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Considerado como el “excremento amarillo divino”, al ser una sustancia que se creía era expulsada por el Sol y que llegaba a la tierra para que los seres humanos pudieran adquirirla, el oro se convirtió en un material muy preciado por los mexicas para la elaboración de artefactos de uso exclusivo de los integrantes de la clase gobernante y de la nobleza.

El prestigio y valor simbólico que los mexicas le otorgaron a este material, de la misma manera que lo hicieron con las piedras y plumas preciosas, es abordado en el libro Los señores del oro. Producción, circulación y consumo de oro entre los mexicas, del historiador Óscar Moisés Torres Montúfar.

Editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en dicha investigación, que se basa en las crónicas de los conquistadores, frailes y funcionarios de la Corona, y los seis inventarios coloniales que consignan las piezas enviadas por los conquistadores a España, el autor documenta los centros de extracción, los canales de distribución, así como los usos medicinales que el pueblo mexica daba a este material.

Según el investigador, el oro llegaba a Tenochtitlan como tributo o a través del comercio.

“Para acceder a este material, los mexicas tuvieron que construir redes de comercio, de tributo y de intercambios que los conectaban con alrededor de 45 comunidades distribuidas en los actuales estados de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, donde habían yacimientos, principalmente en las riberas de los ríos”, explica en entrevista el historiador.

Al ser conquistadas por el imperio mexica, estas poblaciones tenían que otorgar sus materias primas como tributo, entre ellas oro, telas de algodón y plumas preciosas.

Torres Montúfar comenta que el oro también llegaba a la capital mexica a través de la red de comercio que tenían los pochtecas; se distribuía en el mercado de Tlatelolco, pero no todos lo podían adquirir. “En Tenochtitlan existía un estricto código de vestimenta, que determinaba quiénes podían utilizar piezas de oro, de jade o de algodón y tenía que ser en determinadas circunstancias. Quien podía utilizarlas era el Tlatoani. De hecho, el objeto que los distinguía era una diadema de oro”.

Era el gobernante quien también podía otorgar piezas de oro como premios a sus guerreros o a personas que contribuían a su proyecto expansionista, añade Torres Montúfar: “Se les daba a los guerreros destacados por su valentía, pero lo tenían que portar sólo en ceremonias o rituales religiosos. Al parecer también los sacerdotes podían utilizar objetos de oro, pero sólo bajo ciertas circunstancias; y de manera excepcional, también podían usarlo algunos comerciantes, los llamados pochtecas”.

De esta manera, explica el historiador, el oro “se convirtió en un símbolo de poder en tanto que denotaba una autoridad y una jerarquía”.

En este volumen, el autor también habla del uso medicinal que se le atribuyó a dicho metal. Aunque, aclara que esto aún no ha sido comprobado en ninguna investigación.

En el Códice Florentino, explica, se menciona que se consumía oro para curar el mal de bubas, probablemente sífilis, y que la manera en que se curaba era generando calor y sequedad. Sin embargo, aclara, hasta ahora no se sabe cómo y de qué forma se consumía dicho metal.

Sobre el valor simbólico que llegó a tener este metal precioso entre los mexicas, Torres Montúfar comenta que en náhuatl se le nombraba Coztic Teocuitlatl, que en español significa: “excremento amarillo divino”. Por su brillo y color amarillo, al oro se vinculaba con el Sol. Por lo tanto, explica, los mexicas consideraban que “era una sustancia expulsada por el Sol, que llegaba a la tierra y los seres humanos podían adquirirla o procesarla de varias maneras”.

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