Linda Rosa Manzanilla Naim, investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, ha destacado en el mundo de la arqueología por sus aportaciones al estudio de la cultura teotihuacana. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, de El Colegio Nacional, de la Academia Mexicana de Ciencias, de la American Philosophical Society y de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, entre otras instituciones.

En 2000, su obra Prácticas funerarias en la ciudad de los dioses recibió el primer lugar del certamen editorial Antonio García Cubas del INAH al mejor libro de Antropología e Historia en la categoría de obra científica; en 2013, otro de sus libros, Estudios arqueométricos del centro de barrio de Teopancazco en Teotihuacan, obtuvo la mención honorífica de dicho premio y el Premio Alfonso Caso del INAH a la mejor investigación en Arqueología, y recientemente ella recibió el Premio Fórum de Arqueología de Shanghai (SAF, por sus siglas en inglés) 2015 en investigación.

De origen francés por parte de su madre, Roby Naim Guetta, quien nació en Egipto, Linda recuerda sus orígenes: “Mis bisabuelos emigraron a Egipto desde Francia y se establecieron en Alejandría, donde nació la generación de mis abuelos y de mi mamá. Sin embargo, debido a que el rey Farouk de Egipto expulsó a los ciudadanos de origen extranjero, la familia regresó a Marsella, donde tenía sus raíces, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.”

Como Roby y su hermana Jeanne tenían facilidad para los idiomas, una vez terminada la guerra, la ONU las contrató como estenógrafas y traductoras simultáneas, por lo que debieron trasladarse a Nueva York, donde se encuentra la sede de esa organización.

“En 1948, el gobierno mexicano envió a la ONU a mi papá, Víctor Manzanilla Schaffer, que es abogado, a legislar sobre el control de drogas. Ahí conoció a mi mamá, se casaron, y en enero de 1951 nací en Manhattan. Mi papá pensó que era circunstancial que yo hubiera nacido allá, así que me registraron como mexicana por nacimiento, y a los tres meses la familia regresó a México. Desde entonces he vivido en el DF.”

Los seis hermanos —dos hombres y cuatro mujeres, de los cuales Linda es la mayor— pasaban los meses de vacaciones en Mérida, Yucatán, en casa de sus tías abuelas, con su abuelita, sus padres, hermanos, tíos y primos. Pero algunas veces emprendían viajes por carretera para conocer playas y zonas arqueológicas.

“Creo que durante esos viajes, precisamente, nació mi interés por la arqueología.”

Leer y estudiar

Ya desde niña, Linda leía y estudiaba mucho, y hacía sus tareas escolares con gusto. De esta manera descubrió su pasión por la arqueología en los libros de texto de quinto grado de primaria.

“El libro de Historia, en la parte de Historia Universal, trataba de Mesopotamia, Egipto, China y la India. A mí me fascinó la idea de estudiar las antiguas civilizaciones, en especial la de Mesopotamia y la de Egipto. Recuerdo que en el periódico de la Escuela Moderna Americana escribí mis primeros textos sobre estas civilizaciones.”

En la preparatoria, su objeto de interés fue la física, la astronomía y la astrofísica. Pero un día, Marcos Moshinsky fue invitado a dar una charla sobre la física en México en la prepa donde Linda estudiaba. Corría el año 1968, en el que se golpeó muy fuerte a los estudiantes, a la universidad, al país, y el doctor Moshinsky estaba muy deprimido.

“En esas circunstancias nos dijo que la física no existía en México, que para quienes quisiéramos estudiar física lo más sensato era olvidarla. Yo me dije: ‘Si esto piensa Marcos Moshinsky, mejor me olvido de la astrofísica’. Años más tarde le comenté en El Colegio Nacional que me dediqué a la arqueología porque él nos había dicho a mis compañeros y a mí que la física no existía en el país. ‘Qué bueno, porque usted es muy buena arqueóloga’, me contestó.”

Formación académica

En 1970, Linda se inscribió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia para estudiar los créditos corridos de la licenciatura en Arqueología y la maestría en Ciencias Antropológicas.

“La ENAH era entonces el centro más importante en América Latina para estudiar antropología. Teníamos profesores muy buenos de diferentes nacionalidades, todos muy exigentes, como los alemanes Paul Kirchhoff y Johanna Faulhaber; y la sueca Barbro Dahlgren. Por supuesto, también había mexicanos de altísimo nivel, como Román Piña Chan, y de origen español, como José Luis Lorenzo y Juan Comas, que salieron de España por la guerra civil. Otros de mis maestros más destacados fueron Selma Agüero, de El Colegio de México, y Andrés Lira, que fue presidente de esta misma institución. No cabe duda de que mis compañeros y yo tuvimos a los mejores maestros, que nos hicieron estudiar todo el tiempo.”

Entre sus compañeros había alemanes, franceses, polacos, costarricenses, panameños y colombianos que venían a estudiar a la ENAH por su reconocido nivel académico. Había un ambiente muy estimulante, exigente y disciplinado.

“Siempre he sido muy estudiosa. El hecho de que mi promedio en la ENAH no fuera de 10 sino de 9.8 se debió a que el doctor Litvak me puso 8 por andar criticando su clase. Pero eso no hizo que disminuyera mi admiración por él.”

