Me hubiera alegrado mucho escribir esta semana de una de mis películas favoritas del año, Autocrítica de un perrito burgués ( Selbstkritik eines buergerlichen Hundes , 2017), o tal vez de Lady Bird (2017), una película más popular, y mi segunda favorita de la semana. Ya otros han escrito de lo mismo que voy a tratar a continuación pero, en términos muy llanos, soy un metiche y quiero opinar al respecto de la campaña de Carlos Mota en contra de Amat Escalante , quien es, en mi limitada opinión, uno de los grandes directores en el panorama internacional. Supongo que, en palabras de Mota , soy sólo otro de esos críticos que piensan que “entre más grotesco, más arte es”. Pido disculpas por mi ignorancia y espero que pronto el columnista de temas económicos me pueda explicar los principios de la buena crítica para hacer un mejor ejercicio de ella.

La hostilidad de Mota al cine de Escalante , si entiendo correctamente su texto de 2013 “El favorcito de Amat Escalante a México”, viene desde que, según reportes, se enteró de que Heli ( Heli , 2013) contenía grotescas escenas “de sadismoexplícito [sic] e inmolación genital”. No se equivocan los reportes pero Mota nunca dice si él mismo vio la película. Considerando que hace énfasis en que son los reportes los que le brindan su opinión de ella, asumo que no. A pesar de mis pobres habilidades, en mi ejercicio como crítico jamás he opinado de una película que no haya visto. Seguramente venimos de escuelas de pensamiento muy distintas. Sospecho que la suya tiene algo que ver con lo telepático.

Hacia el final del texto, Mota escribe: “La buena noticia es que aunque gane palmas de oro [sic] la mayoría de nosotros no queremos ir al cine a mirar escenas que nos hagan vomitar”. Aunque en realidad una película sólo puede ganar una Palma de Oro, y que Heli ganó el premio al Mejor Director, no la Palma de Oro, Mota tiene razón. La mayor parte de las audiencias no quieren ser incomodadas por una película. Es natural y es de esperarse en una cultura capitalista que percibe al cine sólo como entretenimiento. Ha pasado con todas las artes: al gran público le disgusta el arte moderno —lo escribo sin ignorar que abundan los timadores pero esto se debe a que los grandes capitales han interferido en galerías y subastas para lavar dinero—; el llamado cine de arte, la música clásica, la danza, el teatro no musical e independiente también han padecido la comodificación de la cultura, cuyas expresiones más desafiantes son hechas a un lado por los placeres fáciles del entretenimiento masivo.

Como admirador de las películas del oso Paddington , no me excluyo de los espectadores que sólo quieren divertirse, pero tampoco de los que buscan una experiencia estética más compleja. Como crítico, mi sueño —y creo que lo comparten los mejores en el oficio— no es que la audiencia sólo vea películas como las de Escalante o Antonioni , sino que añadan, de vez en cuando, alguna que otra cinta de este tipo a su dieta cultural para darse la oportunidad de descubrir algo en sí mismos. El arte es como un espejo, y quizás un homófobo o un homosexual reprimido podrían darse cuenta de que lo son al ver a los personajes de La región salvaje . Nada puede garantizar que cambien o siquiera que trasciendan la negación. El gran arte no siempre nos alivia pero constantemente captura la variedad de nuestras realidades y nuestros sueños. Me pregunto si Mota ha visto El lobo de Wall Street ( The Wolf of Wall Street , 2013).

En fechas recientes, la campaña contra Escalante regresó a las columnas de Mota en dos textos: uno el día del estreno, y otro comentando el “fracaso” en taquilla de La región salvaje . El primero, titulado “Cuarón, el dictador”, comienza llamándole novato a Escalante . Quizá dentro de los principios estéticos de Mota —más sofisticados que los míos— un cineasta con cuatro largometrajes, tres cortometrajes, 27 nominaciones en festivales internacionales y 22 premios ganados en su país y en el resto del mundo, no posee mucha experiencia. Con sólo ocho películas de ficción, un documental y tres cortometrajes, me doy cuenta ahora de que Andréi Tarkovski era probablemente otro novato. Ya ni hablar de otros directores con filmografías breves como Darren Aronofsky , Paul Thomas Anderson y Terrence Malick , cuyas películas suelen aparecer en listas de lo mejor del cine mundial e incluso en libros de historia. Novatos todos.

