A finales del siglo XIX se creó el primer Laboratorio de Psicología Experimental en la Universidad de Leipzig, en Alemania.

La tradición de estudiar la experiencia inmediata, instituida por el célebre psicólogo y filósofo Wilhelm Maximilian Wundt, se esparció por el resto del mundo, incluido nuestro país. El domingo 29 de octubre de 1916, EL UNIVERSAL daba la noticia de la inauguración del Gabinete de Psicología Experimental en la Escuela de Altos Estudios, el antecedente de la actual Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. La noticia tenía como marco una demostración de los tiempos de reacción de la vista y el oído, así como una conferencia de Enrique O. Aragón, uno de los fundadores de la psicología mexicana.

Para el Maestro Pablo Valderrama Iturbe, historiador de la psicología, esta noticia es importante porque está contextualizada por diferentes momentos históricos muy importantes a nivel internacional y nacional. “En 1888 se había propuesto la doctrina de la neurona por Santiago Ramón y Cajal, y ésta llega con cierta rapidez a México”. Lo que proponía el científico español, especializado en histología y anatomía patológica, era que las neuronas son la estructura básica y funcional del sistema nervioso.

“Este personaje hace una serie de demostraciones de la existencia de la neurona mediante preparaciones microscópicas que muestran la separación del tejido neuronal”. La experimentación que giraba en torno a que la psique humana tiene como base el sistema nervioso, se volvió una apuesta fundamental del conocimiento de la época en todo el mundo. Valderrama Iturbe señala que en este sentido la apertura del mencionado laboratorio ejemplifica cómo México buscaba sumarse a la modernización de la enseñanza de la psicología experimental.

“En 1910 se funda la Universidad, pero todavía no era autónoma. Al principio de la Revolución, la institución fue un poco ajena al movimiento, pero ya posteriormente se suma a sus demandas”, comenta y explica que con la gestación de este nuevo proyecto educativo surge la Escuela Nacional de Altos Estudios, donde se empezaron a formar, con una educación más integral en varias áreas del conocimiento, los primeros maestros para las escuelas superiores. “Precisamente es en el año de 1916 cuando se crea un nuevo plan de estudios donde se enseñan materias como psicología general y psicología especial, y se crea un laboratorio de prácticas especializado”.

El entrevistado explica que el laboratorio era principalmente para la enseñanza y no tenía mucho impacto en la investigación psicológica en México, sin embargo hay algunos ejemplos de investigadores que buscaron atravesar la frontera, como el caso de Guadalupe Zúñiga Lira, una de las primeras estudiantes de ese laboratorio y que después realizó estudios sobre los tiempos de reacción del oído y vista en niños del Tribunal para Menores. Valderrama señala que otro momento importante se dio en 1936, cuando en la Facultad de Medicina, el doctor Gustavo Baz Prada empieza a crear el movimiento del Servicio Social y hay un intento de sacar las experiencias del laboratorio a otros ámbitos ligados al estudio de la vida laboral.

Líneas de investigación.

“El funcionamiento de laboratorio de psicología experimental finalmente da cuenta del conocimiento histórico ligado a la situación actual de la psicología mexicana con un devenir de 100 años”. La heredera directa de esta tradición es la Facultad de Psicología de la UNAM, el centro de enseñanza profesional y científica en esta área más importante de México y que actualmente cuenta con más de 45 laboratorios en diferentes campos del conocimiento, como: Análisis Experimental del Comportamiento (AEC), Neurociencias de la Conducta (NCC), Psicología Educativa y del Desarrollo (PED), Psicología Social y Ambiental (PSA), y Psicología y Salud (PS).

La doctora Sofia Rivera Aragón, Jefa de la División de Estudios de Posgrado e Investigación de la Facultad de Psicología, señala que los campos de conocimiento que se trabajan en esta institución se bifurcan en numerosas líneas de trabajo a cargo de más de 230 investigadores. Tomando sólo como ejemplo el caso de la PSA, se trabaja, entre otras cosas, en la forma cómo funcionan las relaciones interpersonales y cómo, por ejemplo, la personalidad puede influir en la toma de decisiones o riesgos.

También en este campo se estudia cómo los ambientes en sí mismos, determinados por su tamaño, posición, colores, e incluso ruidos y movimientos, impactan en la conducta, por lo que pueden ser fuertes generadores de bienestar o ansiedad, como en el caso de los hospitales.

Para Rivera, en cuestiones educativas se ha hecho mucho trabajo vinculado con las competencias y el desarrollo de habilidades; mientras que en otras áreas de la psicología relacionadas con la salud se han trazado importantes líneas de investigación ligadas al tratamiento de trastornos de la alimentación que parecen ser cada vez más comunes, como el caso de la anorexia.