Primeros trabajos

La investigadora Marcella Frangipane fue enviada por la Universidad de Roma “La Sapienza” al Departamento de Prehistoria del INAH a formarse en arqueología de Mesoamérica. Como Linda trabajaba en ese departamento desde noviembre de 1972, en 1974 hicieron juntas un proyecto en Cuanalan, un pueblo del valle de Teotihuacan, para estudiar las viviendas del periodo Formativo que había ahí antes del surgimiento de la ciudad. En 1976, Linda participó en las excavaciones realizadas por la Universidad de Roma “La Sapienza” en Arslantepé, Turquía, donde descubrió la sala de armas de uno de los palacios más antiguos del Medio Oriente.

“Pude excavar por primera vez en ese sitio gracias a una invitación de esa universidad. Para Marcella también fue su primera salida a Turquía, pero ella se quedó todas las temporadas. Hoy es la profesora de la Universidad de Roma ‘La Sapienza’, que trabaja el Cercano Oriente e imparte la cátedra respectiva. El año antepasado volvimos a trabajar juntas en Arslantepé y yo me fracturé un tobillo durante las excavaciones. He excavado cinco veces en Arslantepé: en 1976, 1984, 1989, 1996 y 2013.”

En 1979, Linda presentó su tesis de maestría, que versó sobre la formación del Estado mesopotámico. Sus sinodales eran expertos en distintas áreas, como el doctor Alfredo López Austin, de la UNAM; la maestra Noemí Castillo, del INAH; y la doctora Selma Agüero, de El Colegio Nacional. Reconocieron su trabajo con magna cum laude. Meses después fue a Francia a hacer el doctorado de tercer ciclo en egiptología en la Universidad de París IV, París-Sorbona, que terminó en 1982. Su tesis de doctorado fue sobre la formación del Estado en Egipto. En 1978, la Universidad de Roma “La Sapienza” volvió a hacerle una invitación, pero esta vez para excavar en Ma’adi, Egipto, frente a las pirámides de Gizeh, del otro lado del Nilo.

“Ma’adi es un sitio protohistórico de gente del Levante —Israel, Jordania, Líbano, Siria y los territorios palestinos— que intercambiaba sílex tabular, cobre y otras mercancías con los egipcios antes del surgimiento del Estado faraónico.”

En 1988, el arqueólogo boliviano Carlos Ponce Sanjinés la invitó a trabajar en el templo principal de Tiwanaku —la pirámide de Akapana—, en Bolivia, en un proyecto conjunto con la Universidad de Chicago. En 2010 y 2012 participó como asesora del Proyecto Magdala, en Israel, a cargo de Marcela Zapata, una de sus discípulas.

Estudios interdisciplinarios

En 1974, cuando estuvo con Marcella Frangipane en Cuanalan, Linda puso en marcha los estudios interdisciplinarios.

“Los datos que surgieron al estudiar las casitas que había ahí antes del surgimiento de Teotihuacan fueron analizados por biólogos, que trabajaron la fauna y la flora; por geólogos y edafólogos, que vieron las rocas y los suelos; y por arqueólogos, la mayoría miembros del Departamento de Prehistoria del INAH. Yo no fui precursora de la interdisciplina, sino discípula de sus precursores en México, como el profesor José Luis Lorenzo, quien fue director del Departamento de Prehistoria del INAH. La interdisciplina ha ayudado a la antropología a establecer con precisión las fechas en que ocurrieron las cosas, los alimentos que se consumían, los productos que llegaban de afuera. La creación del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM se debe, en buena medida, a Jaime Litvak, quien se formó con Lorenzo en la interdisciplina. Por eso los laboratorios de este instituto cuentan con la colaboración de biólogos y químicos.”

Años de trabajo en Teotihuacan

De acuerdo con sus propias palabras, Linda se halla, a los 66 años, en una fase decisiva para entender cómo estaba gobernada Teotihuacan.

“Cuatro personas que pertenecían a diferentes sectores de la ciudad quizá formaban un consejo de gobierno. Hoy estamos muy cerca de probar quiénes eran y cómo y dónde trabajaban.”

Linda recuerda que durante más de 40 años ha estado excavando en Teotihuacan: desde 1974 en Cuanalan hasta la fecha. A partir de 1985 y hasta 2005 excavó cada año en la ciudad. A continuación hizo una pausa para el análisis y regresó en 2012-2013.

“A fines de 2014, el primero de diciembre, comencé una nueva temporada de campo. Abarcó todo enero de 2015. Ahora me dedico a procesar la información y a ver qué tenemos. Será decisiva para entender cómo estaba gobernada Teotihuacan.”

Estudio de la vida doméstica

Metodológicamente, Linda ha tenido que excavar muchísimos ámbitos domésticos, lo cual le ha permitido integrar disciplinas de las ciencias naturales y exactas, importantes en la obtención de datos para entender de manera sistemática y precisa, “como si fuéramos detectives forenses”, qué pasó en cada espacio.1

“Es necesario estudiar los ámbitos domésticos para comprender cómo funciona una sociedad, porque de nada sirve excavar las pirámides de Teotihuacan si no entendemos que forman parte de una ciudad y si no sabemos quiénes vivían ahí, qué comían, qué grupos étnicos formaban la urbe, cómo interactuaban, de dónde migraron, cómo eran los barrios, sus casas. Todo esto ayuda a comprender por qué Teotihuacan es una excepción en Mesoamérica, y, como excepción, la única manera de aproximarnos a ella –puesto que no hay fuentes escritas– es hacer un estudio científico interdisciplinario, muy sistemático, para revelar el funcionamiento de los distintos grupos étnicos que la habitaban”, finaliza.

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