“No te acerques a mí, hombre que haces el mundo, déjame, no es preciso que me mates. Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren de algo peor que vergüenza. Yo me muero de mirarte y no entender.”

Rosario Castellanos

En una afortunada coincidencia, se estrenan en cartelera dos películas que muestran el conflicto que viven dos mujeres en su intento por invadir un mundo que, al menos en ese entonces, parecía exclusivo de hombres.

Se trata del notable segundo largometraje de la mexicana Natalia Beristáin, Los Adioses, (cinta basada en la vida de la escritora Rosario Castellanos) y del sexto largometraje del sueco Björn Runge, The Wife, relato de ficción sobre un escritor que gana el premio Nobel y su abnegada esposa que ha estado con él desde los inicios de su carrera. Cabe entonces una revisión conjunta de estas películas sobre escritoras que luchan por ser escuchadas.

Advertencia: habrá spoilers.

I.- Los Adioses, o la dulce contradicción

Nacida en la Ciudad de México en 1925, Rosario Castellanos pasó la mayor parte de su infancia y juventud en Chiapas, donde el contacto con diferentes etnias indígenas la hicieron sensible no sólo al milenario abandono de esas comunidades sino también al machismo inherente e igualmente legendario con el que se trataba a las mujeres indígenas, quienes por esa condición sufrían una especie de doble discriminación.

Esa preocupación por la mujer que se ve enfrentada a un mundo comandado por hombres está plenamente plasmada en su obra y es a la vez reflejo de su vida. No son sólo los días en Chiapas sino también en su experiencia como escritora, donde tanto la crítica como algunos de sus compañeros la relegaba simplemente por su condición de mujer.

Es complejo entender que una mujer tan autosuficiente y de avanzada haya tenido una relación tan destructiva como la que Rosario Castellanos sostuvo con el filósofo Ricardo Guerra, con quien se casó en 1958 para divorciarse definitivamente en 1971.

El quid de esa relación es el tema de Los Adioses. Sin ser propiamente una biopic, la directora Natalia Beristáin explora esta tortuosa relación a partir de ciertas cartas que la escritora envía a su esposo donde le reclama no sólo sobre sus constantes infidelidades sino también sobre sus ideas sobre la vida en pareja donde, según él,  ella estaría obligada a quedarse en casa a cuidar a su único hijo.

Una de las secuencias iniciales ilustra a la perfección esta dulce contradicción. Guerra (Daniel Giménez Cacho) vuelve, luego de divorciarse de su antigua esposa, a buscar a Rosario (Karina Gidi) quien le reprocha su huída y abandono aunque no puede evitar caer de nuevo en sus brazos para luego ambos terminar en la cama. Ahí, entre las sábanas, con el olor a cigarro y el hombre leyendo pasajes de los libros que ella ha escrito, los personajes cambian y a golpe de corte abrupto ambos son jóvenes de nuevo. La metáfora es poderosa: Ricardo hace sentir joven otra vez a una Rosario que simplemente lo encuentra irresistible.

La dulce contradicción se irá haciendo más marcada. Él la interrumpe cuando escribe, va con flojera a eventos que le incumben, enfurece cuando los periodistas le preguntan sobre ella (y no sobre él), coquetea con otras mujeres y -luego de su embarazo- le exige quedarse en casa puesto que “eso es lo que recomiendan los doctores”. De la mano de una estupenda actuación de Karina Gidi, somos testigos del encontronazo entre sus ideas y el amor de su vida. De día, la escritora y profesora sale a explicar a sus alumnos sobre las condiciones de desigualdad en las que vive la mujer, para de noche encontrarse con esos mismos problemas en casa.

Ya como último recurso, Castellanos le explica la intensidad de su amor al analfabeta emocional de Ricardo: “Si tu me dices que allá fuera llueve, entonces llueve, si me dices que me amas, entonces es amor”. Será inútil, ambos se separarán y años más tarde ella morirá en un terrible y abrupto accidente.

II.- The Wife, el amor como renuncia

La llamada que todo escritor espera en algún punto de su vida llega esa noche. De madrugada, desde Suecia, una voz le notifica por teléfono a Joe Castleman (Jonathan Pryce) que ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Callada, desde otra extensión, su esposa Joan (Glenn Close) escucha silenciosamente. Ambos festejan brincando en la cama, “¡gané el Nobel¡, ¡gané el Nobel!” grita Joe mientras que su esposa, apenas con una sonrisa dibujada en su rostro, asienta con acartonado gesto.

Mediante un flashback sabemos cómo es que ambos se conocieron, hace cincuenta años. Él era un profesor universitario y ella era una alumna brillante cuyos textos la convertían en una joven promesa. Pero en la presentación del nuevo libro de una experimentada escritora, ésta le aconseja a la joven Joan que mejor ni lo intente: “Ellos nunca te tomarán en serio y tus libros se quedarán como los míos: en un librero acumulando polvo”.

¿Qué será peor condena para un escritor?, ¿no tener lectores o no tener reconocimiento?

El matrimonio viaja a Suecia para recibir el premio. La prensa se vuelca en elogios hacia Joe, mientras que él le dedica su triunfo a su esposa. Cuando la prensa le pregunta si ella también escribe, él responde “Afortunadamente no. Ella no hace nada”.

No se necesita ser un genio para saber hacia dónde va esto. En The Wife (llamada aquí con el pésimo título de La Buena Esposa) tenemos la cara opuesta a Los Adioses: mientras que Rosario Castellanos no renunció nunca a sus convicciones y a su deseo de ser escritora, Joan decide ceder pero sin renunciar a las letras, aunque para ello tenga que publicar sus textos bajo el nombre de su marido.

El atractivo en esta historia por supuesto es una Glenn Close que sigue en pleno ejercicio de sus facultades histriónicas. Con un rostro que muestra siempre una calmada desesperación, poco a poco el peso sobre sus hombros se hace más imposible de cargar: su hijo no sólo comienza a sospechar sino que otro escritor (que está escribiendo la biografía de Joe) comienza a hacer preguntas incómodas.

Mientras más sabemos sobre esta amorosa renuncia, cada vez nos queda más claro que Joan está arrepentida por sus decisiones de vida. Herida en el corazón por la displicencia de su marido y frustrada por permanecer a la sombra, viendo desde lo lejos la lluvia de alabanzas que deberían ser para ella.

Es un mundo de hombres, y en estas dos historias, ambas tuvieron que ceder ambo para conseguir entrar: la primera renunciar a su amor, la segunda renunciar al reconocimiento. Ambas viven quebradas por sus decisiones, pero ambas también son de las que al final prefieren morir solas.

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