El gran tema del cine ruso, desde la Revolución hasta nuestros días, ha sido el estado de la nación. Aunque su periodo soviético se encargó de celebrar la utopía que se convertiría en campo de concentración, el cine ruso contemporáneo lamenta el regreso de los autoritarios y el derrumbe moral de un país que, tundido por la resaca de la fiesta soviética, se arrastra torpemente a la cocina por un café que lo alivie. El dramaturgo y cineasta Kiril Serébrennikov ha sido tan directo y audaz en su crítica —más incluso que Andréi Zviáguintsev que uno no puede sino sospechar que es esa la razón por la que se encontrará bajo arresto domiciliario hasta agosto de este año, y no por un caso de supuesta malversación de fondos. Después del encarcelamiento del empresario Mijaíl Jodorkovski, capturado tras confrontar al presidente Putin, es difícil pensar otra cosa. Pero ver la película El discípulo (Uchenik, 2016), de Serébrennikov, implica comenzar a creerle a la defensa del director.

Situada en una escuela preparatoria, la película nos muestra el ascenso de un profeta inusual. Veniamin Yuzhin (Pyotr Skvortsov) no es un obvio líder carismático sino un paria de su pequeña sociedad. Por razones desconocidas, Venia se rehusa a participar en la clase de natación, y por ello su madre, Inga (Yuliya Aug), le pregunta desesperada si se debe a una especie de vergüenza sobre su cuerpo o si tal vez sea a causa de erecciones incontrolables. Uno nunca sabe. Esta primera confrontación entre madre e hijo sugiere el particular tono de Serébrennikov. Oscilando entre el conflicto y el humor repentino, el director trata de crear un balance para hacer de una película sombría algo un poco más ligero, aunque sin descarrilarla. También en esta primera escena se define el estilo visual: planos de larga duración pero con mucho movimiento tanto de la cámara como de los actores a cuadro. Más adelante veremos cómo, a menudo, la luz se ubica en el fondo de la composición para añadir dramatismo y acaso un elemento mesiánico. Es un estilo que refleja la intensidad de las conversaciones, y en particular de su protagonista: un joven que no se rehusa a desnudarse en la alberca por las razones normales —que son las imaginadas por su madre— sino porque es un fanático cristiano que intenta establecer su violenta idea del reino de los cielos en la Tierra.

Venia está convencido de que mediante el sacrificio, la prohibición y la abstinencia podrá instalar una suerte de república divina en la Rusia contemporánea. Cada vez que cita la Biblia aparece en la pantalla un título que señala cuál es el pasaje y demuestra así la inmensa rabia de una religión que se considera más moderada que otras. Cuando el sacerdote local lo confronta después de que su radicalización comienza a resultar perturbadora, Venia le  responde que los cristianos deberían tener mártires y bombardeos como otras fes. Sin embargo Serébrennikov es un crítico inteligente y pronto nos muestra a Elena (Viktoriya Isakova), la profesora progresista de Venia, memorizando frases bíblicas de amor y tolerancia que contradicen las de su estudiante. En una película como Timbuktú (Timbuktu, 2014), de Abderramaneh Sissako, este mismo recurso me parece torpe porque prefería de manera obvia una versión del islam, la amorosa, sobre la violenta, pero en El discípulo Venia y Elena son descritos ambos como fanáticos en conflicto, incapaces de aceptar las contradicciones del libro sagrado como representativas de la realidad misma. En un mundo donde las criaturas matan para vivir, todo cuanto existe es un contrapeso. El problema es que Venia comienza a descubrir el apoyo en la directora de la escuela.

Cuando Venia protesta contra la educación sexual, en la escuela se asume que está luchando contra el libertinaje; cuando ataca la evolución en un performance, se sugiere que se enseñen tanto el creacionismo como la teoría de Darwin. Esta necesidad de apaciguar se convierte pronto en el tema central de la película y alude a distintas situaciones: la primera es, claro, el auge de los dictadores. Hitler creció en el panorama alemán e internacional porque sus vecinos y las potencias rivales pensaron que darle lo que quería lo detendría. Por otra parte, Venia representa la intolerancia de nuestro tiempo cuando discrimina a Elena por ser judía aunque ni siquiera lo es. En la escuela los profesores y la directora aseguran que Elena exagera o que tal vez sí sea judía. Es un clima de persecución similar al que envuelve al filme.

Nunca sabemos de dónde viene la fe de Venia. La ausencia de su padre apenas si se menciona, aunque podría tener que ver, sin embargo Serébrennikov parece crear un personaje como los nihilistas de Dostoyevski: inexplicable, destructivo y quizá sobrenatural. Hacia el final de la película Venia y otros personajes comienzan a percibir el mundo más allá de lo real, particularmente en un encuentro del muchacho con una crucifixión. En la imagen se juntan el día y la noche en las ventanas y el sueño parece escaparse de la fantasía al mundo real. ¿Es la locura o el triunfo de la voluntad? En la consciencia del fanático son indistinguibles. Afuera de ella son fracasos: suyos o nuestros.



Fe de erratas
Una versión anterior de este texto identificaba a la película erróneamente como El estudiante. El nombre ha sido cambiado por el correcto: El discípulo.

Google News

Noticias según tus intereses