Una noche insomne, el joven Julio preguntó a su padre, el vate (Tuxtla Gutiérrez, 25 de marzo de 1926-Ciudad de México, 19 de marzo de 1999) por qué la mayor parte de su poesía está escrita en primera persona. Él le contestó que esa fue una decisión muy consciente, desde que comenzó a escribir poesía.

Así lo comentó el mismo Julio, primogénito del poeta de ascendencia libanesa, la víspera en el , durante el homenaje que la Secretaría de Cultura Federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) rindieron al autor de “Los amorosos: Cartas a Chepita” (2009), poemario que dedicó a su esposa, en ocasión de su cumpleaños 90.

“Es una manera de favorecer la comunicación con el lector”, abonó a la respuesta que dio a su hijo, quien con la voz entrecortada por la emoción y el recuerdo, apuntó que “ahora, a 17 años de su muerte, en esta conmemoración pienso que hasta ahora, esa gran apuesta literaria la va ganando Jaime Sabines”. El público asintió con la cabeza y con las palmas.

Julio, quien estudió Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y es investigador en el Centro Estudio de Historia de México de la Fundación Carlos Slim y también escribe, pero sin animarse a publicar, tiene una legión de seguidores que espera impaciente que algún día acepte una propuesta para dar a conocer su obra lírica.

Antes, al ser presentado en la mesa donde también vertieron sus comentarios el periodista Fernando Rivera Calderón y el cineasta Claudio Isaac, moderados por la comunicadora Pilar Jiménez, Julio se dijo agradecido por haber sido invitado por la Coordinación Nacional de Literatura del INBA para hablar “de un hombre al que conocí muy bien”.

Hurgó en su memoria familiar. “Fue bueno vivir y crecer a su lado. Lo recuerdo como el padre amoroso, generoso y respetuoso; Y como el gendarme atento al comportamiento en la mesa, la higiene personal y la disciplina con las tareas escolares. En ambos casos, era misterioso; de conocer entonces la palabra excéntrico, yo habría dicho que era excéntrico”.

Recordó que a veces, Jaime Sabines llegaba a casa y se metía a un cuarto lleno de libros que, con el paso del tiempo, él y sus hermanos menores aprendieron a llamar biblioteca. “Se metía allí después de comer y nos pedía a mi mamá que los niños no hiciéramos bulla porque iba a trabajar un rato.

Por supuesto esas palabras lo único que hacían en nosotros los niños era despertar la imaginación y la curiosidad. Alguien de nosotros se ponía de banco y otro se asomaba por la ventana. Lo más extraño era lo que parecía suceder dentro”.

Cuando el resto de los chicos preguntaba qué pasaba dentro de la biblioteca y qué hacía exactamente el padre de todos ellos, la respuesta acrecentaba la curiosidad y el misterio. “La respuesta, invariable, era: nada más está viendo la pared”. Con el tiempo, padre e hijo tuvieron una relación más estrecha, viajaron juntos, y fueron grandes amigos.

Jaime Sabines Gutiérrez, fue hijo de Julio Sabines, quien llegó de Líbano a América siendo un niño, y en México logró ingresar al Ejército. En 1914 ya tenía el rango de mayor.

Su madre, Luz Gutiérrez, formó parte de la aristocracia chiapaneca, que años después perdió todo con el levantamiento armado de la Revolución Mexicana de 1910.

Jaime tuvo dos hermanos, Juan y Jorge. Su infancia y adolescencia transcurrieron en la provincia de Chiapas. Muchas noches, su padre solía contarle a él y a sus hermanos las historias que su memoria había conservado de “Las mil y una noches”. Años después, el poeta reconocería en aquella tradición oral su primer contacto con la mejor literatura.

“¿Nací poeta? Esto no tiene más respuesta que sí”, reconoció en algún momento Jaime Sabines. Su interés por la poesía sucedió desde temprana edad: De niño su madre le hacía recitar poemas. Sabía de memoria “El declamador sin maestro” y en la secundaria se convirtió en el orador oficial. A los 17 años comenzó a escribir versos, que no publicó.

Lo hizo hasta los 23 años, cuando supo que tenía una voz propia. En 1945 viajó a la Ciudad de México para estudiar Medicina, en ese tiempo de soledad pudo leer y escribir. La Biblia se convirtió en su libro de cabecera y solía decir que en esos años de soledad se hizo poeta. En 1949, dejó Medicina para estudiar Lengua y Literatura Castellana.

En ese tiempo escribió “Los amorosos”, uno de sus poemas más conocidos, que aparece en “Horal”, su primer libro, publicado en 1950. En 1951 publicó “La señal”, y escribió “Adán y Eva”, su primer poema largo que sería publicado 11 años después, destacaron en posteriores comentarios los panelistas invitados al cumpleaños 90 de Jaime Sabines.

En 1952 se casó con Josefa Rodríguez, “Chepita”, y se hizo cargo de “El Modelo”, una tienda de telas. Tras el mostrador de ese establecimiento escribió su poema “Tarumba” (1956), del que decía era “un canto a la sobrevivencia”. En 1959 obtuvo el Premio Literario que otorga el gobierno del estado de Chiapas y a ese le siguieron muchos más.

Entre ellos, el Premio Xavier Villaurrutia (1973), el Nacional de Ciencias y Artes (1983) y la Medalla Belisario Domínguez (1994). “Jaime Sabines es un poeta vivo. Pareciera que está aún aquí, porque su obra se sigue leyendo. Es un escritor fundamental para la literatura en español; actualmente se lee en su idioma y en otras lenguas”, señaló Jiménez.

rqm

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