ssierra@eluniversal.com.mx

“Siempre ando armado, y peso 60 kilos con todo y equipo”. Las palabras de Manuel El Chato Montes de Oca las repite, como si el fotógrafo estuviera vivo, su hija Clementina Montes de Oca Osorio, la mayor de los cinco hermanos y la que más empeño ha puesto a la tarea de conversar los archivos del que fue por casi 40 años fotógrafo en EL UNIVERSAL.

Dueño de una rara habilidad para captar instantáneas con noticias que hoy siguen siendo históricas, El Chato, como le llamaban sus amigos fotógrafos (y tuvo muchos), no sólo construyó una crónica de los sucesos de la primera mitad del siglo XX, sino que también tenía una singular habilidad para relatar aquellos hechos.

En la que fue su casa aún se pueden ver las primeras cámaras que tuvo, como una de cajón, de 1886, la primera que le regaló su padre cuando aún era un niño, y otra que recibió en los años 40 cuando fue tercer lugar en un concurso de fotografía, era una Speed Graphic, y él la llamaba La Prieta.

Las dos cámaras están con otros objetos que evocan el trabajo de este fotógrafo y que su familia conserva con un cuidado amoroso y con la atención de quien sabe el valor de los archivos. Hay miles de fotografías —de hechos sociales, cotidianos, políticos, económicos, culturales— y de la vida familiar; hay también numerosos negativos, así como periódicos, revistas, credenciales de trabajo, libros donde ha aparecido el trabajo de El Chato, catálogos de exposiciones, caricaturas, recortes con publicaciones, placas de fotografía, sus escritos e, incluso, la ampliadora que usaba en su cuarto oscuro.

Montes de Oca retrató históricas escenas; una de ellas fue el último fusilamiento que hubo en México: fue el 18 de enero de 1944 y a su hija le contó: “Ya se me había escapado un fusilamiento. Sabía que los cuerpos caen como calcinados por un rayo, de inmediato. Sabía que tenía que esperar un instante, que debía ser inmediato después de que dispararan los Mausers”.

Tras repetir las palabras de El Chato, su hija Clementina hace la crónica del fusilamiento de dos jóvenes, Felipe Mateos y Encarnación Nieves Hernández, de 19 y 26 años, que asaltaron y violaron, y que no obtuvieron clemencia: “Salieron de madrugada de México, los fotógrafos y redactores, en un carro hacia Hidalgo, iban hacia Venta Prieta; hacía tanto frío que el chofer se bajaba a tirar el hielo que estaba pegado del parabrisas. El Chato fue el que tomó la foto, ya sabía lo que tenía que hacer: se puso en cuclillas, se pegó la cámara al cuerpo, se recargó en las botas de uno de los soldados; por eso es que esa foto es una maravilla: todos los demás la tomaron cuando los condenados estaban de pie o cuando les estaban dando el tiro de gracia. El Chato tomó el instante entre la vida y la muerte”.

Otra de esas escenas históricas tuvo lugar en el zócalo de la Ciudad de México cuando el 20 de noviembre de 1935, en medio de las fiestas conmemorativas de la Revolución, chocaron dos grupos, de comunistas y de los “camisas doradas”, y él, desde un tranvía, pudo tomar escenas como la de un caballo arrollado por un coche.

Esa imagen es la que se despliega en la portada del libro 100 años de fotografía en El Universal, investigación realizada por José Antonio Rodríguez, Brenda Ledesma y Arturo Ávila, que junto con el libro 100 años de caricatura en El Universal, de Agustín Sánchez, será presentado hoy a las 13 horas en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, en el auditorio Bernardo Quitana. En la presentación participarán el licenciado Juan Francisco Ealy Ortiz, Presidente Ejecutivo y del Consejo de Administración de EL UNIVERSAL; Juan Francisco Ealy Lanz Duret, director General de EL UNIVERSAL; la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda; el doctor Juan Ramón de la Fuente, coordinador del Consejo Editorial Consultivo, y Francisco Santiago, director editorial de EL UNIVERSAL. Ambos libros, publicados en el marco del centenario de El Gran Diario de México, son coediciones de EL UNIVERSAL y la Secretaría de Cultura.

Un acervo en construcción. Los hijos de El Chato Montes de Oca se han encargado de conservar junto a cámaras, negativos en vidrio y en gran y pequeño formato, y fotografías, amuletos que recogía tras hacer retratos: la bola de cristal de una adivina que retrató después de muerta, una gorra que se dice que fue de Trotsky, un pedazo de fuselaje de un avión que se trajo después de cubrir un accidente de avión al sur del país.

