El 38 Foro Internacional de la Cineteca Nacional comienza este fin de semana con una programación variada y llena de riesgo. Del mosaico melancólico de Angela Schanelec en El sendero de los sueños (Der traumhafte Weg, 2017) al romance fantástico de Gabriel Mariño en Ayer maravilla fui (2017) —sin olvidar la remasterización en 4K de la formidable Eraserhead (1977), de David Lynch—, las películas del Foro son todas aventuras, no en el sentido de viajes a lo desconocido, sino en el de voces intentando sonar como ninguna otra lo ha hecho antes. Unas lo logran mejor que otras, y aunque me hubiera gustado escribir de varias, la sola idea de un filme de gángsters —mi género favorito— era ya suficiente para interesarme. Pero una película de gángsters animada y situada en China era algo que debía ver inmediatamente.

Ya desde el título, Que tenga un buen día (Hao jile, 2017), del director chino Liu Jian, nos sugiere la cultura capitalista de nuestro siglo. Acostumbrados a la comodidad, nos parece natural que se nos despida con una frase bienintencionada pero en el fondo vacía. La repetición incesante la ha convertido, quizá como a todo lo demás, en un bien que se paga. La trama de la película se construye como una crítica a este mundo y sigue a un joven que le roba un millón de yuanes a un gángster para poder pagar la cirugía cosmética de su novia en Corea del Sur. Mientras este personaje huye, otros discuten sus necesidades económicas y sus sueños de convertirse en emprendedores como Gates y Zuckerberg o de escapar juntos a la tierra fantástica de Shangri-La, un lugar alegre donde se trabaja con otra ropa y el arcoíris acompaña a sus habitantes. Sin embargo los criminales no dejarán ir esa cantidad como si nada, y otros más, al atravesarse con el ingenuo ladrón y entre sí querrán también quedarse con el dinero. En la China moderna, piensan, ser rico es ser libre.

Narrativamente, la película no es un filme de gángsters tradicional sino uno que parece seguir la herencia de Tarantino, es decir, esa de la que ya aprendieron otros cineastas, como Alejandro González Iñárritu en Amores perros (2000), donde varias historias se entrelazan bajo la guía del destino. Pero lo que en el cine de Tarantino sucede en tono de farsa, con situaciones tan absurdas que resultan humorísticas, y que en el de Iñárritu trae encima la pesadumbre del melodrama, en la cinta de Jian se expresa mediante una extraña melancolía que de repente se desmorona, tumbada por un humor cruel. Hacia el desenlace la violencia aumenta a un nivel sólo imaginable por los Looney Toons pero las consecuencias tan brutales nos llevan a preguntarnos si el dinero que ansían los personajes vale tanto la pena.

Por supuesto, el principal aspecto de la película es su animación, que resulta un inusual híbrido entre la ilustración de novela gráfica y la fotografía cinematográfica. Los personajes apenas si se mueven, como en el cine minimalista de gángsters de Takeshi Kitano, y hay una voluntad de mirar su mundo que hace de los paisajes y los detalles tan elocuentes como las conversaciones. En la primera toma, por ejemplo, vemos una grúa en un sitio de construcción, seguida de otras imágenes de una China asfixiada entre el smog de su industria. Grisácea y fea, la ciudad es una imagen de la pesadumbre capitalista que alimenta en los personajes el desesperado deseo de escapar. Pero no todo son dibujos en Que tenga un buen día. En un extraño intermedio entre las inconsciencias de dos personajes una canción melancólica acompaña una imagen filmada del mar —es decir, no dibujada sino capturada con una cámara—. Su efecto pretende ser hipnótico y su tono describe una paz que los personajes no encuentran en su realidad. Entre dibujos se sueña con nuestro mundo.

No quiero caer en exageraciones, así que me parece importante resaltar una desconexión a veces inexplicable entre las historias de los protagonistas. De repente aparecen conversaciones que son relevantes sólo porque acompañan los temas del filme, como una particularmente inconexa pero brillante que habla de tres niveles de libertad. La narración de Jian también puede llegar a resultar densa pero quizá sea lo menos que uno puede esperar de una historia donde el contexto económico es una especie de prisión. Atorada entre un Estado autoritario que no se ve y un mercado libre que enajena y destruye, la sociedad que nos muestra Jian está más cerca que Shanghai y describe en sus sueños y sus fracasos nuestra propia cárcel.

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