En el resto del texto, Mota sugiere que Alfonso Cuarón es un dictador que, por tuitear una opinión, nos está obligando a ver la película, por cierto, de un competidor suyo. En términos estrictos tal vez Mota tenga razón, pero lejos de las definiciones abogadiles, la comunidad de cineastas en México y en el mundo es bastante estrecha: unos se protegen a otros e incluso colaboran en proyectos. Ninguno se asume a sí mismo como empresario porque, de hecho, no lo son: ellos son empleados de las productoras con las que trabajan. Su labor es similar, más bien, a la de un periodista independiente, que trabaja y cobra en distintos medios que compiten entre sí.

En la última columna de su campaña, “Amat recibió $ 8.5 millones… y fracasó”, publicada después del fin de semana de estreno de La región salvaje , Mota explica que la película es un fracaso porque en el primer fin de semana sólo logró recaudar 940 mil pesos, aproximadamente un octavo de su presupuesto. Mota no dice que el problema haya sido que La región salvaje no recuperara su presupuesto completo en el primer fin de semana, pero sospecho —insisto, sospecho— que ese era el resultado que él hubiera esperado para llamarla un éxito. Sin embargo, ni Coco (2017), de la poderosa Walt Disney Pictures , logró tal hazaña. Se estima que el presupuesto de esta película animada fue de entre 175 y 200 millones de dólares. Aunque es la cuarta película con mayor recaudación en un estreno durante el lucrativo fin de semana de Día de Gracias, Coco obtuvo, según Vanity Fair , 71.2 millones de dólares. Si mis cálculos no fallan, faltarían entre 100 y 130 millones de dólares para que Coco hubiera recuperado su presupuesto completo en el fin de semana de estreno. Me pregunto por qué una película sin intenciones de lucro tendría un mayor éxito.

Y también me pregunto por qué Mota no ataca a otra película mexicana que se estrenó el mismo fin de semana, cuya estética denota una intención explícita de entretener, y que costó no 8.5 millones de pesos, sino 24, de los cuales 17 provienen de Eficine según EL UNIVERSAL . Para empeorar las cosas, la película a la que me refiero, La prima (2018), que no ha generado —ni generará— el mismo reconocimiento internacional que La región salvaje , recaudó en el mismo periodo que el filme de Escalante 1.7 millones de pesos, es decir, unos 700 mil pesos más que La región salvaje . Añado que La prima es, en mi opinión, la peor película que haya visto en el año —y quizá en varios años—, con una calidad que rivaliza con la infame The Room (2003). Pero mientras la película de Tommy Wiseau era un intento bienintencionado, aunque mal hecho, de crear arte, La prima basa su sentido del humor en misoginia, incesto y chistes de pedos. ¿Le gustará esa película a Carlos Mota , un mejor crítico que yo? ¿Por qué no hay columna al respecto?

El cine como industria cultural no es un invento mexicano: es una inversión del presupuesto de cultura en países de todo el mundo. Por supuesto que existen industrias cinematográficas autosustentables como la estadounidense, pero Mota nunca habla de cómo el TLCAN benefició al cine de Holllywood y complicó la situación del cine nacional. No habla de la reducción de cuotas para el cine mexicano ni de la desaparición de las exhibidoras del Estado, probablemente porque ese proteccionismo le parece adverso a su pensamiento. Sin embargo, Mota no habla jamás de la competencia dispareja. Al contrario, lo que sí hace es exigirle a una industria cuya película más cara, Cinco de Mayo: La Batalla (2013), con su presupuesto de 80 millones de pesos, que compita con Hollywood, cuyos costos mínimos rondan los 6 millones de dólares, es decir, alrededor de 110 millones de pesos. ¿Quiere Carlos Mota un mercado completamente libre en un país abundante en corrupción y abusos de la clase empresarial como el nuestro? Un “sí” de respuesta no sería muy popular, pero al menos sería íntegro y nos daría una idea más clara de a quiénes protege. En fin. Qué importa la opinión de otro crítico con mal gusto.

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