La tarea básica de todo cineasta es generar empatía, lograr que a nosotros, el público, nos importe lo que le sucede a los personajes en pantalla. Para ello, el director recurre a todo recurso posible, desde música, edición, efectos especiales hasta un grupo de actores que provoquen, convincentemente, una gama de emociones en el espectador.

En 120 Latidos por Minuto, el director francés Robin Campillo logra generar empatía desde los primeros minutos al mostrarnos la mecánica de la disidencia que tomó las calles, en la Francia de principio de los años noventa, para protestar por las risibles, homofóbicas y a todas luces insuficientes políticas del entonces presidente Mitterrand ante la pandemia que surgía en todo el mundo: el sida.

A este movimiento se le conocía como Act Up y era un eco del movimiento original surgido en Nueva York a mediados de los años ochenta. La idea era combatir la desinformación, los prejuicios y la homofobia mediante toda una serie de acciones que iban desde tomar las calles en coloridas y animadas marchas (tan comunes hoy en día), hasta actos de vandalismo contra empresas farmacéuticas así como el volanteo en escuelas con información sobre la enfermedad. La meta era romper con esa sensación de que la enfermedad era propia de homosexuales y drogadictos, un desdén que a la larga resultó criminal.

Campillo inicia situándonos en la primera fila de las discusiones de este grupo de marginados que en acaloradas asambleas decidían las acciones a tomar. Se trata de escenas que remiten a Entre les murs (Cantet, 2008), cinta que -con guión del mismo Campillo- mostraba la dinámica entre un grupo de estudiantes algo radicales y su paciente profesor. Son secuencias que se despliegan de manera orgánica, al grado que no parecen haber sido montadas sino ser parte de algún documental de la época.

De entre todos esos jóvenes con personalidades bien definidas comienza a destacar uno, Sean Dalmazo (extraordinario Nahuel Pérez Biscayart), líder nato que es de los más radicales del movimiento y de quien uno de los nuevos miembros, Nathan (Arnaud Valois), comienza a enamorarse.

Así, la mecánica de la disidencia se va desplegando con un ritmo que muy en el fondo denota la desesperación de estos jóvenes cuyo reloj de vida se va a agotando a cada segundo (a 120 latidos por minuto). Se trata de condenados a muerte que están dispuestos a exprimir el último jugo de vida denunciando, marchando, gritando lo más fuerte posible las razones de su futura muerte y advirtiendo: esto te puede pasar a ti, esto se puede evitar.

Y es justo aquí donde la empatía juega un papel primordial. El sida a principios de los noventa era una pandemia, pero era también un instrumento de estigmatización. La enfermedad era “de otros”, un castigo divino, una revancha moral de las buenas conciencias. El cine que trata sobre el sida lo hacía desde el drama desgarrador -Philadelphia (Demme, 1993)-, hasta la telenovela condescendiente -An Early Frost (Erman, 1985), pero pocas veces se generaba verdadera empatía que hiciera consciente al público no sólo sobre el problema sino que lo volviera vulnerable al grado de pensar: esto también puede pasarte a ti.

La primera pieza en romper esa tendencia es el documental How to Survive a Plague (France,2012) donde la esfera política y social de la pandemia se hace evidente. Aquí el drama, la lucha, el miedo y el coraje son reales. 120 Latidos por Minuto está en la misma arena a pesar de ser un trabajo de ficción. Partiendo de lo comunitario a lo particular, los personajes de Campillo son condenados a muerte que recuperan su calidad de ciudadanos a partir del movimiento que los hace sentirse vivos.

El arma secreta de Campillo es su propia historia de vida. En su juventud fue parte del movimiento Act Up, por lo que su experiencia en la recreación de las emociones, las asambleas y los actos de protesta vienen de primera mano. Pero el golpe final se llama Nahuel Pérez Biscayart, actor de origen argentino cuya fuerza interpretativa en pantalla es casi intoxicante. La película es él, una fuerza de la naturaleza que parece imparable pero que a la vez muestra su vulnerabilidad a cada latido.

120 Latidos por Minuto es una película sobre la  disidencia y la resistencia, sobre la amistad entre aquellos que se saben sentenciados y  la música que todas las noches los alimentaba a seguir con la esperanza de que no todo fuera inútil: con un poco suerte, todo esto ayudaría a que alguien más se salvara de morir por amar sin freno y sin protección.

-O-

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