“Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”.

Sir Arthur Conan Doyle

En El Tercer Asesinato (Sandome no satsujin, 2017), el japonés Hirokazu Koreeda pareciera alejarse de los dramas familiares que componen su siempre interesante filmografía con el fin de internarse en un género nuevo para el cineasta: un thriller criminal con tintes noir. Pero como suele suceder con todo bien autor, los cambios de género y de estilo no son sino la reafirmación de sus propias obsesiones. Pronto veremos que este drama sobre un asesino confeso el cual parece estar mintiendo, esconde en realidad otro drama familiar donde se repiten de nueva cuenta los temas centrales que nutren el cine del director japonés.

Misumi (Kôji Yakusho), un exconvicto previamente acusado de dos asesinatos, es capturado nuevamente y acusado de un tercer asesinato (el de su propio jefe que recién lo había despedido). La defensa de su caso está a cargo de Shigemori (Masaharu Fukuyama) y su grupo de abogados quienes, ante la confesión de Misumi, sólo les queda tratar de eludir la pena de muerte y rebajar la condena lo más posible.

El problema es que la versión de Misumi no es consistente, cambia con cada careo y el hombre se nota extrañamente tranquilo. Shigemori comienza a sospechar por lo que inicia una nueva investigación, acude a la escena del crimen, encuentra nuevos involucrados y, convencido, se da a la tarea de buscar la verdad.

¿Pero qué es la verdad?, esa es la gran arista de este filme que sitúa a la verdad no como un hecho irrefutable a partir del descarte de posibilidades, sino como una construcción en la que también interviene nuestra propia subjetividad y nuestro deseo de creer en lo que más nos convenga.

Con su usual ritmo pausado y sutileza visual, Koreeda monta esta idea con un sencillo emplazamiento de cámara que va cambiando conforme sigue la trama: los abogados confrontan al acusado en un tradicional contracampo pero, cuando las dudas sobre su culpabilidad se incrementan, las tomas se van cerrando hasta que ambas partes se ven de frente en un campo fijo para al final resolver la toma con dos planos que se traslapan, como si ambos personajes fueran versiones o caretas de un solo ente.

Mientras la investigación avanza, las clásicas obsesiones de Koreeda salen a flote: tras estos hechos hay una hija abandonada, un padre cuya hija no lo ve desde hace años, un abogado arrepentido de no estar más tiempo con su hija y un buffet jurídico que en sí mismo se comporta como una gran familia.

Aunque en esencia estamos ante un filme procedural, el director no se deja llevar por las típicas fórmulas de este género, no esperen un giro de tuerca dramático, un emocionante discurso frente a un jurado o el suspenso del veredicto. Eso no implica que el final no sea demoledor e incluso crítico al sistema de judicial donde el hacer justicia pocas veces va de la mano con la verdad misma.

-O-

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