Con un epígrafe dedicado a Howard Phillip Lovecraft, el director Pascal Laugier arranca Incident in a Ghostland (Pesadilla en el Infierno, por su título en español), cuarto largometraje del cineasta galo quien alcanzara status de culto con la sangrienta Martyrs (2008), catalogada en no pocas listas como una de las películas más sangrientas del género gore.

No obstante, en esta cinta el gore está muy bajado de tono, a cambio Laugier apuesta por una especie de survival horror más clásico en un guión que antes que asustar lo que pretende es confundir y distraer al público con un guión que explota cierto giro de tuerca interesante pero que en el global su resolución no es tan satisfactoria como el sugestivo inicio.

Beth (Crystal Reed) es una exitosa escritora de novelas de terror. Fanática desde niña de H.P. Lovecraft, siempre soñó con la fama y la vida que ahora posee: éxito editorial, reconocimiento mundial, un amoroso esposo y un hijo adorable. Una tarde recibe la llamada de su hermana quien le grita por teléfono que regrese y que le ayude. Intrigada, viaja a dónde su madre, un tremendo y lúgubre caserón donde ella y su hermana pasaron la adolescencia. Se trata de la clásica casa de película de terror: mal iluminada, pisos de madera crujiente, en medio de la nada y, para rizar más el rizo, todas las paredes están “adornadas” con tétricas muñecas y máscaras propiedad de la dueña original del lugar.

Es así como Beth se encuentra con su hermana Vera (Anastasia Phillips), absolutamente perturbada, con ataques de ansiedad, marcas de golpes en todo el cuerpo y que vive recluida en un cuarto con almohadas en las paredes, cual paciente psiquiátrico. Beth comienza a recordar el pasado, cuando llegaron a ese lugar así como el incidente que sufrieran las tres mujeres con un par de invasores que en su momento irrumpieron violentamente a su casa.

La iluminación y la fotografía del cinematógrafo Danny Nowak crea atmósferas interesantes con tonos ocres y tomas continuas que le dan una estética peculiar a la cinta. El choque entre el mundo perfecto de Beth y el horror al que será sometida queda claro en el trabajo de Nowak quien busca afanosamente una estética preciosista, poco común en el cine de terror.

Malas noticias para aquellos que busquen algo tan brutal y sangriento como Martyrs, si bien la película tiene momentos de violencia extrema (básicamente estamos invitados a ver cómo se muelen a golpes a dos mujeres) cuyas consecuencias se notan principalmente en la cara -ya deforme por los golpes- de estas dos hermanas, no se llega a los extremos gráficos de la obra más conocida de Laugier.

La tensión en todo caso viene, por una parte, en la distracción que provoca en el público los saltos narrativos del guión, un efectivo giro de tuerca que juega a confundir, y ocasionales jump scares que están ahí como para no olvidar que estamos en una cinta de terror. El compromiso de los actores es absoluto, sobre todo del cuarteto de actrices que interpretan tanto a Beth como a Vera que son quienes recibirán el mayor castigo.

De más a menos, a un primer tercio bastante interesante le sigue un impasse terrible donde se vuelve tediosa la narrativa de estas chicas tratando de escapar del auténtico infierno al que están sometidas, para cerrar después con una nota ligeramente más alta pero no tan interesante como la del principio.

El tema de la evasión ante el horror de la realidad es el más interesante de esta cinta, que se aleja de la tradicional crítica al status social (como sucede en mucha de la filmografía del autor) para insertarse en un relato pesadillesco que desgraciadamente termina en una anécdota del tipo Twilight Zone.

Como sea, sigue siendo admirable la lucha del género del terror por probar otras fórmulas, escapar de los clichés o, como en esta entrega, usarlos a favor de un experimento que si bien no es del todo logrado, al menos se queda como un buen intento.

-O-

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