Cuando pensamos en los jóvenes, pensamos en el futuro, el anhelo de un mejor porvenir. Desde las políticas públicas lo que hacemos o dejamos de hacer por nuestros jóvenes proyecta los rasgos de nuestra sociedad. México es un país de jóvenes, una cuarta parte de la población tiene de 15 a 29 años. Esta es una de las principales fortalezas del país, especialmente porque las nuevas generaciones representan el tránsito hacia una sociedad con más acceso a tecnología, habituada a aprendizajes continuos y en distintos contextos, comprometida con el cuidado del medio ambiente, la democracia y las causas solidarias.

Al inicio del tercer milenio, los demógrafos nos decían que el país entraría en una etapa de bonanza económica como resultado del incremento constante de la población en edad productiva y la disminución de la que se encuentra en edad dependiente. La razón de dependencia disminuirá de 64% en el 2000 a 49% hacia el año 2030 (Conapo).

Ha transitado una generación desde entonces y hoy el panorama no es tan halagüeño. La falta de oportunidades formativas y laborales están dejando sin futuro a millones de jóvenes en el país, de ello dan cuenta seis millones de jóvenes que no estudian, ni trabajan, los jóvenes que han sido reclutados por la delincuencia y aquellos jóvenes que deciden migrar al extranjero en búsqueda de las oportunidades que no encuentran en sus comunidades. Al quedar excluidos del sistema educativo y del mercado laboral, una generación de jóvenes dejaron de desarrollar habilidades suficientes y pertinentes para enfrentar los retos del cambio tecnológico y productivo. Con ello estamos perdiendo la oportunidad de detonar el potencial productivo de México. La inactividad de los jóvenes perpetua la carga social y económica para sus familias y para el Estado, al punto que, en escenarios más adversos, pueden convertirse en un factor de riesgo social al engrosar las filas de la delincuencia. Un bono que paulatinamente se transforma en pagaré demográfico.

Mejorar el acceso y calidad de la educación para que las personas desarrollen competencias relevantes para su desarrollo personal y un proyecto de vida sostenible y ético, es condición necesaria para materializar esta oportunidad de desarrollo. La enseñanza restringida a un salón de clases resulta insuficiente, es urgente una estrategia de aprendizaje a lo largo de la vida (Delors, J. et al., 1996), con ecosistemas variados de conocimiento y aprendizaje vinculados a procesos productivos reales, que favorezcan el desarrollo de las competencias genéricas y técnicas especializadas, pertinentes y suficientes para que los jóvenes se inserten formalmente al mercado laboral en empleos productivos, generadores de valor o desarrollen proyectos productivos con expectativas de sobrevivencia y éxito en los mercados globales competitivos.

El Sistema Nacional de Competencias a cargo del Consejo Nacional de Normalización y Certificación de Competencias Laborales, es un instrumento que complementa y resarce las habilidades que los jóvenes no desarrollan en el sistema educativo. Este sistema recoge las demandas de los sectores productivos para la generación de estándares de competencia laborales que se convierten en un referente para alinear los programas formativos para una educación más pertinente.

El SNC es una pieza clave para generar una política de Estado que ponga a las personas en el centro de todos los esfuerzos públicos que les permita tomar en sus manos su desarrollo.

Director general del Consejo Nacional
de Normalización y Certificación de
Competencias Laborales (Conocer).

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