“El uso de la tecnología en la psicología ha tenido un impacto muy fuerte”, menciona Rivera, quien hace mención del trabajo sobre ciberpsicología de la doctora Georgina Cárdenas, una experta en el tema quien ha trabajado desde programas de atención al paciente psicológico a través de la web, pasando las barreras de la distancia o incluso las del temor de estar cara a cara, hasta trabajos con realidad virtual para la atención de padecimientos específicos como las fobias.

“Algunos de los retos en general sobre la investigación en la Facultad son intensificar el uso de la tecnología para que se acerquen más pacientes a nosotros, así como generar más líneas de conocimiento en temas de alta demanda en la actualidad como: violencia, migración, pobreza. Estos requieren de mayor atención, pues si bien hay mucho trabajo al respecto, siempre hay nuevas temáticas vinculadas a estas problemáticas”.

Eliminar la violencia antes de que surja

Precisamente una de las especialistas decanas en el estudio de la violencia en nuestro país es la doctora Feggy Ostrosky, quien estudia las bases neuropsicológicas y psicofisiológicas de la conducta en el laboratorio que dirige en la Facultad de Psicología de la UNAM. Una de sus principales líneas de investigación gira precisamente en torno a la neurobiología de la violencia. Desde 1994 ha evaluado diversos tipos de asesinos, como Mario Aburto, Juana Barraza “La mataviejitas” o Sara María Aldrete “La madrina”. En total se han sumado a su lista más de 370 internos de muy alta peligrosidad, además de individuos violentos fuera de los ambientes carcelarios, como maridos violentos y policías judiciales.

A estos individuos les ha realizado una serie de estudios desde entrevistas para conocer su historia de vida y pruebas neuropsicológicas, hasta estudios genéticos y pruebas de resonancia magnética funcional. “Los estudios genéticos se realizan no porque existan ‘genes del bien y del mal’, sino porque los genes producen enzimas que degradan la cantidad de neurotransmisores y finalmente el cerebro se comunica mediante estas sustancias químicas, como el caso de la serotonina y la dopamina. Cuando estos neurotransmisores funcionan diferente, el cerebro también funciona diferente”, señala.

Para la especialista es muy importante entender que la agresión es diferente de la violencia. “La primera es inherente al ser humano, compartimos áreas del cerebro con otros mamíferos para podernos defender; pero la violencia es una agresión hipertrofiada que tiene el objetivo de causar un daño físico psicológico en alguien más y no necesariamente para sobrevivir. En este sentido, una de las preguntas que me planteo es qué genera individuos violentos”, dice y acota que la violencia es tan frecuente en todas las esferas de nuestra sociedad que ya se ha convertido en un problema de salud pública.

La violencia no es producto de una sola causa. Hay factores individuales, familiares y sociales que interactúan en diferentes grados en el proceso, sin embargo a la doctora Ostrosky le ha interesado conocer algunos de los patrones que la generan para poder limitarla antes de que surja, mediante programas que actúen en algunos de los grupos más vulnerables. Un ejemplo de estos programas, lo realiza actualmente con el DIF y está enfocado al trabajo con los cuidadores primarios (generalmente las abuelas o las madres) de niños pequeños, entre tres y seis años, justo la edad cuando ha detectado el primer periodo crítico de los individuos violentos .

Mediantes programas de 25 sesiones, una por semana, se brindan estrategias de estimulación y se enseñan estilos de crianza con los que se busca transmitir la idea de educar sin violencia física ni verbal. “Nosotros educamos a los hijos con los patrones con los que hemos sido educados y para romperlos tenemos que crear conciencia. La madre se vuelve el agente de cambio, así que también les damos ideas para generar empresas, hablamos de cómo empoderarlas”.

También mediante el trabajo en su laboratorio se han puesto en marcha programas de prevención para adolescentes, pero no del tipo donde se dice simplemente ‘no a las drogas’ pues explica que no es funcional simplemente ofertar negarse a una sensación placentera. La estrategia es enseñarles a los jovenes a analizar los mensajes y fortalecer su forma de comunicarse; y para que puedan ver las consecuencias de los actos, se hacen visitas a las cárceles. Son programas apropiados a México que ya en otras partes del mundo han comprobado mayor permanencia en el ámbito escolar de poblaciones en riesgo.

Entre otras líneas de investigación de la doctora Ostrosky se encuentra el estudio de la memoria normal y patológica para poder hacer diagnósticos tempranos, por ejemplo, de algunos tipos de demencias . Otra esfera de conocimiento en la que se ha involucrado es en el desarrollo de técnicas de rehabilitación en pacientes que han tenido alguna alteración en el cerebro. “Finalmente toda la información que generamos con este tipo de investigación debe ser utilizada para mejorar la calidad de vida de la población”.

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