La posibilidad, cada vez más remota, de que José Antonio Meade se meta seriamente en la pelea por la Presidencia de la República, depende de que milagrosamente sus estrategas encuentren la fórmula para que entusiasme a quienes hoy lo observan con desgano, que se distancie —por los negativos— con el presidente Peña Nieto y con el PRI y logre conectar con la mayor parte de los indecisos. Pero hay otra alternativa, que errores mayúsculos (propios o inducidos) derriben al puntero y, paralelamente, se produzca la mixtura de distintos ingredientes, significativamente, la renovada capacidad del tricolor y sus aliados para movilizar a sus militantes y simpatizantes a las urnas.

Sin embargo, el PRI ya no es lo que era, el otrora partidazo vive tiempos difíciles: su voto duro está en los huesos y en algunos de los principales graneros electorales —la Ciudad de México, Veracruz, Puebla, Chihuahua y Guanajuato, entre otros—, gobiernan partidos opositores. Aunque disminuido, el régimen cuenta, empero, con enormes recursos políticos, judiciales y financieros para desbrozar el camino, vulnerar a sus competidores y levantar a su candidato; en esta lógica se ubica la obsesión por descarrilar a Ricardo Anaya, al parecer porque suponen que si sacan de la competencia al joven maravilla, se perfilaría una competencia López Obrador-Meade y el voto útil del panismo se movería mayoritariamente por Meade, lo que no está ocurriendo.

También disponen de una enorme experiencia en la operación a ras de suelo, dicho en cristiano: en la compra de votos, como ocurrió el año pasado en el Estado de México. Lo que sugiere La Estafa Maestra y otros escándalos recientemente revelados de desviación de recursos públicos hacia empresas fantasmas, es que hay un “cochinito” con recursos económicos incalculables que podrán desplegarse para intentar cambiar lo que hasta hoy apuntan las encuestas.

Ninguna fuerza cuenta con los amarres con los poderes fácticos de la coalición Todos por México. Muchos hombres de negocios, los más grandes, ante lo que perfilan las encuestas, empiezan a transitar del miedo al terror y están convencidos de que tienen que hacer algo, “cualquier cosa”, para frenar a López Obrador porque de lo contrario “se los chupará la bruja”.

Pero el PRI cuenta también con la bendición del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), es decir, de la mayoría de sus magistrados, lo que no es un dato menor.

En los últimos cinco años, la captura de los órganos ciudadanizados ha sido parte de una estrategia puesta en marcha para vulnerar su autonomía y alinearlos al poder, y hoy, como lo confirma la decisión aberrante del TEPJF de meter en la boleta a Jaime Rodríguez Calderón, esa estrategia está mostrando su eficacia de una manera descarada y lastimosa.

En un escenario de trampas desbordadas, de abierta compra de votos, de rebase grosero de los límites de financiamiento legal, el PRI necesitaría contar, al menos, con la complicidad de la Fepade y la protección del TEPJF, la última instancia inapelable en materia electoral.

Otro ingrediente que ha probado su eficacia es la dispersión del voto opositor, estrategia que le ha dado resultados en varias elecciones, señaladamente Sinaloa y el Estado de México. Eran cuatro los contendientes por la Presidencia, pero ahora, por obra y gracia de los magistrados Felipe Alfredo Fuentes Barrera, Indalfer Infante Gonzales, Mónica Aralí Soto Fregoso y José Luis Vargas Valdez, este personaje vulgar y chapucero apodado El Bronco, está ya en la disputa y llega con el único propósito, declarado por él mismo, de quitarle puntos a López Obrador, así sean 2 o 3, que pueden ser decisivos en una competencia muy cerrada.

Y allí está el triste papel de Rodríguez Calderón y de los magistrados que hicieron mayoría para avalar una decisión que vulnera nuestra democracia.

Si en 1986 en Chihuahua el régimen estuvo dispuesto a todo para evitar que “la reacción”, es decir, el PAN gobernara el estado más grande de México (consumó lo que se conoce como “el fraude patriótico”), ahora lo que está en disputa es mucho mayor, es todo el país, y algunos analistas imaginan que otra manera de interrumpir la inercia sería la construcción de un hecho dramático que moviera el mapa político. Preocupante.

Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate

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