Las elecciones se ganan o se pierden a golpe de emociones. Esta tesis tiene una argumentación intuitiva y un sustento empírico. Hay quienes la sostienen porque la corroboran dentro de su pequeño universo personal, y también hay académicos que la han demostrado mediante investigaciones rigurosas y mucho más amplias. En 2007 Drew Westen publicó un texto ya clásico —The Political Brain— en el que demuestra que en el triunfo o la derrota de varias candidaturas en Estados Unidos se explica por sentimientos más que por ideas. Hoy esa suerte de “electoralismo emocional” es casi un lugar común y son pocos quienes defienden la racionalidad como móvil primordial del elector. Podemos decir que es una lástima que así sea, pero es difícil dar argumentos sólidos de refutación.

Yo creo que la próxima elección mexicana no será la excepción. Tengo para mí que serán factores emotivos los que inclinarán la balanza el 1 de julio, y me queda claro que el sentimiento preponderante no será el miedo, como en 2006, sino el enojo. Por supuesto que habrá votantes que decidan su voto a partir del razonamiento o de un cálculo más o menos frío, pero muy probablemente la mayoría de ellos lo hará por un impulso, en ciertos casos racionalizado a posteriori. No quiero decir que los candidatos se puedan dar el lujo de obviar las propuestas; digo que la persuasión más eficaz será la que privilegie la empatía, y que a mi juicio tendrá éxito quien logre comunicarse con el electorado —permítaseme la simplificación— tanto o más por la vía de las fibras sensibles que por la de las neuronas.

Escribo estas líneas unas horas antes del inicio del primer debate entre los candidatos a la Presidencia de México. Estoy convencido de que el ganador habrá sido Ricardo Anaya, sin duda el mejor polemista. En esta nueva etapa de la campaña, sin embargo, lo más importante para él es transmitir su mensaje empáticamente. Ya ha fijado sus razones y ahora debe conectar emocionalmente con la gente, algo que ya ha empezado a hacer. La inercia del cauce racional no es fácil de contrarrestar, menos cuando se es víctima de un ataque brutal del Estado, de ese Estado que el #priñanietismo ha trocado en comité de campaña de José Antonio Meade; en esas circunstancias, cuando se recibe una agresión de ese tamaño, se suele aguzar el raciocinio en aras de la defensa propia. Pero Ricardo tiene con qué establecer la conexión con los sentimientos de los mexicanos. De hecho, apuesto a que lo hizo en el debate.

La elección será, como lo vaticiné hace meses, una parejera entre Andrés Manuel López Obrador y Anaya. El triunvirato Peña Nieto-Videgaray-Meade ya no tiene nada qué hacer, por más que recurran al nado sincronizado mediático y sumen —es un decir— personajes tan desprestigiados como su gobierno mediante el cobro de facturas. Este régimen ha desgarrado a México con su corrupción, su destreza para ahondar la desigualdad y su ineptitud para pacificar al país. Ahora viene lo bueno. Lo que resiste apoya, y Ricardo Anaya ha resistido de pie todos los embates. Dicen que el único que le puede ganar a López Obrador es Anaya; creo que después del debate podrá decirse que el único que le puede ganar a Anaya es López Obrador.

PD: La eliminación del fuero es positiva bajo dos condiciones. En el caso del Ejecutivo, con salvaguardas que impidan que se pueda desestabilizar facciosamente a un gobierno legal y legítimo, y en el caso del Legislativo con una Fiscalía verdaderamente autónoma que le quite al presidente y a los gobernadores el poder arbitrario de horca y cuchillo. Hay quienes afirman que ya no puede haber Victorianos Huertas que asesinen o fabriquen delitos a legisladores opositores e incómodos para meterlos a la cárcel; la realidad actual no me permite suscribir ese optimismo. Urge concretar la supresión del pase automático del #FiscalCarnal, que el PRI detuvo mañosamente en los Congresos estatales, y reformar el 102 constitucional et al para crear una #FiscalíaQueSirva.

Coordinador de asesores del candidato
de PMF. @abasave

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