Salvo que ocurra un milagro, el de la multiplicación de los votos, el 1 de diciembre se dará la tercera alternancia política.

¿Cómo podría producirse el prodigio de que, contra lo que asoma, el PRI retenga la Presidencia? Con una macro-operación que despliegue por todo el país las malas artes que se exhibieron en la elección del Estado de México del año pasado: el uso de enormes sumas de dinero de origen oscuro y de programas sociales para la compra y la coacción del voto, sobre todo en las zonas de mayor pobreza; la intimidación de electores presuntamente opositores; la operación a ras de suelo de los gobernadores; la utilización de las instituciones como la PGR para el golpeteo político, la cooptación de las autoridades electorales —que se harían de la vista gorda frente a irregularidades—; la transmutación del gabinete presidencial en un gabinete “mapache”, y todo lo que documenta el libro El infierno electoral, coordinado por el sociólogo Bernardo Barranco.

La primera alternancia, la del año 2000, interrumpió más de 70 años de preeminencia priísta; la segunda, en 2012, devolvió al PRI La Silla del Águila y de darse, la tercera dejaría, a los priístas en la orfandad, sin la protección de las instituciones públicas y privadas que le sirvieron con esmero y favorecieron su regreso, durante los doce años de gobiernos panistas.

¿Qué haría que la tercera alternancia fuera muy distinta a la que vivieron los priístas en la víspera del nuevo milenio? En primer lugar, porque Ernesto Zedillo rompió la tradición de las crisis sexenales que venía desde 1970: la crisis moral que heredó Díaz Ordaz por los hechos de 1968; la financiera y política que nos legó Echeverría; la moral, política y financiera que dejó la frivolidad de López Portillo y así hasta la de Salinas y el dramático annus horribilis con el que cerró su sexenio. No obstante su estilo gris, discreto, el doctor Zedillo fue un gobernante eficaz. En contraste, Enrique Peña Nieto termina con una reprobación de alrededor de 75% a pesar del gasto espeluznante en la promoción de su imagen.

En segundo lugar está el mal humor social. El presidente Ernesto Zedillo sacó al país del desasosiego de 1994: el levantamiento zapatista, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, el desastre económico ( “los errores de diciembre”), y legó una economía con un crecimiento cercano al 7%. En contraste, Peña hereda una economía estancada, con un crecimiento casi idéntico al mediocre 2.3 de los últimos treinta años, ciertamente con reformas de gran calado, pero que no han alcanzado la maduración ni las bendiciones que prometían.

Con Zedillo, los gobernadores se portaban bien —más o menos—, ante la ausencia de contrapesos locales, el régimen priísta mantenía un control desde el centro y entraba en acción cuando un gobernador era muy corrupto, inepto o repudiado. Ahora, una de las marcas del sexenio será la conversión de La generación del cambio (César y Javier Duarte y Roberto Borge), en La generación podrida: el manejo demencial de la cosa pública, la voracidad o la presunta complicidad con el crimen organizado de personajes como Tomás Yarrington y Eugenio Hernández, ex gobernadores de Tamaulipas.

Ni Zedillo ni su familia se vieron envueltos en escándalos de corrupción, en contraste, hoy están en la memoria colectiva los escándalos por el presunto tráfico de influencias y los negocios con cargo a las finanzas públicas de las corporaciones consentidas de la cofradía mexiquense: OHL, Odebrecht, Higa, etc.

En el año 2000, cuando el PRI dejó la Presidencia, no perdió todo: retuvo el poder en la mayoría de los estados y de los Congresos locales, además, sus alianzas con los poderes fácticos lo protegían y, a un tiempo, eran un contrapeso ante los ingenuos “súper gerentes” de Fox. Hoy, de darse la alternancia, los derrotados tendrían pocos aliados y pocos resguardos.

Los excesos de esta clase gobernante están a la vista y muchos de ellos son constitutivos de delitos. Una sociedad lastimada y harta de la impunidad exigirá castigos, todo esto y más anticipa una alternancia de miedo para la clase gobernante.

A diferencia de la alternancia del 2000 y de otros procesos (como la llamada Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia), hoy la posibilidad de la alternancia puede disparar acciones desesperadas para retener el poder. El miedo es un mal consejero. ¿Detener la alternancia a cualquier costo?, ¿al de incendiar el país?

Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate

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