratos peores de los que huyeron y están en custodia del sistema federal en casas parecidas a cárceles.

Luego quiero seguir con TIIA que es la organización que yo quiero que crezca, que pueda establecer lazos con otras universidades, de hecho estoy empezando con una universidad de King, hay una persona que quiere hacer una TIIA allá para que pueda ser una especie de red, no sé, ojalá nacional o por lo menos regional, de apoyo a jóvenes migrantes que está fincada en las universidades.

¿Te imaginabas todo este trabajo cuando te fuiste a estudiar a EU?

—No, aunque no viene de la nada; mi preocupación por la migración es vieja, en la UNAM me titulé con una tesis en filosofía política sobre una crítica a la teoría de la justicia de John Rawls desde el punto de vista de la migración ilegal de México a EU. Desde que tenía 19 años empecé a investigar, me gradúe a los 23, el tema nunca dejó de ser importante, volví al tema el mismo mes en que entregué mi tesis doctoral. Por otro lado vengo de una familia donde sobre todo las mujeres han trabajado mucho en comunidades vulnerables.

¿Los dos encuentros de niña con Nelson Mandela te marcaron?

—Fue una enorme fortuna tener acceso a una de las poquísimas personas con verdadera estatura moral del siglo XX, porque vivimos en un mundo muy pobre de verdadero compromiso. Yo lo conocí en un espacio breve, una tarde en su casa con otros niños de otros países. ¿Quién sabe dónde estén esos niños que ahora son adultos como yo?, regados por el mundo pero estoy segura que todos recuerdan esa tarde.

¿Cómo compaginas la Corte, TIIA, las clases, la familia, la literatura?

—¿Ves estas ojeras?, duermo poco, estoy agotada. Tengo que encontrar una manera de equilibrar mejor, siempre estoy rebasada. Escribo diario, diario, diario. La colaboración en El País es una columna chiquitita pero me toma un día pensarlo, hacer mis notas. Me importa mucho tener un espacio, en México no tengo un espacio público, eso me ha entristecido bastante. Es un espacio de diálogo con mi comunidad lingüística y es algo que me obliga a seguir escribiendo en mi lengua siempre, todas las semanas, porque las últimas cosas que he escrito de más largo aliento, como este ensayo lo he escrito en inglés y luego lo reescribí en español.

¿Es característica de tu literatura?

—El español es mi lengua materna, aunque aprendí a leer y a escribir antes en inglés porque vivíamos en Corea e iba a una escuela gringa, pero el español lo tengo en los huesos. El bilingüismo es casi lo mío o moverme entre varias lenguas ha sido parte constitutiva de lo que he escrito.

¿Escribes tu novela en inglés?

—Está escrita originalmente en inglés, aunque ya hay varios tramos en español porque durante un tiempo decidí que quería hacerlo simultáneamente, soy poco práctica pero ha funcionado porque los pasajes que escribí simultáneamente como un ping pong, tres frases en inglés tres en español, son los mejores de la novela, tienen una fuerza que otros no. Pero no pude continuar así toda la novela porque a veces tenía que concentrarme en afinar la voz, el ritmo, la trama y no podía pensar en tantos niveles. Tengo como 20 páginas en medio de la novela que todavía no amainan y si logro escribirlas como las concibo va a ser una muy buena novela, si no pues quizás no era tan buena. Son 20 cuartillas técnicamente muy complicadas que requieren de una destreza que me está costando pero es lo más chingón de este trabajo.

Así es todo lo que escribes, una revolución, un salto al abismo...

—Soy muy exigente, muy meticulosa y dedicada, pero no es difícil porque me apasiona profundamente lo que hago, no sería feliz haciendo nada más que esto. Por eso no tengo prisa. Para mí lo más importante es seguir haciendo lo que se me pegue la gana. Tener la libertad de explorar y hacer lo que se me antoje. Soy súper dedicada.

¿Sigues asumiendo la escritura como en tu primer libro?

—Suena cursi pero sí, como un espacio de absoluta libertad y como el único espacio donde puedo seguir siendo rebelde, porque siendo mamá no, ni viviendo en Estados Unidos, además soy maestra, ya no puedo ser rebelde. Ahora el único espacio de rebeldía que tengo es el de la escritura.

¿Cómo ves México desde la distancia y desde Estados Unidos?

—Me preocupa mucho lo que viene, realmente es muy imprevisible y no será bonito; del lado de EU están las cotidianas muestras de violencia y racismo contra las comunidades, la institucionalización de políticas discriminarotias, todo eso me preocupa y me duele, me agarro de cosas como la TIIA y de movimientos que están creciendo en EU y me dan esperanza. Y México está en una situación vulnerable por cosas concretísimas: nuestra economía es muy dependiente de la economía gringa, porque hemos sido ya humillados por este imbécil durante meses y meses, creo es muy importante que el próximo presidente o presidenta sea una persona que tenga la entereza moral y la fortaleza para ponerle un hasta aquí a ese psicópata que ojalá no dure mucho, pero hasta ahorita va a ser presidente cuatro años y tal vez ocho. No podemos tener un presidente que sea como el perro faldero de Trump ni que le haga el mandado.

¿Debemos ser más actores?

—Me frustró muchísimo que Peña Nieto se comprometiera a jugar su parte en las deportaciones de migrantes centroamericanos, nosotros haciéndole la tarea sucia a Estados Unidos de deportar a migrantes centroamericanos que por cierto muchos tienen el mismo derecho de pedir asilo político en México como lo intentan lograr en la Corte de Nueva York. Ante eso, ¿dónde están las instituciones?, ¿por qué la UNAM, mi Alma Mater, soy puma hasta la muerte, pero por qué la UNAM no ha salido a decir “esos chavos de edad universitaria de Honduras, El Salvador, Guatemala que están aquí en un limbo porque no pudieron cruzar, nosotros los aceptamos, les damos becas”, por qué no? ¿por qué si las universidades gringas están aceptando a estudiantes universitarios de México, de Centroamérica y de dónde sea, nosotros no? Me avergüenza muchísimo la manera en que México ha respondido a la crisis de migración centroamericana, y creo que esa vergüenza fue la que me sentó en la Corte de Nueva York.

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