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Una concha en el desayuno, un “caballito” después de comer y una pizza de mariscos en la cena, así como la celebración del Día de Muertos y un pasado milenario asentado en jeroglíficos y estatuas de piedra, hacen que los más de 11 mil 300 kilómetros que separan a México de Japón, prácticamente desaparezcan.

En las calles de Japón hay establecimientos donde por 31 pesos (200 yenes) es posible comprar una concha de melón de gran tamaño y comenzar un recorrido por los templos sintoístas como el de Asakusa, en Tokio donde, dicho sea de paso, hay puestos de comida entre los que venden elotes que entregan al comensal montados en un palito de madera, igual a la manera en que se come en México.

Moverse entre las diferentes ciudades niponesas es sencillo. Solamente debe adquirirse desde México el Japan Rail Pass (jrpass.com) que puede comprarse en diversas agencias de viajes, las cuales entregan un pase que se canjea en oficinas de Japan Railways Group ubicadas en aeropuertos, estaciones de trenes y oficinas de viajes en esa nación.

El Japan Rail Pass tiene un costo de 4 mil 400 pesos por siete días, 7 mil pesos por 14 días y 9 mil pesos por 21 días y permite abordar los trenes rápidos entre ciudades, incluyendo el Shinkansen o tren bala —que se desplaza a más de 250 kilómetros por hora—, los ferries entre islas así como los trenes urbanos que operan a la par de las redes del metro en ciudades como Tokio y Kioto, facilitando la movilidad y generando ahorros de tiempo y dinero durante el viaje.

México duplica viajeros en siete años

Estas facilidades han llevado a que se incremente el número de mexicanos que visitan Japón. En los últimos siete años, el número de mexicanos que viajan a Japón se duplicó, de 16 mil 454 a más de 30 mil en 2015, impulsado por los empleados de automotrices niponesas, por el interés que existe sobre esa cultura y las coincidencias entre México y la nación asiática.

Este año, Japón espera un incremento anual de 20% en el número de visitantes mexicanos, dijo Katsuhisa Ishizaki, director del Departamento de Promoción de Entrantes para la Sección de Europa, América y Oceanía de la Oficina Nacional del Turismo Japonés.

Libre de impuestos

Entre lo imperdible de Tokio está el cruce peatonal de Shibuya, el más concurrido de todo el mundo y zona rodeada por tiendas departamentales donde los mexicanos pueden comprar productos libres de impuestos.

El gobierno japonés ha trabajado para que, a la fecha, 29 mil tiendas del país se sumen al Programa de Exención de Impuestos al Consumo con productos como artesanías, ropa, bolsas, cosméticos, cigarros y comida, entre otros.

Las compras superiores a 5 mil o 10 mil yenes, dependiendo del tipo de productos, ofrecen 8% de descuento en impuestos para los turistas.

Además, en la capital debe de visitarse el Museo Nacional de Tokio, el más antiguo de Japón, cuya entrada cuesta 100 pesos (620 yenes).

El Shinkansen o tren bala lleva a los turistas de la cosmopolita Tokio a Kioto, la antigua capital de ese país, donde la visita al Museo del sake Gekkeikan Okura es indispensable.

La entrada al museo que se ubica en Fushimi —al sur de Kioto— cuesta 48 pesos (300 yenes) y aborda la historia de la bebida resultado de la fermentación del arroz y consumida en vasos similares a los “caballitos” de tequila.

Anualmente se generan más de 440 mil kilolitros de la bebida japonesa, según datos de la Agencia Nacional de Impuestos de Japón.

El sake es un producto de exportación: durante el ejercicio fiscal que comprende del 1 de julio de 2014 al 30 de junio de 2015, Japón obtuvo del sake ingresos por 2 millones 558 mil pesos (16 mil 316 millones de yenes), según cifras del Ministerio de Finanzas de Japón.

Aprovechando la estancia en Kioto se puede visitar el templo zen Kinkakuji cuyas paredes externas están recubiertas de hojas de oro y cuyo precio de entrada es de 64 pesos (400 yenes).

También en Kioto se puede vivir la experiencia de la ceremonia de té en Tea Ceremony por 640 pesos por persona (4 mil yenes) y la del uso de quimono por 560 pesos (3 mil 500 yenes) en la zona Gion donde, con suerte, pueden verse geishas camino a su trabajo en restaurantes.

De Kioto se puede ir a Hiroshima donde están el Parque y Museo Conmemorativo de la Paz, creados para no olvidar el 6 de agosto de 1945 cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, se arrojó una bomba atómica sobre la ciudad.

