Siempre he visto a Noah Baumbach como nuestro Woody Allen. Ninguno de los dos directores ha sido particularmente revolucionario pero tampoco son presas del estilo de Hollywood ni en forma ni en fondo. Al contrario, mientras las grandes producciones se alejan del teatro filmado —ese cine que no se concentra tanto en las tomas y los cortes sino en el guión— los intelectuales judíos neoyorquinos Baumbach y Allen son probablemente los últimos herederos cineastas de Ibsen y Chéjov. Esto es decir que, de no ser por los constantes cambios de tiempo y espacio en sus películas, podríamos verlas representadas en el teatro sin mucha diferencia. ¿Traidores del arte cinematográfico? Depende de la perspectiva, pero yo no lo creo. Las simulaciones de la consciencia de Allen en su clásica Dos extraños amantes (Annie Hall, 1977) o las evocaciones de la Nueva Ola Francesa en la mejor película de Baumbach, Frances Ha (2012), revelan cineastas, insisto, no innovadores, pero cineastas al fin.

The Meyerowitz Stories (New and Selected) (2017), la más reciente película de Baumbach y su primera colaboración con Netflix, es probablemente la que mejor demuestra la influencia de Allen y que concentra el amor de ambos cineastas por la literatura, el drama y las artes plásticas, quizá por encima del cine mismo. Se puede decir que The Meyerowitz Stories es una novela narrada como colección de cuentos en una película que bien podría presentarse en el teatro. Allen hizo algo similar en la trágica Interiores (Interiors, 1979) y, más adelante, en Hannah y sus hermanas (Hannah and her Sisters, 1986), pero lo que distingue a Baumbach es la naturalidad de su extraordinario elenco, que incluye a Dustin Hoffman, Adam Sandler, Ben Stiller, Emma Thompson, Elizabeth Marvel y Grace Van Patten.

Cuestionado en muchas ocasiones sobre si sus películas son improvisadas, Baumbach ha llegado a decir que la pregunta le ofende. Los movimientos tan laxos de sus personajes o la forma tan desenfadada en que sus actores recitan el diálogo manifiesta en realidad a uno de los mejores directores de actores en el cine contemporáneo. Hay que notar, por ejemplo, la forma tan diplomática en que Matthew (Stiller) y Danny (Sandler), medios hermanos por su padre Harold (Hoffman), se abrazan entre sí y al patriarca. Los tres maniobran como políticos de distintos partidos evitando ensuciarse con la radiactividad pública de su contrincante. El monólogo de Matthew al final de la película es quizás el momento más sorprendente y —creo no exagerar— más asombroso en la carrera de Stiller. Lo describiría con inmenso gusto pero temo arruinar su efecto en el espectador. Sandler no se queda atrás en ningún momento gracias a su interpretación de un perdedor similar a los que sobrepueblan sus farsas. Sin embargo, aquí el actor adquiere un patetismo creíble, a veces difícil de contemplar sin sentir lástima. Sus ojos y su voz son las herramientas principales con las que transmite la melancolía de una vida mal vivida y la esperanza interminable de corregirla. Podría seguir con estas descripciones pero me bastaré con decir que todos los movimientos, los volúmenes, el vocabulario, están orquestados para representar el efecto de un padre narcisista y negligente en sus atormentados hijos. The Meyerowitz Stories es algo así como una adaptación tragicómica y laica de Los hermanos Karamázov (Brat'ya Karamazovy, 1880), de Dostoyevski.

En esta versión de la arquetípica lucha entre padre e hijos, Harold es un viejo patriarca, un artista poco reconocido que no distinguió a un hijo de otro durante su juventud y que en su vejez se dedica a elogiar al que esté ausente. Danny, el vástago de mayor edad, es un músico humillado por haberse quedado en casa a cuidar de su hija, Eliza (Van Patten), una estudiante de cine que realiza unos risibles cortometrajes sobre su sexualidad. Danny vive con Harold y su excéntrica esposa Maureen (Thompson) porque tras su reciente divorcio no tiene a dónde ir. Jean (Marvel), la hermana de en medio, es una misteriosa mujer que revela la raíz de sus problemas en un momento que ayuda a regresar a sus hermanos a la adolescencia y a encontrar una especie de comunión en un acto de venganza más cómico que atemorizante. Finalmente, Matthew es un contador y aparentemente el hijo favorito de Harold por ser el único que sabe hacer dinero, pero recordemos que la consciencia del patriarca es un desastre donde son más apreciadas las apariencias que la realidad. Un gag en el que insiste en que un turista ha tomado su saco nos dice mucho de cómo percibe el mundo. La excéntrica familia se reúne cuando Harold enferma días antes de una retrospectiva de su obra en Bard College y, como en Los excéntricos Tenenbaum (The Royal Tenenbaums, 2001), otra película similar del amigo y a veces colaborador de Baumbach, Wes Anderson, todo resulta en un desquiciado regreso a la niñez y la vida familiar, donde los inevitables crímenes de padres y hermanos se recuerdan, se confrontan y se redimen.

Debo admitir que a pesar de sus inmensos triunfos en lo actoral, a la película le cuesta trabajo explorar a todos sus personajes de manera tan hábil como lo hacen Anderson o el francés Arnaud Desplechin en su filme sobre otra familia disfuncional, Un cuento de navidad (Un conte de Noël, 2008). Inusualmente para un cineasta que ha escrito y dirigido brillantes historias sobre mujeres, los personajes femeninos se quedan atrás en The Meyerowitz Stories y en ocasiones pareciera que Baumbach pierde el control sobre la narrativa en general. Afortunadamente no son errores graves ni unos que perciba el gran público, particularmente porque el balance tragicómico es tan agudo como siempre en la filmografía de Baumbach. Los gags, como el que describí antes, siempre conllevan un significado simbólico, y la película, aunque emotiva, evade con destreza el sentimentalismo y la simplicidad.

La reunión de una familia como los Meyerowitz es siempre la elección azarosa o voluntaria de un camino inhóspito. A veces, al final existe un descubrimiento que vale el caminarlo; a veces el camino sigue indefinidamente hacia su propio inicio. No diré cuál es el final de los Meyerowitz pero sí aseguro que es uno fiel a la tradición del realismo psicológico de Noah Baumbach donde la audiencia puede encontrar la familiaridad de otra familia.

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