Son expertas en estrategias de adaptación. Las especies que dan vida a los manglares,  los ecosistemas que funcionan como filtro biológico y barrera protectora para las costas, han logrado establecerse en ambientes dinámicos y llenos de variables. Tal es el caso del Rhizophora mangle, una de las cuatro especies de mangles más importantes que integran los manglares mexicanos.

Conocido como mangle rojo y descrito por Carlos Linneo en 1753, esta especie es capaz de filtrar y dosificar el agua salada a través de finas membranas situadas en sus raíces, donde también se encuentran una serie de orificios permeables al aire (neumatóforos) que abren y cierran de acuerdo al nivel de líquido presente.

Su desarrollo evolutivo superó de esta forma la falta de oxígeno en el suelo, mientras que sus embriones crecen fuera de la cubierta de la semilla pero aún afianzados al árbol  para después flotar por largas distancias hasta poblar nuevos espacios.

Pero a pesar de las depuradas estrategias de supervivencia que han desarrollado estas especies que funcionan como una especie de puente entre los ecosistemas marinos y los terrestres, los manglares no han podido luchar contra el impacto del ser humano.

En las últimas décadas se han perdido alrededor del 35% de los manglares del mundo. En el territorio nacional las cifras son similares, pero con la delantera de algunos estados.

“Durante los últimos 40 años, en Quintana Roo se perdió 55% del manglar. Cancún es una de sus áreas más afectadas, pero también hay pérdidas importantes en otros estados como Veracruz y Baja California. La principal causa de la pérdida de manglares en México es la deforestación”, señala Miguel Rivas de Greenpeace México.

Los manglares viven en las planicies costeras de los trópicos, principalmente alrededor de lagunas y esteros. La zona de la península de Yucatán posee alrededor de 400 mil hectáreas de manglares, más del 50% de este patrimonio natural en México. Este tipo de humedales costeros están  presente en 17 estados de la República que tienen litoral, resaltando el caso de Campeche con más de 150 mil hectáreas.

Para Rivas la recuperación de un manglar no es una solución sencilla porque se deben cumplir condiciones hidrológicas muy específicas.

“Ciertas especies de mangle son de agua muy salada, mientras que otras lo son de ambientes relativamente dulces, por lo que no es fácil manejar  las concentraciones  de nutrientes y Ph específicos para su supervivencia.  Las condiciones acuáticas para volver a plantar manglares son muy complejas y no son a corto plazo”, comenta y señala que sin embargo es necesario realizar más estudios de este tipo e incluso la reciente situación que se vivió en Tajamar podría verse como una oportunidad para intensificar estos estudios.

Diversas organizaciones civiles se unieron después de que las obras del proyecto inmobiliario Malecón Tajamar afectaran una extensa zona de manglares en Cancún. Después de la suspensión de la obra, que no contaba con un plan de reubicación de flora y fauna,  se ha evidenciado la necesidad de fortalecer la política pública de desarrollo sustentable en México.

“Una de las cosas que esperamos con este caso es que el lugar se destine precisamente a este tipo de estudios para que podamos conocer un poquito más de la deforestación del manglar en la zona y poder replicarlo en otros sitios con condiciones similares a este”, señala el activista y agrega que para proteger este patrimonio natural es importante que la sociedad civil exija que las manifestaciones de impacto ambiental consideren la construcción y realización de los proyectos en armonía con el ambiente en donde se van a realizar, no destruir para implantar un modelo nuevo.

Volver a la vida

Aunque es un proceso complejo, existen algunos ejemplos de recuperación de zonas de manglar en nuestro país. Un caso es La Ventanilla, asentada alrededor de un humedal costero muy cerca del municipio de Santa María Tonameca.

Fenómenos naturales ocurridos principalmente en la década de los 90, como las fuertes sequías y posteriormente el impacto de los huracanes Paulina y Rick, devastaron la zona.

Las comunidades se unieron con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales para el rescate de especies emblemáticas y mediante el registro como unidad de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA) se ha fomentado el ecoturismo en relación directa con el cuidado del entorno.

