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En México e Iberoamérica hace falta elevar el debate porque hay un “déficit intelectual” y una pobre contribución del pensamiento para construir las soluciones que requieren estos países, señala en entrevista Enrique Krauze.

El escritor e historiador acaba de publicar una reedición de Personas e ideas. Conversaciones sobre historia y literatura (Debate/ Random House), que abre una colección editorial con sus ensayos, artículos y retratos. Este libro contiene entrevistas a grandes pensadores, filósofos y escritores como Octavio Paz, John Elliot, Jorge Luis Borges, Isaiah Berlin y Mario Vargas Llosa. Con ellos, Krauze se identifica en su defensa del pensamiento liberal y la necesidad de entender los procesos que han transformado al mundo.

Es por eso que reclama que “los historiadores, filósofos y escritores se pregunten por la compleja realidad latinoamericana con un ánimo de mayor entendimiento y comprensión, y con menos espíritu fácil de denuncia”.

En su oficina de Letras Libres, ante las fotos de sus nietos y sus maestros (Daniel Cosío Villegas y Octavio Paz), y pinturas de Joy Laville, Krauze habla del libro que abre una de las colecciones que publicará por una parte con Debate/Random House y por otra con Tusquets/ Planeta, que coincidirán en 2016 con sus 40 años de escritura. Son “obras reunidas”, no obras completas: “Todavía pienso dar alguna guerra”.

El liberalismo es una noción permanente en estas páginas y en toda su obra ¿por qué volcarnos hacia las ideas liberales?

En efecto, para mí la palabra liberal es muy importante. Ante la crisis, la decepción y el horror causados por muchos de los ismos del siglo XX, el único que quedó vigente es uno que no apasiona a muchas personas, que no promete grandes utopías: el liberalismo.

Se trata de un liberalismo moral y básicamente político. El liberalismo que defendían nuestros grandes pensadores del siglo XIX; el de Daniel Cosío Villegas; el liberalismo inglés, francés y español. Es una corriente que viene de muy atrás, quizás el fundador fue Baruch de Spinoza en el siglo XVII, y es la idea de una sociedad en donde haya tolerancia, respeto, debate y donde el poder esté acotado.

En términos de costumbres, en términos morales, soy un liberal, creo en la libertad como un valor cardinal, no de manera religiosa. Sí, la defensa de ese valor está a lo largo de mi trabajo, de los libros que he publicado y de las personas a las que me he acercado.

Los autores con quienes dialoga tienen en común también la búsqueda del conocimiento...

Todos buscan el conocimiento, sí, pero de distintas maneras. Me acerqué a ellos porque todos son personajes emblemáticos del siglo XX, que profundizaron en un territorio histórico o de la imaginación que me interesaba vitalmente. No fui a entrevistarlos porque quería conocerlos, solamente; era algo muy estructural. Por ejemplo, en los 80 la gran incógnita era qué iba a pasar con la Unión Soviética. Me interesaba saber qué pensaba el mayor historiador y filósofo crítico del marxismo, vivo, era Leszek Kolakowski. Lo fui a ver en Oxford. Me dijo: ‘No me cabe duda, esto tiene fecha de caducidad, está herido de muerte’. Ese ejemplo es el tipo de conversación que busqué con cada uno de ellos, ir con preguntas que para mí era vital entender o profundizar.

Un momento, una zona de fechas o de problemas específicos; después de las Torres Gemelas, fui a ver a Bernard Lewis; igual en el tema de la persistencia del mito revolucionario en América Latina con Isaiah Berlin, que no sabía de América Latina, pero sabía de Rusia y yo quería entender esa historia paralela. Siempre fui movido por una curiosidad personal, intelectual, profunda, en mí.

Isaiah Berlin le habla de que las naciones atrasadas reflexionan sobre sí mismas a través del autocuestionamiento… ¿considera que ese es un camino de conocimiento?