La comida típica de Hiroshima es el okonomiyaki, la “pizza japonesa” elaborada con verduras, huevo y pescado que sólo se puede degustar en esta ciudad con un costo de entre 63 y 240 pesos (400 y mil 500 yenes).

De Hiroshima se puede tomar el ferry a la isla de Miyajima, donde se ubica el santuario Itsukushima, “puerta” colocada en el mar con más de mil 400 años de historia, y la isla, considerada sagrada, puede recorrerse en minutos.

Tecnología de la vida cotidiana

En Japón existen 4 millones de máquinas expendedoras que no solo venden refrescos. Es posible comprar café o té, frío o caliente, comida caliente, entre otra variedad de productos.

De acuerdo con información de Coca-Cola, las ventas anuales de las máquinas superan los 784 mil 800 pesos (cinco millones de yenes).

En comunicación, es posible acceder a WiFi público en varias zonas de Tokio y Kioto y, a diferencia de México donde 23% de los usuarios de internet usan Whatsapp, en Japón lidera la aplicación Line.

Cifras de Line indican que Japón, Taiwán, Tailandia e Indonesia representan 67.2% de los 215 millones de usuarios que tiene, ademásde ofrecer otras ventajas pues mediante códigos obtenidos por la app, se ofrecen descuentos en tiendas departamentales de hasta mil yenes.

De México a la isla

Para llegar a Japón es posible hacerlo con Japan Airlines mediante en alianza con American Airlines y con una escala en Los Ángeles, California o Dallas, Texas en Estados Unidos; tiene un costo de casi 27 mil pesos y, en el caso de Dallas, permite que la maleta se documente hasta el destino final sin recogerla durante la escala. La ventaja de American Airlines radica en que tiene 15 vuelos semanales de Dallas a Japón.

También es posible viajar sin escalas a un costo mayor —40 mil pesos— con Aeroméxico.

Bolsa de Valores del atún

Son las 2:45 de la mañana y Masako, traductora que estudió español como carrera profesional, me espera en el lobby del hotel para llevarme a Tsukiji, el mercado de pescado más grande del mundo, donde se estima que a diario se venden entre 2 mil y 3 mil toneladas del producto.

A las tres de la mañana llegamos a la entrada de un pequeño almacén, puerta de acceso a la subasta de atún. Se permiten visitantes; sin embargo, sólo hay lugar para 120 personas al día que entran al bodegón entre 5:25 a 6:30 de la mañana, por eso desde temprano esperamos con extranjeros, entre curiosos y chefs.

Después de unos 20 minutos, un guardia nos entrega un chaleco amarillo que debemos portar para evitar ser arrollados por los carritos que mueven pescado en Tsukiji y nos permite el acceso a un cuarto de 10 por 8 metros cuadrados aproximadamente. En ese lugar nos acomodamos en el suelo casi 50 personas en espera de que pasen dos horas y llegar al área de subasta. Tras luchar contra el sueño, dan las 5:25 a.m. y abren una puerta opuesta de otro cuarto.

Un nuevo guardia nos guía a la zona de la subasta para lo cual hay que cruzar un área donde proveedores manejan sus vehículos sin importarles quién se atraviesa en su camino.

Tras detenernos un par de veces para evitar ser atropellados, llegamos a la bodega a través de un pasillo: ahí, en ambos lados hay filas con atunes, listos a ser subastados.

En el área hay hombres que, como accionistas de Wall Street o de la Bolsa Mexicana de Valores, revisan cada activo, cada atún.

Los atunes no tienen cola y les realizan un corte que revisado por los compradores.

Un señor que trabaja en la bodega nos explica que lleva 50 años laborando en ese mercado, que en días se va a mudar de instalaciones a un lugar más moderno, pero que va a dejar a muchas personas sin empleo, pues al salir del centro de Tokio dificulta el desplazamiento de trabajadores. Y explica que la subasta de un atún puede alcanzar millones de yenes.

Masako me cuenta que la primera subasta de 2016 fue singular: el dueño de una cadena de restaurantes de sushi, Kymoshi Kimura, pagó 14 millones de yenes, casi 2.2 millones de pesos por un atún rojo.

Tras cinco minutos en la bodega, el subastador se coloca al frente de los lotes de atunes, agita una campana y da inicio a la subasta.

Comienza a gritar las características de los pescados y los compradores alzan la mano indicando “uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve” mil yenes que están dispuestos a pagar por cada kilo y así, entre los gritos del subastador y el silencio de los postores, en minutos la subasta termina.

El subastador pasa entre los atunes y, con la propia sangre de los peces, escribe en su lomo el nombre del nuevo dueño que puede venir de un restaurante o una pescadería.

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