Más que una secuela, Glass -la más reciente cinta del renacido M. Night Shyamalan- parece el final extendido que nunca tuvimos en Unbreakable, su mejor película a la fecha y una de las mejores cintas de superhéroes en la historia.

Han pasado 19 años desde esa hermosa y sofisticada película, y habría que reconocer que Shyamalan logra rescatar el estilo y la elegancia de aquella, así sea copiando vilmente la majestuosa cámara de Eduardo Serra, quien no regresa para esta entrega y es reemplazado por un competente Mike Gioulakis empeñado en emular los trucos de Serra una y otra vez.

Pero como dijera un clásico: “haiga sido como haiga sido”, el asunto es que Unbreakable y Glass parecen episodios de la misma serie, aunque con colores un poco más vivos en esta entrega, se mantiene el ritmo pausado, el mutismo de los personajes (con excepción, claro, de James McAvoy) y la elegancia en el montaje que insiste en planos secuencia, travelings y tomas cerradas que no siempre apuntan al rostro de los personajes sino que se quedan en la parte media del cuerpo.

Shyamalan no pierde mucho tiempo en presentaciones. Asume que si estás aquí es porque viste Unbreakable y Split y sabes de qué se trata el juego. David Dunn (Bruce Willis) sigue siendo un “superhéroe”, ahora junto con su hijo quien, vía celular, se ha vuelto en su “Alfred” en la lucha contra el crimen. Mientras tanto Kevin (James McAvoy, impresionante) y su horda de personalidades han secuestrado a cuatro adolescentes, aunque sin motivo aparente.

Es cuestión de tiempo (y de mucha buena suerte) para que Dunn se encuentre con Kevin y suceda la inevitable pelea entre la Bestia (la personalidad más violenta y poderosa de Kevin) y el propio Dunn. Ahí viene el primer giro, y es que ambos son capturados por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson) quien los encierra en un manicomio convencida de que está frente a un par de pacientes psiquiátricos cuyas mentes les hacen pensar que son superhéroes. Otra casualidad: en ese mismo manicomio se encuentra capturado Elijah Price (Samuel L. Jackson), aquel extraño personaje que se hacía llamar Mr. Glass.

Autor hasta el final, el mayor mérito de esta cinta es no dejarse influenciar por otra cosa que no sea la visión del director. Han pasado 19 años y en ese tiempo el género (de la mano de Disney/Marvel) se convirtió en la máquina más poderosa de Hollywood. No hay año en que no se estrenen al menos cinco películas de superhéroes y de ganancias mejor ni hablamos, ustedes se lo imaginan.

Frente a ese panorama Shyamalan permanece inmune: dirige la película que él quiere dirigir y la manda al barranco si así lo desea. Místico del final inesperado, de la vuelta de tuerca, de la sorpresa “que no ves venir”, Shyamalan toma una serie de decisiones que podrá no gustar a muchos (o tal vez a nadie) pero que al final son decisiones de autor. El director parece narrar siempre en función de esa sorpresa final, y esto no es la excepción.

Y es en ese terreno donde se encuentran la gran mayoría de las críticas: el giro final que no convence. La crítica no es tanto a lo que se ve en pantalla sino a lo que no se esperaba en pantalla. Diez años de cintas Marvel nos han predispuesto sobre cómo debe ser una película de superhéroes, una década de películas que sabemos de antemano cómo deben acabar y con qué otra cinta debe conectar.  Olvídense de eso, aquí no hay nada parecido a Marvel ni mucho menos.

O dicho en otras palabras: siempre es preferible que una película sea un desastre por una decisión autoral y no por una decisión comercial (como es el caso del 80% de los productos basados en superhéroes). No, no me convence del todo el final absolutamente inesperado de esta cinta, pero definitivamente prefiero este tipo de cine a la manufactura en serie que vemos cada verano. Y por cierto, no esperen que aquí haya escenas extra.

-O-

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