Barry Seal (American Made, 2017) no me parece interesante por sí misma. Puede serlo si a uno le complace una película que intenta mezclar sin mucho éxito la aventura, el crimen, el espionaje y la sátira política, pero de lo contrario no es mucho más que otra cinta mediana en la crepuscular carrera de Doug Liman. Por el contrario, Barry Seal se hace interesante si la vemos como otra pieza de cultura popular que recuerda el intervencionismo estadounidense en Sudamérica durante los 80. En la misma línea se encuentran libros como Killing Pablo (2001), de Mark Bowden, o El poder del perro (The Power of the Dog, 2005), de Don Winslow. También está ahí la serie Narcos (2015), de Gaumont y Netflix. Todos estos productos se sitúan en los años 80 y discuten en mayor o menor medida el repugnante lazo real entre la CIA, el narcotráfico y las ultraderechas latinoamericanas en su intento por repeler al comunismo en las junglas de Nicaragua a Colombia. El hecho de que existan nos dice algo sobre sus autores y sus compañías editoriales, productoras y distribuidoras, pero el enorme éxito que han tenido nos demuestra al menos el interés popular en el periodo y quizás una culpa asociada al pensamiento liberal que transforma hoy la consciencia estadounidense. Ronald Reagan y Pablo Escobar siempre fueron vistos como villanos por muchos estadounidenses pero hoy ambos son percibidos como parte de la misma conspiración internacional. La pregunta más interesante de todo esto es: ¿Por qué ahora?

A finales de los 90 una serie de deserciones en el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales comenzó en México la formación de la unidad paramilitar convertida en cártel Los Zetas. Durante los años siguientes sus atrocidades en la guerra con el Cártel de Sinaloa y la arrogancia de Osiel Cárdenas, líder del Cártel del Golfo y patrón de Los Zetas, comenzaron a calentar las plazas del narcotráfico en México. En 2003 Cárdenas fue arrestado tras amenazar a un par de agentes de la DEA, a quienes les exigió en una emboscada que le entregaran a un informante. Para la imaginación estadounidense ese tipo de hombres existía en África del Norte, no en México. Las imágenes de La caída del halcón negro (Black Hawk Down, 2001), un filme sobre la caza del caudillo somalí Mohamed Farrah Aidid, resultarían una premonición de lo que se vería en lugares como Ciudad Mier casi diez años después. La diferencia es que ahí no combatirían militares estadounidenses con el grupo armado de Aidid sino el Cártel del Golfo contra Los Zetas. Era inevitable que periodistas, novelistas y productores estadounidenses se interesaran en el violento fenómeno a sólo unos kilómetros de su frontera.

La historia de las obras que orientarían el interés en los cárteles mexicanos a la colusión entre la CIA y el narcotráfico es una de coincidencias: La caída del halcón negro se basaba en un libro del periodista Mark Bowden. El mismo año en que se estrenó la película, Bowden publicó Killing Pablo, un libro periodístico sobre la caza del más famoso caudillo criminal en América Latina: el colombiano Pablo Escobar. Bowden comenzó a investigar el tema en 1997 porque vio la foto de Escobar muerto en la oficina de un militar. Hasta donde sé, el periodista no ha revelado su identidad pero uno se da una idea de quién podría ser si piensa que ambos libros hablan de la Fuerza Delta y que sus publicaciones están separadas por sólo dos años.

No puedo asegurar la influencia de Killing Pablo en Narcos pero tampoco me atrevo a pensar que no existe. La narrativa de la serie parece ligeramente basada en las investigaciones de Bowden y enfatiza elementos similares en el carácter de Escobar y su familia, sobre todo de su madre. Las fuerzas especiales no aparecen en la serie pero la protagonizan los agentes de la DEA Steve Murphy y Javier Peña, que también son relevantes en Killing Pablo. Además es difícil pensar que una producción basada en hechos reales no se habría interesado en uno de los libros que mejor han documentado la situación. Pero admito también que a pesar de las similitudes hay diferencias notables. Por ejemplo, Bowden sugiere pero no afirma la posibilidad de que el grupo paramilitar de ultraderecha Los Pepes haya atacado al Cártel de Medellín con ayuda de inteligencia estadounidense. Narcos lo asegura como un error del agente Peña en busca de criticar la intervención de Washington en Colombia. Pero si Peña se equivoca intentando hacer un bien, el representante de la CIA en el programa, Bill Stechner, es representado como una figura diabólica que manipula la situación para enfrentar a las guerrillas de izquierda. Él suma la visión actual de una institución más apreciada popularmente en el pasado.

