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La muerte de Roland Barthes, consecuencia de un vulgar atropellamiento hace 35 años, estuvo cargada de signos e ironías. El 16 de junio de 1978 el semiólogo y filósofo francés, huérfano, se quejaba de una molesta mujer a la que apenas conocía, que le llamaba por teléfono “inútilmente” para decirle que pusiera atención al atravesar la calle. “Mi madre nunca me dijo nada de eso. Nunca me hubiese hablado como a un niño irresponsable”, apuntó Barthes en una papeleta que se publicó en su póstumo Diario de Duelo, cuya redacción inició el 25 de octubre del 77, al día siguiente de la muerte de su madre.

El chofer de la furgoneta de lavandería que arrolló a Barthes el 25 de febrero de 1980 en la Rue des Écoles, frente al Collège de France, irónicamente no logró la muerte del autor, quien pasó a mejor vida un mes después en el hospital Pitié-Salpêtrière por complicación pulmonar.

“Reivindico vivir plenamente la contradicción de mi tiempo, que puede hacer de un sarcasmo la condición de la verdad”, escribió en Mitologías como premonición de su atropellamiento.

Barthes llega su centenario el próximo 12 de noviembre con una obra vigorosa. Sólo en México, desde que Siglo XXI tradujo por primera vez al español y publicó en 1970 Mitologías, ha vendido 185 mil 500 ejemplares de los 12 títulos clave de este autor en su catálogo, que han llegado algunos hasta las tres ediciones y 17 reimpresiones.

Sólo Fragmentos de un discurso amoroso (1982) ha vendido 34 mil copias. El grado cero de la escritura (1973), 32 mil; Mitologías (1970), 33 mil 500 y El placer del texto (1974), 32 mil, por ejemplo.

El placer de leerlo. Jaime Labastida, Adolfo Castañón, Raúl Dorra y Alberto Paredes coinciden en una de las razones de la vigencia y popularidad del intelectual: da placer leerlo, más allá de sus aportaciones teóricas en la semiótica y la literatura, de su estructuralismo o posestructuralismo o de la versatilidad en sus objetos de estudio.

“Lo más importante de Barthes es su escritura, deslumbrante y luminosa, que es una delicia”, señala Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua y de Siglo XXI, quien afirma que Barthes ponía el estilo en un segundo plano. “No sólo eso, él no quería hablar del sujeto, él planteó ‘la muerte del autor’. Sin embargo, lo que resplandece aquí es el conjunto Barthes que deslumbra”.

Labastida lo compara con Paz que dice no era un pensador original “lo que tiene de característico es el estilo. Tenía una cultura vastísima y hacía exámenes deslumbrantes de cualquier cosa, pero no porque hubiera desarrollado una teoría que le fuera propia ni porque tuviera una aportación original en la metodología”, sostiene.

Labastida dice que en Barthes es fundamental su estilo de escritura y sus análisis brillantes y específicos, por eso cuatro o cinco de sus libros fundamentales siguen siendo material de lectura” y dice que El placer del texto es un libro al que acude constantemente.

“Me gusta mucho la expresión de placer del texto, qué nos produce el amor a la lectura, a la palabra, al amor del texto. Ese respeto por la literatura y la escritura, sigue vigente de Barthes para nosotros. Era muy buen escritor. ‘Lo poco y bien dicho se finca en el corazón’”, dice el filósofo citando al Arcipreste de Hita”, apunta Labastida.

Por su parte, Adolfo Castañón, traductor de Diario de Duelo y editor de Michelet para el FCE, dice que Barthes creía profundamente en la necesidad de escribir, de comunicarse por escrito y de hacer de la escritura una especie de gimnasia, terapia, puente o viático, catarsis o remedio, además de no ser un lector pasivo ante las evoluciones del conocimiento y de la técnica, sino que siempre estaba dispuesto a ser fecundado por la filosofía, el estructuralismo, los acontecimientos políticos, la semiología o el teatro.

“Barthes es una figura singular, profunda que supo ir abriéndose en su experiencia intelectual a los distintos momentos críticos de la cultura francesa del siglo XX. Es una especie de viajero que va atravesando distintos territorios del conocimiento, navegante que va cruzando distintos mares, como el estructuralismo, la semiología, la fotografía, el marxismo, la cultura popular, la sociología, la crítica política”, explica el crítico literario, quien en ese sentido le halla un parentesco intelectual, un ‘aire de familia’, con Carlos Monsiváis, Tom Wolfe, Susan Sontag y Michel Foucault”, afirma Castañón.

Agrega Castañón que Barthes es un hombre de su tiempo, de su ciudad y también de nuestro siglo, que no quiso que le fuera ajeno nada. Castañón, subraya las facetas de Barthes como historiador y periodista, también la influencia que tuvo en la renovación de la crítica literaria en América Latina, a través de Jorge Aguilar Mora, Héctor Manjarrez, Christopher Domínguez, Enrique Pezzoni o Eduardo Milán.

