Quizás haya formado a lo largo de los años una aversión personal a Yorgos Lanthimos pero La favorita (The Favourite, 2018), su más reciente filme, comete exactamente el mismo error que me ha hecho considerar sus otras películas esfuerzos técnicamente valiosos pero narrativamente pobres. En sus películas griegas, mucho más crueles —y por ello más subversivas— que La favorita, este error no era tan evidente porque nunca intentaron narrar de forma tan convencional como lo han comenzado a hacer sus cintas anglosajonas. Si antes Lanthimos era un perverso observador de la desgracia, ahora me da la impresión de haber sido domado y de sentir la vocación de un filósofo del desastre. No lo ha logrado. En fin, el error es que tanto en La langosta (The Lobster, 2015) como en El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017) el director dividió las tramas en dos mitades: la primera plantea una serie de temas complejos que abandona invariablemente en la segunda mitad, donde nada más termina de contar la historia y remata las ideas inacabadas. En La favorita Lanthimos no sólo sigue esta técnica narrativa sino que además entrega su película más complaciente, donde las escenas violentas quizá tensen al gran público pero sin mostrarles las imborrables maldades de Colmillos (Kynodontas, 2009).

La favorita narra el pleito entre dos mujeres por ser elegidas como la acompañante preferida de la reina Anne de Inglaterra (Olivia Colman) a principios del siglo XVIII. Los privilegios de esta posición implican algo quizá más satisfactorio que los lujos: el poder político. Aunque la película no enfatiza la fuerza de sus protagonistas en tiempos más falocéntricos, es fácil asumir la motivación para contar esta historia en tiempos del #MeToo. Quizás a propósito vemos al conservador Robert Harley (Nicholas Hoult) sometido a los caprichos y favores de las despiadadas damas en pugna.

En un principio la duquesa de Marlborough, Sarah Churchill (Rachel Weisz), se encuentra en una posición de poder aparentemente inalterable. Weisz la interpreta con una soberbia que se refleja en su ruidosa voz nasal y en la rigidez de su movimiento, elegante pero expresivo de un temple ajeno a la conmoción. A pesar de las desavenencias con su prima y de las consecuentes heridas —en un punto físicas—, Churchill no cambia su personalidad dura. Lanthimos no aspira a un retrato complejo o humano sino a una sátira del poder absoluto y de quienes aspiran a controlarlo. Por ello Colman interpreta también a su personaje como si trajera una máscara. Su versión de la reina Anne es patética e infantil pero aun dentro de la caricatura Colman logra manifestar el dolor de una madre de casi dos decenas de hijos muertos. Es quizá debido a estas formidables actuaciones que Emma Stone desentona como Abigail Masham. Su personaje pasa de la inocencia a la perversidad en circunstancias obvias pero no precisamente complejas. Para ello Stone busca, en un principio, una ingenuidad natural que más tarde se convierte en unos intensos ojos entornados, como de felino a la caza. Pareciera que asimiló tarde el tono de la película.

Otro elemento para resaltar la sátira es la fotografía de Robbie Ryan, que emplea a veces un objetivo gran angular para observar interiores y provocar una imagen esférica. Los grandes palacios se tuercen y nos sugieren tal vez la ilusión del poder. Churchill y Masham se lo arrebatan de manera tan recurrente que demuestran la fragilidad de la influencia tanto como la reina misma, siempre enferma, como derrotada por el peso de su corona. Mientras tanto, Yorgos Mavropsaridis edita las escenas humorísticas intentando que la rápida sucesión de las acciones o de diálogos chuscos entre un cuadro y otro provoquen sorpresa y risa. Es una pena que Lanthimos no logre sostener este mismo ritmo a lo largo de la película, que se va haciendo más severo hasta terminar en una miserable imagen de sumisión.

Quizá sería injusto decir que La favorita es plenamente convencional. Como ya lo resalté, hay decisiones estéticas que demuestran la reflexión de sus creadores pero las decisiones narrativas de Lanthimos hacen a la película superflua. Al principio se nos presenta como un necesario examen del poder y sus desvaríos —muy apropiado para los tiempos de Trump y Maduro— mediante escenas que abordan el sexo usado como instrumento de control y la fragilidad personal de los líderes como pronóstico catastrófico, pero de repente Lanthimos empieza a olvidar estas observaciones para cerrar con una trama de venganza. Para colmo, la sexualidad y la violencia carecen del impacto que alguna vez hicieron ver a su director como una figura prometedora del cine internacional. No hablo desde un insaciable apetito de sangre y sexo sino desde la necesidad de ver una película que, en vez de moralizar con estas imágenes las presente sin miedo ante una audiencia acostumbrada a la discreción. Si La favorita representara el promedio del cine industrial, estaríamos ante un interesante producto, pero me parece que más bien nos encontramos frente al declive de un director que, como el inglés Steve McQueen o el estadounidense Ryan Coogler, ha entregado su promesa a los grandes estudios. Lanthimos ha cometido un error nuevo y quizá más despreciable que cualquier otro.

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