El minuto de silencio que solemos realizar en algunas ceremonias, se hace cuando alguna persona fallece, y se realiza ese minuto para lanzar una plegaria, reflexionar o de alguna manera conmemorar a dicha persona. ¿Cuántos minutos de silencio tendríamos que guardar por los sueños que nos han matado?

A todos en el algún momento nos han matado algunos de nuestros sueños. Pensando de manera positiva la gran mayoría no ha sido ese el objetivo, sin embargo, fue arropado el crimen en palabras de amor y sobre todo con la mejor intención. A veces nos lo matan nuestros padres o amigos muy cercanos, cuando los compartimos; en ocasiones son apedreados en multitud, en las reuniones familiares.

A todos en algún momento nos han matado los sueños, puede ser que no nos prestaron la debida atención cuando los compartimos, o en vez de escucharnos solo decidieron juzgarnos y sus respuestas fueron; “imposible”, “no lo vas a lograr”, “ni lo sueñes”, “nadie lo ha logrado”; esas son frases lapidarias para el corazón. Generalmente estas frases hablan más de las limitaciones de las personas quienes las emiten que para quienes van dirigidas. El mundo no lo solemos ver tal y como es, más bien lo solemos ver tal y como nosotros somos.

Pero también hemos matado nosotros nuestros propios sueños, los que ya permanecieron un tiempo en nuestro corazón o en nuestra mente, que jamás los sacamos de ahí, y ahí se oxidan. Tal vez por miedo a que alguien más los lastimara, preferimos matarlos nosotros mismos, y decidimos jamás darles forma y tal vez los convertimos en metas u objetivos.

Está bien cuando hacemos un análisis y nos damos cuenta de que ya no queremos lo mismo debido a que vamos evolucionando, entonces también van cambiando nuestras prioridades o aumentando nuestra visión de la vida. Cuando es por ello, por supuesto que es de reconocerse, pero cuando matamos nuestros sueños por miedo, ahí también violentamos el quinto mandamiento que nos dice “no matarás”.

En ocasiones los matamos solo por negligencia, miedo, temor al fracaso; a veces nos damos por vencidos sin siquiera intentarlo, o a veces los ahogamos en la rutina de la vida diaria, y terminamos asfixiándolos con las “obligaciones”.

Lo más importante es que los sueños sean protegidos de todo ello. Cuando realmente tenemos un sueño, que ya convertimos en meta u objetivo, debemos luchar por conseguirlo. Enfocar nuestras energías por él, se riega con nuestras lágrimas y gotas de sudor, se alimenta de nuestro esfuerzo, va tomando forma con nuestra entrega, es nuestro y nadie nos lo puede quitar, robar o matar.

También se vale en ocasiones guardarlos, resguardarnos en algún rincón de nuestro corazón para que madure y en su momento sacarlo y enfocarnos en él, pero jamás dejes que se apague, es nuestra flama, y si lo dejas apagar, no se reenciende jamás.

Ya nos enfocamos mucho en lo que los demás pueden hacer con nuestros sueños, valdría la pena también detenernos a analizar lo que nosotros hacemos con los sueños de los demás; si como familia alentamos, si como amigos aconsejamos, si quienes nos cuentan los anhelos de su corazón, los escuchamos con atención o también solemos solo juzgar. Recordemos que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Meditemos por un momento si las palabras que salen de nosotros hacia los demás, edifican y construyen.

De esa manera habría menos minutos de silencio por guardar, si en lugar de matar le damos vida a nuestros sueños y a los de los demás. Pero por lo pronto guardemos un minuto de silencio, esperando que esos minutos no se conviertan en horas por los que ya dejamos morir.

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