Es muy interesante lo que él dice; que ni Francia ni Inglaterra ni Estados Unidos preguntan ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos? Todo país se pregunta un poco eso, pero no con la angustia con que se lo preguntaba Rusia. Eso me pareció interesantísimo porque se parece a México y a América Latina toda. Siempre estamos preguntándonos eso, piense en El laberinto de la soledad, ¿quiénes somos?, ¿somos indígenas?, ¿españoles?, ¿las dos cosas?, ¿modernos?, ¿arcaicos? Vimos en el siglo XX a aquellos países que optaron por la aceleración revolucionaria, presas del mito de la Revolución, un mito atractivísimo, cósmico. Viene la Revolución, es costosa; en el caso mexicano, un millón de vidas. Pero ¿qué son un millón de vidas? ¡Va a venir un nuevo amanecer! Lo mismo en Cuba, lo mismo en China, lo mismo en Rusia…. El sangriento mito del nacimiento de la historia que viene con la Revolución. En México todavía estamos atrapados, no creo que haya un impulso propiamente revolucionario, pero sí un impulso de cambiarlo todo, de hacer tabla rasa, de borrón y cuenta nueva. Es un impulso irracional, hay muchísimas cosas que cambiar y muchísimas que están muy mal, pero en términos de progreso, incluso en términos políticos, estamos menos mal de lo que estábamos en tiempos de Díaz Ordaz. Entonces es legítimo hacerse las preguntas sobre en qué lugar de la historia estamos.

Hablemos de esa tentación de creer en el destino, de lo que Elliot llama “el abandono de Dios”

Esa entrevista con Elliot es muy importante para nosotros. Algo tienen las naciones iberoamericanas de ese mismo DNA, de decir ‘nunca vamos a poder’, ‘estamos condenados’, ‘es el destino’. Mire, existe el DNA, pero también existe la libertad, la libertad es una chispa; diría Octavio Paz, la simple capacidad del ser humano de decir sí o no, de optar. Hasta cierto punto, dentro del orden de las cosas, las personas y los pueblos tienen libertad. Otra cosa es qué hacen con ella; entre más clara sea su comprensión de sus determinaciones, mayor su libertad. Si comprendemos nuestro DNA, en ese mismo acto, estamos generando condiciones para actuar con libertad.

El país

Dentro de esa lectura, ¿cómo ubica este momento de México?

Le voy a resumir de un modo brutal: El siglo XX hizo en México grandes avances; no vivió las Guerras Mundiales más que marginalmente. Fue un puerto de refugio para muchos perseguidos, mi familia misma vino así. Tuvo un sistema político que le dio estabilidad y orden, pero que condenó a los mexicanos a la adolescencia civil, cívica y política, no hizo ciudadanos. Condenó a los mexicanos a ser adolescentes fósiles, viejitos, porque ahí estaba papá-gobierno que se encargaba. Una de las consecuencias terribles de eso es la falta de un sistema jurídico.

Krauze encuentra en la politización de la justicia la causa de los grandes problemas del país; el mayor, no lo duda, es el valor de la vida: “Parecería que el Himno Nacional no es ‘Mexicanos al grito de guerra’, sino ‘No vale nada la vida, la vida no vale nada’.

Señala que los responsables están en el siglo XX y en “todos” los gobiernos federales, estatales y municipales del 2000 a hoy.

“Hay que criticar, pero hay algo fácil en la denuncia; los jóvenes se están acostumbrando a la denuncia fácil y narcisista y entonces toman el aparatito y escriben una mentada al Presidente o a quien sea. 140 caracteres. ‘¡Qué valiente soy. Ya participé!’ Participación exprés... ¡Perdón... Así no se hace un nuevo país! Conozco muchos adolescentes de 48 años que siguen en eso. Pero la tarea es larga, no podemos caer en el desconsuelo, el desánimo y la decepción, porque hay algo fácil, mórbido y cobarde en eso”.

Para el escritor, es fundamental que el debate en México se enriquezca “porque una democracia es tan rica como el debate público de ese país”. Compara en ese sentido lo que pasa en Chile, Colombia y España mientras que en México “lo que hay es vocerío, griterío, maniqueísmo, indignación; la cultura de la denuncia está muy bien, pero necesitamos investigación”.

“En relación a México y a Iberoamérica nos está faltando elevar el debate, que los historiadores, los filósofos y los escritores se pregunten por la compleja realidad latinoamericana con un ánimo de mayor entendimiento y comprensión, y con menos espíritu fácil de denuncia. Necesitamos entender mejor la realidad de cada uno de nuestros países y de nuestros países en conjunto para aportar soluciones concretas”.

A diferencia de una “estallido” en las artes y la tecnología, advierte que lo que no ha estado muy bien es la contribución del pensamiento a la marcha real de estos países. “En eso hay un déficit real, hay un déficit que tiene que ver con el populismo intelectual, o el literario o el periodístico, que lo que le importa en el fondo es el aplauso del público que quiere que aparezcas con desplantes muy valientes. Entonces te aplauden y piden autógrafos. Ahí hay una farsa y una mentira. Hay un déficit intelectual en nuestros países”.

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