La ola de escándalos de acoso sexual destapados en Hollywood ha traído de nueva cuenta el tema de la desigualdad entre hombres y mujeres, y expuesto la violencia a la que somos sometidas las mujeres en distintos momentos de la vida —sea en la escuela, el trabajo o en la casa—. No se trata además, de algo exclusivo de la industria cinematográfica. Las denuncias se han extendido hacia otros ámbitos sociales como del deporte, la política, la industria restaurantera, las noticias, etc. Una tras otra, las historias muestran a hombres que aprovechan su posición de poder para obtener favores sexuales —principalmente— de mujeres y cómo se condiciona el avance profesional a este intercambio.

El que estas historias hoy sean públicas es síntoma de un cambio importante. Cada vez más mujeres ocupan posiciones de mando y de toma de decisiones. Esto explica, en parte, por qué muchas mujeres que no se atrevían antes a denunciar públicamente hoy se sienten acompañadas y suficientemente protegidas como para hacerlo. Pareciera, pues, que finalmente estamos ante un momento de transformación en el tema de la equidad de género. ¿Cierto? Lamentablemente no. Al menos, eso parece.

Hace unos días se publicaron los resultados de la Encuesta Nacional Sobre Género de la UNAM. La encuesta da cuenta de la persistente desigualdad que existe entre hombres y mujeres en la vida pública y privada. Por ejemplo, a la pregunta: En su hogar ¿quién lleva el manejo diario del dinero? 40% de los hombres respondieron que ellos mientras que 25% de las mujeres afirmaron que ellas manejaban el dinero. La mitad de las mujeres afirmaron que piden permiso para salir solas de noche, mientras que sólo 25% de los hombres afirmaron esto. 33% de las mujeres dijo que pide permiso para usar anticonceptivos (mientras que 22% de los hombres afirmó esto mismo). 43% de los hombres afirmó que estaba de acuerdo o en parte de acuerdo en que las mujeres deben trabajar principalmente en casa y, si les queda tiempo, pueden realizar tareas económicas.

La marejada de denuncias es buena señal, pero está lejos de ser el tsunami que ponga fin a la violencia y al acoso hacia mujeres. Mientras continuemos como las principales responsables de labores domésticas (remuneradas o no); mientras estas sean socialmente menospreciadas y vistas como correspondientes a un estatus inferior; mientras la participación de mujeres en la vida laboral se perciba como un pasatiempo, accesoria o complementaria a la masculina; es difícil pensar en relaciones de igualdad y sin violencia. Pocas personas saben que en México existe un régimen jurídico especial para el trabajo doméstico, con menos derechos laborales de los que cuentan los demás. Y, a pesar del supuesto compromiso que los gobernantes tienen con la igualdad de género, el Estado sigue sin ratificar el convenio 189 de la OIT sobre trabajo doméstico. En otras palabras, no sólo en discurso y en las prácticas, sino en la misma ley, plasmamos nuestro desprecio por las labores domésticas y de cuidados.

Diversos estudios muestran que la independencia económica de las mujeres es uno de los factores más importantes para reducir la violencia y lograr igualdad. Sin embargo, también muestran que es igual de importante aumentar la participación de los hombres en las tareas del hogar. No basta con enseñarles a las niñas que sus vidas son valiosas independientemente de su sexualidad, que pueden dedicarse a las ciencias, ser deportistas y decir que “no”. Es indispensable enseñarles a los niños que es posible otra masculinidad: una preocupada por el cuidado del otro en vez de una en torno a la violencia. La denuncia es el inicio, pero falta un trecho largo para ponerles fin al acoso, a la violencia y a la desigualdad.


División de Estudios Jurídicos CIDE. @cataperezcorrea

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