¿Quién fue Carlos Muñana? Esta interrogante elaborada hace 96 años por Fernando Ramírez de Aguilar, conocido por su seudónimo de Jacobo Dalevuelta, cobra actualidad este año en que EL UNIVERSAL celebra un siglo de vida periodística.

Traer a nuestra memoria el legado de Carlos Muñana es un acto de justicia para un hombre cuya vida fue breve, muy breve. Muñana fue redactor gráfico del diario EL UNIVERSAL y del semanario El Universal Ilustrado. Su nombre apenas figura como una escueta mención en algunas publicaciones en las que se estudia la “gran historia del fotoperiodismo mexicano”. Su muerte prematura, acaecida el 23 de marzo de 1920 en la ciudad de Nueva York (tenía 38 años), ha condenado su vida y su obra al olvido.

La historia del arte y del periodismo en México le deben a Muñana un estudio que dé cuenta de su tarea informativa y de las búsquedas estéticas de este pionero de la prensa gráfica. Más que un fotógrafo de prensa que cumplía con órdenes de trabajo previamente asignadas, Muñana gustaba de experimentar con figuras y siluetas a contraluz.

Carlos Muñana nació en Guadalajara, donde se formó como fotógrafo. Llegó a la Ciudad de México en 1909 y trabajó como redactor gráfico para El Heraldo y para El Imparcial, ambos diarios fundados por el editor Rafael Reyes Spíndola. Posteriormente formó parte de EL UNIVERSAL y de El Universal Ilustrado. Asimismo, de acuerdo con la investigadora Marion Gautreau, Muñana colaboró ampliamente para la revista La Ilustración Semanal (1913-1915) donde publicó distintos retratos.

Una faceta desconocida de Carlos Muñana es su labor como docente. En este sentido, como se ha dicho en las páginas de la revista Alquimia el colaborador de El Universal Ilustrado trabajó en la Escuela de Artes Gráficas José María Chávez, donde fue mentor de Agustín Jiménez, uno de los grandes fotógrafos de la vanguardia en México.

Al revisar los primeros números de El Universal Ilustrado es posible apreciar distintos estudios fotográficos realizados por Carlos Muñana así como imágenes de eventos que formaron parte de  la cobertura periodística de este profesional de la lente. Por ejemplo, en la edición del nueve de octubre de 1919, sobresalen algunos rostros a contraluz, “siluetas de artistas”: cantantes, escritores, músicos y políticos que destacaban en la escena nacional, como fue el caso del cantante Virgilio Lazzari, del tenor Hipólito Lázaro y del compositor Manuel M. Ponce.

La puesta en página de estos retratos es singular. Los editores combinaron fotografías de formato rectangular con imágenes recortadas en círculo, sobreponiendo la esquina de algunas encima de las otras, todo ello acompañado de pequeñas viñetas y una tipografía elegante y discreta.

Otras fotografías sobresalientes de Carlos Muñana, que fueron objeto de la admiración de la famosa bailarina rusa Anna Pavlova, se publicaron en el suplemento especial de Semana Santa, edición del 28 de marzo de 1920. En el breve texto que acompaña a una imagen a contraluz de la “estatua de Morelos en México”, se afirma que Pavlova exclamó: “¡Ave, Divino!…” Y por su parte, ante un crepúsculo, el tenor italiano Giovanni Zenatello, gritó: “¡Es un artista enorme! …¡enorme!” Mientras que el diario El Mundo Uruguayo, de Montevideo, lo reconocía como el “mejor fotógrafo de América Latina”.

Posteriormente, en la edición del 30 de octubre del mismo año, El Universal Ilustrado publicó cinco paisajes a contraluz que Carlos Muñana captó en distintos sitios de la Ciudad de México. En las fotografías se distinguen las siluetas de algunos árboles, así como una cúpula y las torres de lo que parece ser la Catedral Metropolitana. Estas imágenes de crepúsculos y tonos sombríos nos permiten apreciar la técnica depurada de este artista gráfico. La ausencia de una leyenda o de los acostumbrados pies de foto dificulta la correcta identificación de los lugares fotografiados por Muñana.

Las páginas de El Universal Ilustrado nos entregan también algunos artículos de opinión en los que se utilizaron las fotografías de Carlos Muñana, como aquel trabajo intitulado “Nuestras Indias”, de la autoría de Manuel A. Romero, quien confiesa que al observar un grupo de fotografías inéditas de carácter artístico elaboradas por Muñana decidió escribir un texto sobre las mujeres de raza indígena de México, a quienes califica como “duras y faltas de gracia”, pero llenas de “bondad innata y humildad”.

En el artículo mencionado, publicado el 19 de agosto de 1920, casi cinco meses después de la muerte de Muñana, los editores incluyeron cinco fotografías en distinto tamaño. Al concentrarnos en las imágenes apreciamos escenas costumbristas, como la de un ranchero que bebe agua al lado de un camino; sus manos sostienen un recipiente de barro, mientras que su estoica mujer le observa; ambos están enmarcados por enormes cactáceas y algunas rocas que forman parte de un muro.

Otra fotografía memorable es aquella en la que destaca una mujer a contraluz que carga a un infante en su rebozo. En el primer plano de esta imagen sobresalen la silueta de la mujer y la de una gran nopalera.

El notable talento de Carlos Muñana, su tenacidad y perseverancia fueron objeto de admiración de propios y extraños, por ello su repentina muerte por causa de la influenza, representó un gran dolor para la comunidad de El Gran Diario de México y para los reporteros gráficos del país. Le Courrier Du Mexique, El Heraldo de México, El Monitor Republicano, entre otros diarios, enviaron sus condolencias a EL UNIVERSAL.

En el sentido pésame que se publicó el 24 de marzo de 1920, el redactor destaca que el diario EL UNIVERSAL “queriendo premiar tanto esfuerzo y tanta laboriosidad”, reconoció a Muñana enviándole a Nueva York para que aprendiera “nuevos procedimientos, y sobre todo, para que conociera el sistema de cromograbado que ese periódico iba a inaugurar próximamente.

el objeto de este viaje, además, era el de proporcionar un merecido descanso al artista infatigable, al incansable trabajador para que cobrase nuevos bríos y adquiera un concepto más amplio de su arte, dentro de las exigencias del periodismo”.

Carlos Muñana fue un fotógrafo talentoso, pero además sumamente apreciado y querido. Su muerte  en Nueva York fue objeto de una amplia cobertura por parte de El Gran Diario de México.

En distintas notas informativas se dio cuenta del arribo del cadáver al puerto de Veracruz; además de la solidaridad del gremio de reporteros gráficos que formaron una comisión para recibir el cuerpo y para comprar una fosa a perpetuidad. Su carisma fue tal que compañías como la American Photo Supply, además de personalidades como los hermanos Casasola, Enrique Díaz, Abraham y José María Lupercio, Manuel Ramos y Fernando y Rafael Sosa, entre otros más, apoyaron todas las gestiones para velar y enterrar con dignidad a su compañero.

Jacobo Dalevuelta, amigo de Carlos Muñana y colaborador de El Universal Ilustrado afirmó que el talento de éste era tan notable que en poco tiempo superó con mucho a Manuel Ramos, quien por aquel entonces era estimado como el mejor fotógrafo de prensa. “Puedo afirmar que el alma de Muñana vivía dentro de las cuatro paredes obscuras de su cámara”.

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