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No hay que verlo como un crecimiento repentino en las ventas de un artista, una oleada o una moda. Para el coleccionista Eduardo Constantini, quien acaba de adquirir a un precio récord la pintura Baile de Tehuantepec, de Diego Rivera, existen en el mercado dos tipos de obras de arte: las de calidad, las obras maestras “con valor histórico y cultural”, “superlativas”, y otras que describe como “de segunda línea”. Las primeras son las que le interesan y por ellas sabe esperar, como ocurrió esta vez con la pintura de Rivera.

El empresario argentino, (Buenos Aires, 1946) no sólo esperó 21 años para hacerse con Baile de Tehuantepec, una de las telas más grandes, festivas y celebradas de Diego Rivera, sino que durante todos estos años nunca la vio. Es más, aunque hizo la compra hace poco menos de un mes en una operación que se tomó cerca de tres semanas, verá de nuevo la pieza sólo hasta agosto o septiembre.

Su historia con esa obra retrata en muchos sentidos la pasión y perseverancia de un coleccionista. Hace dos décadas, de haber comprado el cuadro durante la subasta de la Colección de IBM que organizó Sotheby’s, habría tenido que desembolsar tres millones por ella, pero prefirió adquirir Autorretrato con chango y loro, de Frida Kahlo, que ha pasado a ser “la pieza estandarte del Malba”.

Esta vez, a través de un mail de Augusto Uribe, vicepresidente de la casa Phillips, organizadora de la subasta, supo que la obra estaba en venta. De manera inexplicable, durante estas dos últimas décadas, la pintura —que pertenecía a la colección de Clarissa y Edgar Bronfman Jr.— sólo se expuso una sola vez, en Londres, en 2013. Más de 20 millones de dólares era lo que se pedía por ella; Constantini consiguió bajar el precio hasta 15.7 millones.

La nueva pintura de Constantini, adquirida a una cifra récord para un artista latinoamericano, en una venta privada, es la obra más importante de un artista latinoamericano en su colección particular. En la colección del Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), que Constantini preside, las otras obras maestras del arte mexicano son Autorretrato con chango y loro, de Frida Kahlo, y Retrato de Ramón Gómez de la Serna , ésta última también de Rivera. La primera, la compró Constantini por tres millones de dólares en 1995, en la subasta de Sotheby’s, y la segundo la adquirió en una venta privada, que tuvo lugar en 1997, por 3.5 mdd.

En entrevista telefónica desde Buenos Aires, Constantini habla de las cualidades de su nueva adquisición:

“Diego tiene muchas obras sobre tela del realismo social y Baile de Tehuantepec es una de ellas. Es una obra capital; la factura, la vibración, la composición de los colores, la resolución pictórica es única. Es una obra grande, de 2 metros por 1.77; pertenece a un periodo capital en la producción de Rivera; las que tienen mayor valor artístico son las del periodo cubista y luego están estas obras figurativas que se extienden hasta los años 50 cuando ya la calidad artística de Diego decrece”.

Aunque la adquisición de esta obra coincidió con la venta, también con récord de por medio, de la pintura Dos desnudos en el bosque (La tierra misma), de Frida Kahlo, en una subasta celebrada en Christie’s, en Nueva York, por ocho millones de dólares, el coleccionista no cree que asistamos a un auge de venta de arte latinoamericano a grandes precios: “Depende de la calidad de la pieza. Diego Rivera es disparejo. Hay obras de él que valen 300 mil dólares y otras que pueden valer 20 millones. Ésta está entre las mejores obras de Diego Rivera, pero si tú mandas Paisaje Zapatista a la venta, que jamás va a ocurrir, se va a vender muy, muy caro. Lo importante es la obra. Es como si habláramos de dos artistas distintos”.

Constantini sí encuentra que en los últimos 20 años el arte latinoamericano, sobre todo después del año 2000 ha tenido mayor visibilidad, atención y que se han incorporado programas de adquisición de arte latinoamericano en museos importantes del mundo, como el MoMA, la Tate Modern, la Fundación Daros o el Fine Arts de Houston. “El arte latinoamericano ha tenido una fuerte valorización desde el punto de vista de visibilidad cultural y eso ha llevado al aumento de precios. Por ejemplo, hace 15 años, cuando se inauguró el Malba quise comprar Niños jugando con fuego, de Rufino Tamayo, valía más de dos millones de dólares, y hoy valdría ocho, nueve”.

Para el coleccionista, en todos los mercados, y el arte no es la excepción, siempre habrá especulación “pero en definitiva las obras buenas mantienen su valor, son las que más escasean, y las que menos caída de precio tienen cuando hay una burbuja que explota. Las obras de segunda línea, pierden visibilidad, nitidez y sufren una mayor caída en el precio”.

