En marzo pasado, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM organizó un homenaje con motivo de los 45 años de docencia de uno de sus profesores más queridos: Enrique Ruiz García, más conocido como Juan María Alponte. Escritor —autor de 37 libros—, periodista —sus artículos han aparecido en los principales diarios mexicanos desde hace más de 40 años, y ahora mantiene un blog en Internet—, asesor de presidentes y senadores, conferencista y profesor universitario, llegó a México en 1968, poco después de ser expulsado de España por el gobierno de Francisco Franco.

La Guerra Civil española

Aunque mayor que sus hermanas, Enrique era un niño de sólo 12 años cuando perdió a su padre.

“Yo viví la Guerra Civil española como una barbarie. En 1936 mataron a mi padre y lo arrojaron a las puertas de mi casa, en Santander, donde nací en 1924. Si bien era un niño, supe en seguida que en una guerra civil no hay buenos y malos, que todos son iguales. Mi padre, Restituto Enrique Ruiz García, era un buen hombre. Ésas son cosas que pasaron y que constituyen un acervo, pero hay que elegir entre el odio y la inteligencia, y yo elegí la inteligencia, no la venganza ni el horror de la persecución del otro. A mi padre lo mataron y a mí me expulsaron. El gobierno de Franco tuvo esa delicadeza.”

La noche de la expulsión sacaron a Enrique de su celda para el último interrogatorio. Uno de sus carceleros le dijo que tenía que elegir entre quedarse en España y el exilio.

“‘Pues mire, no me quiero quedar con ustedes, así que...’, respondí”.

Aquel hombre le informó que saldría temprano. Y así fue: a las seis de la mañana lo llevaron directamente de la cárcel al aeropuerto, mucho antes de que despegara el avión.

“Supongo que me consideraban peligroso porque en la escalerilla ya estaban algunos policías, seguramente para que no me escapara. Yo era un profesor y escritor que les causaba muchos problemas. Al personaje que me interrogó le dije que sabía que me mandaban a Francia, pero que era como si me quedara en el país, pues en Francia tenía muchos amigos. Él me contestó que lo sabían, que sabían que yo era muy famoso.”

En Francia lo trataron muy bien y pronto consiguió un empleo en la UNESCO y viajó a Washington para asistir a un congreso internacional sobre la educación. Ahí, los estadounidenses, que sabían que era un exiliado, le ofrecieron quedarse en su país.

“Pero decidí venir a México porque pensé que aquí podía ser mucho más útil. Llegué en 1968, poco después de salir de España.”

Casi de inmediato, Enrique empezó a trabajar tanto en la radio como en la prensa (en el periódico El Día). Cuando comenzaron los conflictos estudiantiles de lo que se conocería como el Mayo Francés, El Día lo envió a París como corresponsal. Al regresar a México le tocó presenciar otro movimiento estudiantil: el de los universitarios y politécnicos. Sin embargo, el 2 de octubre voló a Nueva York, donde se enteró de la matanza ocurrida en Tlatelolco, que para él fue terrible.

Cuatro años después, en 1972, el presidente Luis Echeverría dio la orden terminante de otorgarle a Enrique la nacionalidad mexicana en un solo día.

“Durante un día entero, los funcionarios responsables me trajeron de un lado para otro y, en la noche, las autoridades me recibieron ya como ciudadano mexicano. Desde entonces he trabajado por el país con una dedicación total.”

Libros dedicados

En la biblioteca de la casa de Alponte, al sur de la ciudad de México, abundan las obras dedicadas a él por diversos autores, desde premios Nobel de Literatura (como el colombiano Gabriel García Márquez y el español Camilo José Cela) hasta presidentes de distintos países (como José López Portillo, de México, y Francois Mitterrand, de Francia).

“Quizá por mi carácter, exento de lo que podríamos llamar la rigidez ideológica o el yo existo, yo soy el primero, he compartido siempre mi vida, y eso lo han sabido todos los que me conocen. Mitterrand sabía que yo era así, y en uno de sus libros me puso esta dedicatoria: Avec bien cordial hommage, que dicho por un presidente es una cosa muy seria.”

En una de las paredes de la sala destaca un cuadro. Se lo regaló Siqueiros. Está firmado por él y por Angélica Arenal, su esposa. El pintor ya estaba enfermo y le decía a Alponte que no quería morir sin volver a España, pero que le tenía miedo al gobierno de Franco.

“‘No te preocupes por Franco, vas a ser muy bien recibido. Nadie se va a atrever con el Coronelazo’, le contesté. Ese día me regaló el cuadro.”

Gabriel García Márquez y Alponte fueron muy amigos. Los dos estaban desterrados en México en la década de los años 60, y cada uno hacía un artículo para un periódico y una estación de radio de Bogotá.

“El día en que enviábamos los textos, nos reuníamos en la mañana para ver si no decíamos lo mismo. Y cuando recibíamos el cheque, nos poníamos muy contentos.”

Muerte de Franco

El 20 de noviembre de 1975, día en que Franco murió, Alponte estaba en París y le llamó por teléfono al poeta Rafael Alberti, que vivía en Roma, para darle la noticia.

“Al otro lado de la lína se escuchaba un respirar muy hondo. De pronto oí la voz ronca de Rafael: ‘¿Tú crees, de verdad, que El Inmorible ha muerto? ¿Por qué no hacemos los dos juntos el viaje de regreso a Madrid’, me dijo. Quedamos en que un día entraríamos juntos a Madrid, y en 1977, en la Plaza Mayor, todo mundo reconoció a Rafael por sus barbas y su melena. Unos muchachos, para burlarse o para divertirse, gritaron: ‘¡Viva Franco!’ Como respuesta —nunca lo olvidaré—, Alberti dijo: ‘¡Sois unos hijos de puta!’”.

México y España

Según Alponte, se puede decir que él siempre ha estado en México, y esto es muy curioso porque, aunque pudo quedarse en Francia o Estados Unidos, lo que tuvo con nuestro país fue un enamoramiento, cosa que, piensa, irritó a los republicanos.

“Con ellos tuve muy poca relación porque yo vivía en México trabajando para México. Ellos seguían pensando en España como fundamento de su vida, en tanto que yo me integré totalmente a México. Conservé lo bueno del origen y pensé que mi desarrollo era el cambio.”

Después de la muerte de Franco, Alponte no sintió la necesidad de regresar a España, y no ha vuelto ni le interesa volver, pues no tiene nostalgia de la madre patria.

“Me interesa España como problema, como realidad, igual que Francia o Alemania, pero he organizado mi vida aquí, donde voy a morir, no hay la menor duda. Yo elegí muy bien. México se me metió en el corazón, absolutamente. Elegí México por una razón muy sencilla: creí que sería más útil aquí porque tengo conocimientos que no tienen otros y porque tengo una manera de expresarlos que se traslada muy fácilmente al otro. No poseo ningún espíritu imperial de yo sé, yo gobierno. Y aunque haya trabajado para el poder, fui totalmente independiente, en el sentido de que a los discursos que hacía nunca le borraron una línea.”

Proyecto humano

Alponte le ha señalado al poder que en México no estamos ante una ola de violencia, sino ante una verdadera guerra civil que transforma la violencia en barbarie.

“Iguala es la barbarie. Y añado, con Hanna Arendt, que toda violencia viene precedida, siempre, por la mentira. No se puede gobernar desde la mentira y sin el auxilio de la ley. De la violencia se puede salir; de la barbarie, no. Y estamos en la barbarie.”

Por lo que se refiere a su más reciente libro —Dialéctica histórica. México-Estados Unidos y América Latina—, surgió a partir de varias conversaciones que sostuvo con Octavio Paz.

“Paz me decía que México no tiene ninguna tradición crítica, sino una historia nacionalista y patriótica. Este libro obedece justamente a la necesidad de pensar en la historia de México como una historia crítica; es una recuperación de la memoria histórica y del encuentro de las tres grandes unidades: México, Estados Unidos y América Latina.”

Hoy en día, Alponte tiene 91 años. La mitad los ha dedicado a la enseñanza en la UNAM.

“Llevo 45 años de dar clases en nuestra Universidad, aunque ahora estoy en mi año sabático. Ha sido un proyecto personal convertir la educación en un proyecto humano, para que los muchachos aprendan más. La UNAM es la institución pública más importante del país; por lo tanto, representa a la sociedad, a la que le debe proposiciones alternativas y cuestionamientos de la vida política y cultural de México.”

Además de practicar cotidianamente yoga, Alponte se interesa en todas las variantes del atletismo. Y en el futbol es partidario del Real Madrid. En cuanto a la música, dice: “Yo soy beethoveniano, sobre todo en los últimos años. También escucho a Mozart.”

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