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A Selva Almada la atosiga la muerte, pero no como un asunto que intelectualiza, sino como una situación tan natural que va de la mano con la vida. Su narrativa es imperativa con la so-noridad, con el ritmo, con las voces y con la naturalidad de los lenguajes de su tierra, esa tierra adentro de la que proviene y que la ha convertido en una de las voces más frescas, potentes y reveladoras de la literatura argentina contemporánea.

La escritora nacida en 1973, en un pequeño pueblo llamado Villa Elisa, perteneciente a Entre Ríos, en la provincia de Argentina, ha cosechado una gran cantidad de lectores con una narrativa “rural”, muy del interior, es decir, de provincias; una literatura que ha dejado asombrados a muchos pues habla desde lo regional, lo auténtico y la naturalidad de lo cotidiano.

Selva Almada asegura que siempre ha habido una literatura provinciana con autores muy importantes, pero en realidad lo que ha ocurrido es que quizás no tuvieron la circulación de otros escritores que escribían y vivían en Buenos Aires.

“Las historias sí eran pequeñas y sí eran cotidianas pero estaban centradas en las ciudades y en los problemas de la gente que vive en las ciudades, en los pequeños y cotidianos problemas de personajes nacidos y criados en la ciudad, y creo que en realidad en lo que varía un poco mi literatura es que sigo hablando de los pequeños y cotidianos problemas, pero ya no de la gente que vive en la ciudad sino la gente que vive en el interior del país; o sea, mis historias transcurren en otras geografías donde por supuesto las cotidianidades y las problemáticas son distintas y creo que eso es lo que vine a traer con mis libros, que no diría tampoco que son una novedad”, señala la escritora.

En entrevista, a propósito de su nuevo libro, recién llegado a México, titulado El desapego es una manera de querernos y publicado por Literatura Random House, la narradora asegura que quizás la única diferencia es que su literatura en lugar de ver hacia adentro de las ciudades mira hacia afuera, hacia el interior del país, que es una zona vastísima, con muchas regiones y cada una con sus particularidades, desde el lenguaje, hasta la forma de ser y de vivir de las personas.

Ella trabaja fundamentalmente con la zona del norte del litoral y particularmente de Entre Ríos, que es el lugar donde nació, se crió y donde vivió gran parte de su vida. “Otra cosa que llama la atención en mis relatos es que el paisaje tiene un papel muy importante, no actúa sólo como un telón de fondo, sino que hay una interacción permanente entre el paisaje y los personajes”.

La autora de otros libros como Chicas muertas, Ladrilleros, El viento que arrasa, Niños y Mal de muñecas, también le da una gran importancia a la sonoridad y a la música del relato. Ha recuperado un amplio repertorio de palabras o de frases hechas que son muy particulares de su región, maneras de decir ciertas cosas, giros idiomáticos, lo que le brinda a sus relatos una musicalidad y un ritmo.

“Sigo trabajando siempre con esas zonas, con las zonas de la periferia, con las zonas de tierra adentro de Argentina, eso es ahora lo que me interesa, no sé qué va a pasar después de unos años, quizás me encuentre escribiendo un relato totalmente urbano pero por ahora me sigue interesando esa geografía para mi literatura... A mí las tramas no me interesan tanto, me interesa porque está acompañada de un trabajo intenso sobre el lenguaje”, señala la autora.

Luego de este libro de relatos que explora profundamente la vida y la muerte desde la mirada infantil, Selva Almada ya escribe una nueva novela que vuelve a situarse en las regiones, un libro atípico porque nace de la adaptación al cine de la novela Zama, de Antonio di Benedetto, dirigida por Lucrecia Martell; una novela fundamental de la narrativa argentina.

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