Ecce Hommo.Su experiencia como traductor en Diario de duelo muestra a un Barthes muy humano, de carne y hueso, que no da lecciones sino que es más íntimo. “Barthes es un escritor disidente de la sexualidad convencional, es decir era homosexual, no fundó familia, no es un patriarca como pueden ser otros escritores, es más bien solitario. En ese sentido el diario es un libro muy conmovedor”.

Castañón también cuenta con emoción que ya leyó en francés la nueva biografía de Barthes de Tiphaine Samoyault, dice que en ella se revela a un Barthes con actividad política, aunque para él fue un “político apolítico”; también que al igual que otro crítico literario, Antonio Alatorre, tuvo una formación musical y descansaba tocando el piano e improvisando. “Una de las cosas que dice Samoyault es que en la escritura de Barthes hay una cierta armonía que sólo se puede explicar en términos de una formación musical”, adelanta Castañón sobre la nueva biografía, aún sin traducción.

Obra inacabada. El argentino Raúl Dorra, fundador del Programa de Semiótica y Estudios de la Significación de la BUAP, afirma que Barthes fue un contestatario en su teoría sobre “la muerte del autor”, que se atiene a mover las estructuras en las que se asienta el pensamiento occidental, como es la del “sujeto”, pues el pensamiento de Barthes, que pasó del estructuralismo al posestructuralismo, fue derivando hacia un espacio más amplio, el de la comunicación en general”.

Otro aspecto que le interesa a Dorra es el Barthes escritor. “Él se quería sobre todas las cosas un escritor, alguien que estuviera siempre en una situación entre pensar y realizar la escritura.

Además, asegura que es como si Barthes estuviera siempre en esas fronteras entre un pensamiento más o menos sistemático, teórico, y una estética verbal que tiene su apoyo en la construcción de un relato. “Aparte de eso, su forma de escribir es fragmentaria, de mucha actualidad. Fragmentaria quiere decir que él no desarrolla su pensamiento en páginas y páginas, sino que trabaja por destellos, por iluminaciones, revelaciones. Eso lo ha hecho un autor impresionante porque no necesita demasiado espacio para proponer más que una idea, una intuición, que llegue como una revelación de algo”.

Ante la pregunta de si Barthes deja una obra inacabada, Dorra afirma que sí y además como su modo de escribir es fragmentario, todo lo que fue apareciendo después de su muerte revela este pensamiento “por imágenes más que por ideas o conceptos acabados. Una gran parte de su obra justamente es una obra inacabada, son fichas de trabajo, apuntes de clase, notas para un curso, aparte de lo que escribió de manera más dedicada y sistemática. Barthes no da la sensación de seguir una teoría de manera lineal, sino de abordar las preocupaciones de su momento desde diversos puntos de vista”.

Alberto Paredes, crítico y ensayista, señala que Barthes es uno de los pensadores franceses esenciales de siglo XX que llevó el texto breve y el fragmento a un grado muy poderoso a través de una prosa que “es un placer”.

Asegura que su obra se caracterizó hasta antes de 1970 por el establecimiento de una disciplina y metodología muy rigurosas y explícitas, pero en la última década de su vida dio un giro impresionante y muy fértil a su manera de trabajar intelectualmente, cada vez menos fiel a su propia metodología, de la que se fue liberando progresivamente, y fue cuando desarrolló una obra plena de creación literaria.

“Es cuando nos entrega sus obras más fértiles y dignas de ser releídas constantemente. Es cuando a la fotografía con un libro totalmente iluminador (La cámara lúcida), que proviene de una libertad y flexibilidad intelectual, u otro sobre Japón (El imperio de los signos)”, señala.

También de esa época es su famoso libro Fragmentos de un discurso amoroso, donde Barthes ya está totalmente pleno como escritor y habla de él en tanto ser de sentimientos,,sensibilidad, pasión y titubeos “su ser amoroso es lo que él estudia y escribe en ese libro. (Trata) del placer, de sus angustias, hay varias entradas que son conmovedoras donde él expresa un yo emocionalmente muy pulsional, inmaduro, nervioso, dependiente. Con este libro Barthes es ya uno de los grandes escritores del siglo XX, pasó de una disciplina de semiólogo a decir: ‘yo, semiólogo, voy a expresarme a mí mismo, a mi inconsciente, a mis pulsiones, a mi ser emocional, no a mi ser racional’”, sostiene Dorra.

Paredes recuerda que Alberto Ruy Sánchez y Jorge Aguilar Mora fueron discípulos de Barthes quien dirigió sus tesis de doctorado en París. El también reconoce la influencia del autor de Abismos de papel: los cuentos de Julio Cortázar y El arte de la queja (la prosa literaria de Ramón López Velarde.

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