Niñato (2017), del director español Adrián Orr, no es la primera película en hacer lo que hace, y posiblemente tampoco sea la mejor, si es que tal cosa existe. Sin embargo es una de las pocas cintas contemporáneas que lo hacen, y que lo hacen bien. Pero, bueno, ¿qué es lo que hace Niñato? En términos muy llanos y rápidos: es un docudrama. Siempre es difícil definir el género. Una de sus formas es la de un documental tan deliberadamente falso que termina siendo ficción, como el clásico Las Hurdes, tierra sin pan (1932), de Luis Buñuel. Sátira de los primeros ejemplos de porno-miseria donde melodramáticas narraciones exageraban la desdicha para vender mejor, la película recorre la supuesta cotidianidad de Las Hurdes, donde el agua es accesible por un chorrito sucio y los niños usan ropa tan remendada y mugrosa que se para sola. Si uno no se ríe es porque Buñuel logró engañarlo. Por otro lado están películas experimentales como Symbiopsychotaxiplasm: Take One (1968), donde el director William Greaves pone a un equipo de filmación a filmar a un equipo de filmación que filma un corto de ficción. A lo largo del metraje se aparecen también imágenes del equipo intentando descifrar las intenciones del director o de plano iniciando un motín. Un último ejemplo: Agarrando pueblo (1977), de Carlos Mayolo y Luis Ospina, una película de ficción que incorpora en su narrativa un documental falso realizado por cineastas colombianos que pretenden venderles porno-miseria a los alemanes. Lo curioso de su forma es el uso de actores no profesionales y la constante improvisación.

Niñato no se parece mucho a estas películas. Su estrategia formal es más bien similar a la de Abbas Kiarostami en su filme Close-Up (Nema-ye Nazdik, 1990), en el que el maestro iraní puso a un grupo de personas a interpretarse a sí mismas en una historia de robo de identidad. La vida de un rapero desempleado en Madrid que intenta sobresalir en los escenarios locales mientras educa a sus tres hijos no es particularmente interesante en sí y no termina con las grandes reflexiones de Kiarostami, sin embargo, con un estilo de cámara en mano y una trama similar a las de los hermanos Dardenne, Orr logra algo que ni los maestros belgas han intentado, a pesar de su apego a la realidad: resumir la vida en una historia. Orr filmó durante meses a su amigo David Ransanz y a su familia y editó el material en una narrativa que pareciera escrita y actuada por los mejores hacedores de cine realista. A nivel de edición, se trata de nada menos que una hazaña.

Hay que admitir que la narrativa no es del todo coherente y que los problemas del pequeño Oro para mejorar en la escuela inauguran otra historia dentro de la película, sin embargo los triunfos son más que estas fallas. Uno fundamental es la apariencia de ficción que logra Orr como director de fotografía de la película. Aunque sólo emplea luz natural, la textura de la imagen y los espacios donde se ubica la cámara en ningún momento sugieren un documental. Un ejemplo de su efectividad es mi experiencia: entré a la película sin saber nada de ella y pensando que se trataba de un trabajo de ficción. Las imágenes en el interior de un auto me recordaron inmediatamente el estilo de los Dardenne en su magistral El hijo (Le fils, 2002), y sus imágenes de una familia intentando sobrevivir a una mala economía me hicieron pensar en La pivellina (2009), de Tizza Covi y Rainer Frimmel. Todas las citadas son películas similares pero al filmar lo que en realidad es un documental, Orr añade a la fórmula un realismo desvergonzado que derrumba estereotipos y añade posibilidades a este tipo de cine.

David, que usa el nombre Niñato para su carrera como rapero, es en muchos sentidos inusual. No sólo es padre soltero sino que además es responsable, cariñoso y, aunque malhablado, nunca es hostil con los niños. Sus días empiezan cuando hay que levantarlos, obligarlos a vestirse en una monstruosa batalla de los caprichos, y darles de desayunar. Lo que para muchos espectadores es una rutina, en Niñato se convierte en un remedio contra la irrealidad de la mayoría de las cintas que vemos. La elipsis esconde en el cine comercial —aunque muchas veces también en el de autor— los momentos más aparentemente insignificantes de la historias: los paseos en coche donde no se dice nada importante, las pláticas inconsecuentes sobre la película que acaba de empezar. Oro, con sus problemas en la escuela, ofrece el conflicto más atractivo en la trama pero mantiene ese valor neurótico y a la vez nihilista de los conflictos en el cine de Kiarostami. Salir bien en la escuela es importantísimo para un niño pequeño, y también para sus padres, que asumen que eso será el inicio de una carrera prometedora. Pero por otro lado es un problema que las biografías, al expandirse, se tragan sin ponerle demasiado énfasis. Como dice un título de Kiarostami: es la vida y nada más.

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