Aunque no precisa cuántas fotos tiene el archivo, Clementina establece una clasificación en la que figuran sus series más importantes: grandes eventos periodísticos —la foto del caballo, los fusilados, el maremoto de Mazatlán, accidentes aéreos—; y luego series que mostraban a los compañeros de la vieja guardia o chicos de la prensa, niños, artistas de televisión, a doña Aurora (su esposa), cantinas, la provincia, anfiteatros, hampones, gente discapacitada en las calles, insectos, personajes no identificados y series de lo que aparecía en la televisión tomadas desde su reposet, cuando ya Montes de Oca no podía caminar. También están las fotos de su calle, en la colonia Periodistas (ahí llegaron en 1952), donde aún está su casa, una calle que quedó en el último rollo que tomó.

Su historia. Después de trabajar en revistas como Zig-Zag y algunos periódicos, El Chato se integró a EL UNIVERSAL en 1922, y aquí trabajó hasta 1959. A finales de los años 40, Antonio Rodríguez hizo una serie de reportajes en la revista Mañana que llamó “Ases de la cámara”, y que inició con Montes de Oca; después se presentó en Bellas Artes la exposición con fotografías de periodistas de todos los medios y El Chato participó con la fotografía del zócalo que había tomado en 1935. Esa misma imagen fue solicitada a la familia por el investigador Alfonso Morales para que se exhibiera dentro de la exposición Corre, caballo, corre, que estuvo en San Ildefonso.

Clementina cuenta: “Esta fotografía es emblemática. Se ha publicado en diferentes medios, ha sido muy reconocida, siempre la hemos conservado como acervo cultural y gran orgullo de su fotografía. Él necesito de mucho temple en momentos de alta tensión, en un pleito entre grupos antagonistas, en grupos políticos, tomar esa instantánea que quedó perfecta y que reúne una serie de cualidades”.

La hija de Montes de Oca, quien escribe una historia de su padre y espera publicar un libro que cuente su vida y obra, recuerda que él llevaba a la casa historia, objetos y anécdotas; pero que también ocultaba a la familia hechos vinculados con “hampones”, como el del asesino serial Sobera de la Flor.

“Él empieza a traer a la casa objetos, periódicos, fotos; los dejaba aquí. Nunca nos dijo qué importancia tenían, por eso muchas cosas lamentablemente las perdimos. Mi mamá le guardó, le cuidó y le coleccionó todo su material. Ella fue una parte fundamental. Hasta le guardó las fotos donde aparecía con las muchachas que habían sido sus novias. Fue dos años después de que él falleció, el 26 de abril de 1980, que mi hermano Luis se metió al cuarto oscuro, había cantidad de rollos, negativos, y empezó a hacer las series. Empezamos a ver lo que teníamos y era difícil. Pero vimos que había que conservar el archivo; investigué y encontré una tienda donde venden todo el material para proteger las fotos y compramos micas, cajas, todos libres de ácido”.

Las paredes de la casa, las mesas, los cuartos, los cajones están llenos de fotografías. Una de ellas es una escena cotidiana, hermosa, en la que un grupo de reporteros lleva horas esperando al político de turno. La escena ocurrió un día en los años 30, cuando el entonces presidente Pascual Ortiz Rubio citó a los reporteros y fotógrafos en Chapultepec y ahí los tuvo esperando… “No los recibía, hacia las cinco de la tarde, estaban casi todos dormidos, agobiados, y mi papá se paró y les tomó la fotografía, mientras jugaban con unos cerillos, tratando de pararlos ahí en el Castillo de Chapultepec”.

Había otra faceta que Clementina Montes de Oca recuerda llena de orgullo: El Chato escribió algunos textos: “Tenía una libreta de gobierno donde anotó los problemas que manejaban los fotógrafos de esa época (a finales de los años 20), por ejemplo, que no les daban crédito de sus fotografías, y ellos acuerdan que se les dé crédito cuando quede expuesta su propia vida en algún evento”.

De esos tres o cuatro manuscritos, la hija destaca también sus fórmulas para hacer los químicos y el texto “Del magnesio al flash”, que hablaba a los jóvenes de la evolución de la fotografía y que se publicó en este diario.

Tras trabajar en el periódico, El Chato estuvo un tiempo como camarógrafo en la Comisión Federal de Electricidad, pero los desfiles del 1 de mayo siempre lo hacían pensar: “Yo no soy burócrata, yo soy periodista”.

Clementina se apoya en las palabras de él para recuperar su obra y figura. Una anécdota al final le sirve para retratar su fe en la fotografía: “En los separos de la cuarta demarcación de la policía se encontró a alguien que iba a suicidarse y lo salvo. Ah, pero antes, ‘primero hago mi foto y después lo salvo’. Con su navaja, cortó la corbata y lo salvó. En agradecimiento, el hombre le mandó seis corbatas”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses