“¿Mota, piedra, periquito?, ¿Qué buscabas, carnal?, te lo traigo”, pregunta, con total normalidad, un joven de unos 20 años a los transeúntes que pasan por la Calle de la Constancia, contigua a Jesús Carranza, en el Barrio Bravo de . Pasan de las 14 horas de este viernes. Las calles del Barrio Bravo se llenan de chachareros. En los puestos improvisados en las aceras, sobre unos percudidos trapos que sirven de mantel, se encuentran herramientas, juguetes y ropa, todo usado; viejos menesteres, trastes de cocina empolvados, botellas de whisky a medio terminar y hasta cajas con medicamentos, algunos de ellos ya caducados.

Sin embargo, donde comienza lo atípico de la vendimia es en las subsecuentes calles Santa Lucía, Calle de la Constancia y Peñón, a espaldas del famoso Mercado de los Tenis. Aquí impera el descaro del narcomenudeo: hay sujetos con radios en las entradas de las lúgubres vecindades y en lo que parecen ser unidades habitacionales; otros más “halconean” a los desconocidos. Con mirada intimidadora, uno de los guardias de esos inmuebles se acomoda algo en la cintura y otro más no saca su mano derecha de un bolso Jordan que cuelga a la altura de su pecho. No quitan la mirada de los ajenos al barrio e insinúan que empuñan un arma, tal vez de fuego.

En el Frontón Morelos juegan este deporte varios hombres, todos sin camiseta; mientras en el graderío tubular de la cancha, cuatro sujetos en situación de calle comparten un garrafón de alcohol de caña al tiempo que uno más, después de preparar meticulosamente una pipa con crack, la enciende, fuma y pierde su mirada hacía la calle Alfareros en donde se montó un icónico altar dedicado a la Santa Muerte. Ésta, durante el día recibe decenas de visitas de los vecinos que le dejan dulces, flores y veladoras.

A unos pasos de allí, en tres motocicletas estacionadas, cuatro hombres y un par de mujeres comparten un cigarrillo de mariguana. A sus pies, en la banqueta, hay botes de cerveza sin importar que a plena luz del día pasen señoras con sus pequeños de la mano. Parece algo común.

Al llegar a la esquina de de las calles Matamoros y Toltecas, entre diableros que transportan mercadería, todo parece entrar a la normalidad: los vendedores gritan frases como: “barato lo robado” y “pirata, lo trajo la rata”. Venden mochilas, jeans, tenis y bolsos, todo réplica de marcas de renombre. Es en este cruce en donde un trío de ambulantes colocan un par de rejas con perros cachorros de la raza Schnawzer y Golden Retriever al tiempo que repiten “no fotos ni videos, guarda el fon”.

"Pirata, lo trajo la rata"; crónica de una tarde en el barrio bravo de Tepito
"Pirata, lo trajo la rata"; crónica de una tarde en el barrio bravo de Tepito

Los compradores que conocen el tianguis de Tepito caminan seguros. Saben en dónde sí y hasta donde adentrarse; los que no, constantemente voltean, con la sensación permanente de peligro, a buscar algún sospechoso, “hay que andar normales para despistar a la rata”, asegura un cliente frecuente de este lugar.

Hay poca gente y aunque se puede caminar, imprudente y constantemente pasan motonetas que se abren paso entre las personas. Sus tripulantes son jóvenes, no usan casco. “Esos güeyes son de allá atrás”, dice un comerciante de ropa interior femenina a uno de sus colegas.

Al arribar a la calle Aztecas, el ambiente es otro. Lo que en la década de los 80 y 90 era comercio de la llamada “fayuca” y el ambiente tropical de la música salsa coloreaba los changarros, hoy sucumbió ante los puestos de alitas, programas de cómputo y a las populares “chelerías” que atiborran la calle con letreros fluorescentes en donde se leen frases como “Pidiendo y pagando”, “Azulitos 2 x 100”, “Aquí son las miches”, entre otros.

Cerca de las 4 de la tarde, el bullicio de los comerciantes se empieza a diluir entre las múltiples canciones de música de banda y de guaracha que comienzan a amenizar dichos comercios, aunque el reguetón es el ritmo que lleva al éxtasis a los jóvenes que beben cerveza en vasos escarchados.

“WhatsApp sin el retrato”, parte de un tema del cantante reguetonero Bad Bunny, suena en un altoparlante de “Micheladas Ary”, los chicos que graban el momento con sus teléfonos celulares la bailan y corean de memoria mientras que uno de los encargados, que funge de bartander, prepara con vodka un coctel azul en una barra hecha de cartones de cerveza y cuenta que “esta parte ya está bien fresa, hermano, lo cabrón está allá adentro”.

Al menos siete de este tipo de establecimientos, que no dejan de estar en la vía pública y en dónde se venden bebidas alcohólicas a quien las pida, sin importar la edad, se hallan a unos pasos del Eje 1 Norte; aquí se nota la presencia de elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), quienes están al pendiente de que en esta vialidad no se coloquen puestos ambulantes que afecten la circulación de dicha arteria.

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