“Es difícil afirmar rotundamente que una zona puede ser ejemplo total de conservación de manglar porque el modelo que ha imperado en los últimos años es arrasar con todo y construir, pero me ha tocado estar en diferentes lugares del país, como también es el caso de Chiapas, donde explotan el ecoturismo en armonía con el manglar y lo protegen porque sus servicios dependen del avistamiento de especies como aves y cocodrilos. Le sacan un provecho económico a esta actividad aparte de los beneficios ambientales que ya genera el ecosistema”, señala Rivas.

Para el activista,  esto es algo que puede ser manejado por las comunidades que habitan estas zonas, pero muchas veces no es lo que ellos quieren.

“También se pueden generar grandes proyectos inmobiliarios y turísticos, pero implica más trabajo en el sentido de que se tienen que hacer estudios para construir y conservar el manglar, generando actividades afines al ambiente”.

Otro ejemplo de éxito en la conservación de un manglar, fue registrado por los investigadores Claudia M. Agraz y Vicente Arriaga en el libro Patrimonio Natural de México.

Cien casos de éxito

Hace una década el Centro de Ecología, Pesquerias y Oceanografía del Golfo de México (Epomex) de la Universidad Autónoma de Campeche (UAC) empezó un programa de diagnóstico para la conservación y restauración del manglar en la laguna de Términos en Campeche.

Primero se realizó una rehabilitación hidrológica del sitio degradado, considerando tanto aspectos físicos y químicos del suelo hasta condiciones biológicas del ecosistema. Posteriormente se reforestó una zona con más de 70 mil plántulas de Avicennia germinans, también llamado mangle negro.

Esta especie expele la sal absorbida, principalmente a través de sus hojas coriáceas, tal como si sudara los excedentes dañinos y tiene gran resistencia a la falta de oxígeno.

Según reportes de la UAC el deterioro en este lugar de 1990 a 2010 fue de casi siete mil hectáreas, alrededor del 15% de toda la entidad.

La urbanización, industrialización, actividades agropecuarias, pesqueras y acuicolas, así como la alteración del régimen hidrológico de la cuenca Grijalva-Usumacinta ha provocado el deterioro de la zona.

Los manglares, un tipo de bosques perenne resistente a las condiciones de salinidad, se extienden a lo largo de los litorales, lagunas, ríos o deltas en 124 regiones y países tropicales y subtropicales del mundo.

Los cambios locales y globales ocasionados principalmente por la huella antropogénica han ocasionado la pérdida de alrededor de cuatro millones de hectáreas de manglares en las últimas tres décadas, según informes de la FAO.

Esta misma institución reporta que México, Indonesia, Pakistán, Papua Nueva Guinea y Panamá registraron las mayores pérdidas de manglares durante los años 80. En este grupo de países desaparecieron cerca de un millón de hectáreas, extensión comparable al territorio de Jamaica.

Esta situación ha obligado a las instituciones académicas y organizaciones civiles de nuestro país a intensificar los estudios y protección de las alrededor de 750 mil hectáreas de manglares que aún existen en el país y de las cuales 53.7% se encuentran dentro de Áreas Naturales Protegidas, tanto federales como estatales. A pesar del patrimonio perdido, México tiene el cuarto lugar de manglares en el mundo.

En nuestro país también existen 30 manglares con reconocimiento a través del Convenio Ramsar, como el caso de la laguna de Sontecomapan en Catemaco, Veracruz; o los manglares de Nichupté, en Quintana Roo. El acuerdo  engloba a los humedales de importancia internacional, de hecho en el pasado Día Mundial de los Humedales, eligió como lema “Humedales para nuestro futuro: Medios de vida sostenible”, para subrayar su importancia ambiental y económica.  
 
Existe una conectividad entre los manglares, los pastos marinos y los arrecifes de coral que favorece el flujo constante entre las especies que viven en estos ecosistemas.

Miguel Rivas señala que otras alternativas para la protección delos manglares  está en considerar ecosistemas totales,no fragmentados  pues  es más fácil proteger  ambientes integrados donde el daño o beneficio de un área impacta  en otra cercana.

kal

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