Los pasos del Rivera. En el texto del catálogo de la subasta de la colección de IBM, de 1995, organizada por Sotheby’s, cuyo rematador fue Augusto Uribe, se documenta la procedencia de la pintura Baile de Tehuantepec que Rivera creó en 1928.

Raquel Tibol escribió allí que Rivera viajó en 1922, a lo largo de la costa del Océano Pacífico, como el año anterior en Yucatán, en un viaje bajo los auspicios de José Vasconcelos, para familiarizarse con el legado del México prehispánico: “Los dos viajes le resultaron sumamente provechosos al artista pues había adquirido una gran cantidad de materiales temáticos para los lienzos y los murales que luego prepararía a lo largo de las dos décadas siguientes. Sus imágenes de los campesinos en las faenas diarias: los molineros, cargadores, venderos de flores, bailarines, labriegos y revolucionarios fueron los temas preferidos, pintados en un estilo que refleja gran orgullo en el legado mexicano pre-colombino”.

La primera dueña de la pintura fue James Murphy (Grand Central Art Galleries) y su primera gran exhibición tuvo lugar en 1931 cuando formó parte de la exposición que el MoMA dedicó a Rivera. Hasta los años 90, constantemente, la obra fue exhibida por Grand Central Art Galleries. En medio, se presentó en grandes museos internacionales y en varias ocasiones en museos de México: estuvo en el país en 1949 para la muestra Diego Rivera. 50 años de su labor artística, en la exposición homenaje nacional; se presentó en la XXV Bienal de Venecia, en 1950; se pudo ver también en el Museo Rufino Tamayo durante el Homenaje a Diego Rivera, en 1983; se llevó por varias ciudades en una retrospectiva de Rivera: en el Detroit Instituite of Art, en Bellas Artes en México, en Londres, en el Reina Sofía de Madrid, en Berlín; en 1991-92 fue parte de la muestra México, esplendor de 30 siglos que recorrió varias ciudades de Estados Unidos. En varias oportunidades se exhibió en galerías y muestras dedicadas a las obras maestras de la colección de IBM.

Al ser subastadas, en 1995, obras del capítulo mexicano de la colección de IBM, la pintura Baile de Tehuantepec fue adquirida por Edgar Bronfman; posteriormente pasaría a ser parte de la colección de su hijo Edgar Bronfman Jr. (quien fue CEO de Warner Music Group).

Salvo por la exposición La revolución del arte 1910-1940, curada por Adrian Locke, la pintura de Rivera, extrañamente no fue expuesta en los últimos 20 años, en una situación completamente opuesta a lo que había pasado con esta obra hasta ahora.

Exhibiciones futuras. Son dos las muestras programadas para exponer la pintura de Rivera en los próximos meses. Formará parte de las piezas de la muestra Pintar la Revolución: Modernismo mexicano, 1910-1950, en el Philadelphia Art Museum, a finales de este año, y en febrero próximo llegará a Madrid para una colectiva con obras de la colección de Constantini que se exhibirá en el contexto de la Feria de Arte Arco, donde Argentina será el país invitado de honor.

Constantini, que para su colección o en la del Malba ha adquirido obras de mexicanos como Remedios Varo, Rufino Tamayo, José Clemente Orozco, Agustín Lazo, está convencido de que Diego Rivera y Frida Kahlo encabezan la lista de los más grandes artistas modernos de América Latina:

“Diego Rivera y Frida Kahlo son dos figuras insoslayables del arte latinoamericano y lo que es increíble es que hayan sido matrimonio y que cada uno, sobre todo Frida, tuviera una personalidad tan fuerte. Frida es una persona que admiro profundamente como mujer, creó un arte absolutamente particular. Es una artista que de su arte hace una biografía con todo lo que eso conlleva. Era una excelente retratista con una técnica poco repetible en el arte internacional, esa calidad artística que tenía estaba combinada con un abordaje único de la pintura a partir de su biografía. Era única”.

Y a Diego Rivera no duda en considerarlo el más importante de los pintores y dibujantes latinoamericanos: “La calidad de Diego para pintar es única en Latinoamérica. En el cubismo tiene su propia característica, combina cubismo con realismo, con una iconografía propia de la cultura mexicana, eso es Paisaje zapatista. Y ni hablar del muralismo mexicano que para mí es el movimiento de arte más significativo y trascendente, un movimiento que tuvo influencia en el arte de América. El gran maestro de los tres muralistas fue Diego, sin restarle mérito a José Clemente Orozco y a David Alfaro Siqueiros. Finalmente está la biografía de los dos, la sinergia de ese matrimonio. El amor estuvo, a pesar de todo lo que le hizo Diego, y terminaron juntos”.

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