El texto a continuación se basa en afinidades profundas y por ello aconsejo la desconfianza de la lectora o lector. Como dylanófilo, martinófilo y ex amerófilo en recaída intermitente, lo que escriba de Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese (2019) es, en cierta medida, una breve autobiografía. Esto es verdad de cualquier admirador porque apreciar una película es haberla entendido, y entender requiere de un vínculo que rebasa lo estético hacia lo personal. En pocas palabras, uno es las películas que más le gustan desde mucho antes de haberlas visto. Por eso creo entender en buena medida —y admirar totalmente— lo que ha intentado Scorsese con su más reciente filme: un rescate no de lo que han sido los Estados Unidos históricamente sino de lo que sus más grandes soñadores —sus artistas— han deseado que sea: la ilusión de felicidad que sus gobernantes, mañosamente, juran ya haber alcanzado.

Antes de continuar es necesaria otra advertencia: este texto va a arruinar la película, que merece la credulidad de su audiencia.

Hechos los anuncios, comienzo con uno de los detalles más sutiles de Rolling Thunder Revue. Hacia el final de la película se escucha la voz de Scorsese —omnipresente en su obra— citando al poeta Langston Hughes: Let America be America again / Let it be the dream it used to be . El poema contiene la voz de un hombre discriminado y despojado que en vez de habitar el país de los discursos, sobrevive una pesadilla de glotonería y atropello que no logra hacerlo descreer del sueño americano. En tiempos cuando un hombre abiertamente racista ocupa la Casa Blanca, el poema y la película son un rechazo a la grandeza imperial y aislacionista, y un llamado —explícito en voz de Allen Ginsberg— a la comunidad. La Rolling Thunder Revue es el centro de la película porque fue precisamente eso: un organismo colectivo que sirvió para crear y creer.

Tras casi diez años de no salir de gira, Dylan regresó en 1975 con lo que él mismo describe como una compañía de commedia dell’arte y se comportó más cálido de lo que se le haya visto en el escenario desde entonces o incluso antes. El grupo incluía gigantes del folk como Joan Baez, Joni Mitchell, Roger McGuinn y Ramblin' Jack Elliott, además de la esotérica violinista Scarlet Rivera y el guitarrista Mick Ronson, recién despedido por David Bowie. La película no aspira a contar la historia de la gira sino la historia de ella que cuenta Dylan —manipulada y a veces falsa— para mostrar la dualidad de la mentira. Cuando los políticos mienten, engañan; cuando los artistas mienten, revelan. Por eso vemos imágenes de Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter e incluso del representante Jack Tanner (Michael Murphy) —inventado por Robert Altman en Tanner ’88 (1988)— asegurando el triunfo de la nación mientras Dylan y su grupo cantan, entre otras cosas, sobre encarcelamientos injustos y lluvias duras por venir.

El metraje de la gira no fue filmado por el ficticio Stefan Van Dorp (Martin Von Haselberg) sino por el equipo de Renaldo & Clara (1978), un híbrido de documental y ficción dirigido por Dylan. El dramaturgo y actor Sam Shepard estaba en la gira intentando escribir la improvisada película, no participando en la gira, y definitivamente Sharon Stone no se unió tampoco ni inspiró el maquillaje de Dylan con su camiseta de Kiss. Sabiendo eso descubrimos que Scorsese ha creado una ficción que desorienta a la audiencia mientras parodia y desafía la verosimilitud del género documental. El resultado es mucho más cercano a F de falso ( F for Fake, 1973 ), de Orson Welles, que a El último vals ( The Last Waltz, 1978 ), del propio Scorsese, aunque al mismo tiempo se parece a ambos.

Cinéfilo consumado, Scorsese muestra sin necesidad aparente fragmentos de Los niños del paraíso ( Les enfants du paradis, 1945 ), la inspiración real de Dylan para su gira, su filme y sus máscaras. Con ello Scorsese no sólo conmemora la obra de Marcel Carné: también construye una metáfora sobre cómo el arte, un artificio, nos encamina a la verdad. Entre inventos y mentiras se asoma lo cierto. Se trata, acaso, de lo más importante que un cineasta estadounidense puede decir en tiempos como los actuales y es también uno de muchos silenciosos mensajes que los admiradores podemos descubrir con más facilidad.

Para entender Rolling Thunder Revue ayuda mucho conocer a Dylan y sus habituales mentiras; a Scorsese y la ironía de su obra, y la historia estadounidense, con sus progresos paralelos a sus injusticias, pero quizás ayude también no saber nada. El gran triunfo de Dylan ha sido desconcertar a su público pero no en un intento de controlarlos como un Nixon o un Trump sino de reflejar sus propias búsquedas. En un momento significativo de la película Rubin Carter, el boxeador de la canción Hurricane , dice preguntarle a Dylan siempre que lo ve si ya encontró “eso”. Dylan, dice Carter, le responde siempre que sí, pero él dice saber que no es cierto. Scorsese contrasta este relato con el del propio Dylan, que dice contestar siempre que no ha encontrado lo que llama el Santo Grial. Sin importar las divergencias, ambas historias cuentan lo mismo y retratan a un hombre ajeno a las certezas de la política: a un artista tan deslumbrado por la realidad como la audiencia ante su obra.

Twitter:@diazdelavega1

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