Los logros occidentales encierran varias paradojas. Ofrecen un mundo rápido, cada vez más veloz y lleno de ofertas; adornadas con bellos colores y parafernalias edulcoradas, la mayoría son endebles, escurridizas y con vidas efímeras. Lo efímero no es gratuito: el mundo rápido sustituye el arte de la conversación y modifica el contacto otrora indispensable entre los seres humanos. La mirada, el tacto y la escucha, poco a poco, han sido relegadas.

Occidente, lo sé, lo respiro —no en balde el peso del tiempo—, tiende a despojarnos de los binomios mirar/mirarse, escuchar/escucharse. Observar y escuchar desde dentro construye; quien lo hace tiene más posibilidades de hurgar en su interior y ser, al menos en parte, artífice de su destino. Construir un microscopio interno ad hoc con el cual observar y observarse es necesario: sin lentes propios, tallados con el tiempo, ¿cómo mirar, cómo escucharse? Mirar/mirarse, mirar hacia afuera y hacia adentro, escuchar/escucharse, escuchar hacia fuera y hacia adentro, permite edificar primero un mundo propio y después un espacio externo con interlocutores indispensables como la sociedad y sus habitantes. Ese vaivén aminora el peso de lo efímero, de lo endeble.

Priman el miedo sobre la esperanza, el desasosiego sobre la pasión, el individuo sobre la sociedad, el egoísmo sobre la Tierra, el yo sobre el nosotros, lo desechable sobre lo perdurable; el bullicio y el recambio acelerado ganan, aplastan, derruyen. El poder ha empañado los lentes de los microscopios internos y obnubilado la siempre necesaria introspección: sin los lentes, imposible mirar profundo; sin ellos, imposible defenderse ante la asonada externa: ¿cómo decir no si no se cuenta con elementos para contrarrestar las voces que desde afueran dictan otros caminos?, ¿cómo saber cuándo sí, cuándo no?

Somos partícipes de conquistas admirables y a la vez abominables; aunque no es ley, hay una relación inversamente proporcional entre los logros del mundo exterior y las pérdidas del ambiente interno. La realidad externa modifica y demanda cambios internos. El mundo rápido exige subirse en su tren, cada vez más veloz; quien no lo hace, por edad, por malas condiciones económicas o por no comulgar con él, corre el peligro de quedar relegado. Somos testigos, y a la vez víctimas, de una suerte de choque entre las exigencias del mundo moderno y las capacidades y/o deseos del mundo interno. Las ofertas externas son contradictorias: alimentan y a la vez atentan contra la construcción del ser. Dos versiones: se lee y se sabe de todo en Internet; se lee todo en la red y no se sabe de nada.

La velocidad apabulla; informa y permite opinar con celeridad, celeridad no siempre deseable; reflexionar y hurgar con tiempo fortalece, siembra. La vieja idea —nunca vieja—, la he citado más de una vez, de T. S. Eliot es vigente. En el poema La Roca escribe:

“Invenciones sin fin, experimentos sin fin, nos hacen conocer el movimiento, pero no la quietud, conocimiento de la palabra pero no del silencio, de las palabras, pero no de la Palabra.

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? ¿Y dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”.

Inmersos en el mundo de la posverdad, cuyo leitmotiv permite decir todo sin filtros, en el mundo de la obsolescencia programada —“programación del fin de la vida útil de un producto”— cuya filosofía comercial decreta la muerte rápida de incontables productos, la idea de Eliot es vigente. Triunfan el ruido, lo barato, la efímero; pierden la conversación, el contacto entre los sentidos, lo humano de lo humano. Vivimos en la era de la sumisión: sin información instantánea y sin comprar y tirar es difícil pertenecer al mundo de la velocidad.

Las noticias inabarcables, el mundo al minuto, la enfermedad de la posverdad, in crescendo, contagiosa, peligrosa y muchas veces indescifrable, así como la información ilimitada, nos hace partícipes en vivo “de todo” y muestra cuán vanos somos: a pesar de las toneladas de comunicados y alertas, mueren el mismo número de refugiados y huyen de sus hogares los mismos, los de siempre, los de ayer, los de mañana.

Médico

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