El penúltimo largometraje del maestro finlandés Aki Kaurismäki llevó por título internacional Le Havre (2011). Desconfiada del público mexicano, su distribuidora le agregó aquí el original subtítulo: El puerto de la esperanza. No es elección de Kaurismäki entonces que se repita esta palabra en el nombre de su nuevo filme, Al otro lado de la esperanza (Toivon tuolla puolen, 2017), pero sí es cosa suya darla entender en la elocuente parquedad de su estilo. Otra coincidencia: ambas películas se sitúan alrededor de puertos, que en la obra de Kaurismäki han llegado a convertirse en símbolos de llegada, de aventura, pero sobre todo de una globalización benigna. En ellos Europa no recupera la batuta moral del mundo —si es que llegó a tenerla realmente— pero algunos europeos se convierten en los héroes de nuestro tiempo al desafiar una normalidad apática para darle una oportunidad histórica a las víctimas de su pasado colonial.

En Al otro lado de la esperanza la trama sigue a dos protagonistas que huyen de sus muy distintas catástrofes. Khaled (Sherwan Haji) huye de la guerra en Siria. Su familia ha muerto y al llegar a Europa su hermana y él se han separado. Su último recurso es pedir asilo en Finlandia. Waldemar (Sakari Kuosmanen) es un finlandés harto de su esposa alcohólica. Vender camisas tampoco le satisface, así que decide huir y comprar un restaurante. Pero no es el único. Una amiga le explica que pronto vendrá a habitar en Ciudad de México para beber sake y bailar hula hula. Problemas del mundo desarrollado. Y también sus percepciones. En su cinta Kaurismäki nos dibuja una Finlandia amorfa como la arcilla: las manos callosas de un inmigrante desesperado pueden moldear con ella un paraíso; las palmas suaves de un nativo la ignoran y se ponen sobre el volante para escapar de su monotonía, pero al encontrarla de nuevo pueden elegir entre usar botellas y navajas para matar a los diferentes, o entrelazarse con dedos exhaustos de tanto arrastrarse. En la Finlandia de Kaurismäki no hay absolutos, sin embargo sí hay una quietud inquietante.

Los directores nórdicos, de Bergman a Andersson, están poseídos por el pasmo. Debe ser el clima. Pero si la filmografía de Bergman fue una depresión en más de 70 capítulos, la de su compatriota Andersson y la del vecino Kaurismäki encuentran el humor que esconde el silencio. Sus personajes no se mueven mucho; casi no hablan. Son parodias del estereotipo nórdico que, al principio de cada filme, parecen caricaturas. Llegado el desenlace no dejan de serlo pero en especial los personajes de Kaurismäki adquieren una humanidad envidiable que les cambia sus dimensiones: de transeúntes diminutos a ciudadanos monumentales. Ni la violencia ni la inmortalidad: la gentileza es lo que hace a los héroes.

Esta cualidad resulta impredecible cuando Waldemar y Khaled se encuentran por primera vez. El finlandés detiene abruptamente su auto para no atropellar por accidente al sirio. Pasará más de la mitad de la película hasta que se vuelvan a encontrar pero la constante comparación de sus vidas parece decirnos algo sobre el privilegio de nacer europeo y sobre la infatigable dolencia de no serlo. Sin embargo, Al otro lado de la esperanza es mucho más que una condena rencorosa de los personajes más despreciables en ella. Kaurismäki más bien celebra la bondad de muchos de sus compatriotas e incluso nos presenta una versión peculiar de ella en Waldemar, un hombre serio que golpea a Khaled en su reencuentro pero que después hará lo posible por apoyarlo.

Esta excentricidad, ya esperable en un filme de Kaurismäki, está siempre en lo que se dice y en la forma de hacerlo. Sus actores resultan graciosos por secos, pero, como es propio de un genio cinematográfico, también podemos encontrar el humor en lo audiovisual. Con los colores pastel de su diseño de producción, Kaurismäki sugiere una fantasía casi infantil, mientras que el sonido de un escáner de huellas digitales exagera y nos da la perspectiva de un viejo que encuentra en la tecnología moderna una evidencia de la vida extraterrestre. Las imágenes de un improvisado restaurante de sushi donde se sirven bolas de wasabi con un toque de nigiri de arenque se burlan ingeniosamente de la torpeza nacionalista en un mundo cosmopolita y plural.

Quizá la forma de Kaurismäki suene incómoda para algunos espectadores pero me parecería una exageración decir que su obra, y específicamente Al otro lado de la esperanza, sean desafiantes. Al contrario, su influencia sobre el popular Wes Anderson es evidente, y su hábil manejo del ritmo, menos complaciente que el de su vástago estadounidense, permite al espectador explorar los cuadros sin llegar a los extremos de cineastas más radicales. De hecho su tratamiento de los temas no es precisamente agudo sino idealizado, pero de ninguna manera es un mal atributo. Al contrario, en un mundo donde se ahogan en el Mediterráneo quienes huyen de balas y misiles, Kaurismäki nos ofrece una tierna visión de lo que podría ser todo si dejáramos de pensar tanto en nosotros mismos.

Google News

Noticias según tus intereses