Por décadas las novelas de Tom Clancy y las películas basadas en ellas nos habían expresado a la CIA como una institución heroica que combatía a peligrosos criminales internacionales a la James Bond. Las cintas de Jack Ryan no hablan de derrocar gobiernos en América Latina ni de entrenar fuerzas especiales salvajes como los contras en Nicaragua o los kaibiles en Guatemala. Al contrario, en Peligro inminente (Clear and Present Danger, 1994), Harrison Ford, en el papel de Ryan, se rebela contra la corrupción y le informa al congreso de una conspiración para empoderar a un cártel controlable en Colombia. Esa imagen comenzó a desaparecer al comenzarse a recordar la Guerra Fría no como un conflicto noble sino como un periodo de manipulaciones y mezquindades por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética. Como lo muestra el periodista Ioan Grillo en Caudillos del crimen (Gangster Warlords, 2016), muchos de los problemas de América Latina con sus organizaciones criminales son una secuela directa de la influencia estadounidense en la lucha contra el comunismo. Los héroes de la guerra contra las drogas son ahora los miembros de la DEA.

Diez años antes de Narcos, en 2005, el novelista Don Winslow publicó la novela El poder del perro. Protagonizada por Art Keller, un agente de la DEA, la historia es al mismo tiempo un thriller de espionaje, de policía y de gangsters que explora el surgimiento del Cártel de Guadalajara, la caída de la familia Gambino de Nueva York y el tráfico de cocaína patrocinado por la CIA para conseguirle a los contras los fondos que el congreso les había negado para acabar con los sandinistas. En la novela un miembro de los Gambino es también un agente de la CIA que enlaza a las organizaciones criminales, de inteligencia y paramilitares. Keller, por el otro lado, es la figura heroica e incorruptible que cuestiona los planes de la CIA y amenaza constantemente con revelarlos. De alguna manera él es el modelo de los idealistas Peña y Murphy en Narcos, que con el tiempo descubren que la guerra contra las drogas no se puede ganar.

En la tercera temporada Peña sustituye al agente de la DEA Joe Toft. En la vida real Toft expuso que la campaña del presidente Ernesto Samper había sido financiada en parte por el Cártel de Cali, rivales de Escobar y amigos de la CIA, según la serie. En defensa de Peligro inminente, es lo mismo que hace su protagonista Jack Ryan, pero Narcos y El poder del perro no ennoblecen jamás a las instituciones estadounidenses como lo hacen otras novelas y películas de Clancy. Al contrario, las cuestionan como aspira a hacerlo la reciente Barry Seal, donde un agente de la CIA es indiferente al tráfico de drogas del protagonista. Lo que nos está diciendo esta tendencia es que la violencia al otro lado de la frontera es en buena medida culpa de Estados Unidos.

La fascinación con el personaje de Escobar y los años 80 en Colombia no termina. El otrora líder del Cártel de Medellín es un personaje importante en Barry Seal, Narcos y la reciente Operación Escobar (The Infiltrator, 2016). Pronto se estrenará Loving Pablo (2017), una película donde Escobar es interpretado por Javier Bardem, pero pareciera que la ficción también está empezando a mirar al lugar que inspiró la reflexión en primer lugar. La cuarta temporada de Narcos pronto será filmada en México y hace apenas dos años Winslow publicó El cártel (The Cartel, 2015), su novela sobre el narcotráfico contemporáneo en México.

La vasta cultura liberal que se opone a los valores de Donald Trump ha respondido bien a las obras que atacan la era de los conservadores Reagan y Bush padre, pero, ¿qué tendrán que decir de las que ataquen su consumo de drogas y su indiferencia? El abogado del crimen (The Counselor, 2013), escrita por el renombrado novelista Cormac McCarthy, lo hizo y pagó duramente las consecuencias con un fracaso entre espectadores y críticos. Esto me lleva a pensar que quizá también sea seguro para la cultura estadounidense atacar el pasado y a los cárteles colombianos, incomparables ya a los mexicanos. ¿Qué tanto les afectará enfrentar la barbarie que toca a sus puertas y que en buena medida financian ellos? Los estrenos lo dirán.

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